La Revista Semana comentó en sus Confidenciales un trino al cual respondió Alejandro Gaviria. En ese trino-respuesta, Gaviria manifestó: “Eso de la raza paisa siempre me ha parecido entre ridículo y peligroso.”
El Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua dice, en su primera definición que la palabra “Raza” significa “Casta o calidad del origen o linaje.”
A uno como antioqueño le molesta que uno de los nuestros, hijo de antioqueños, pero residente en Bogotá, es decir, de los que llamamos “bogoteño”, se haya expresado así.
Quiero contrastar el inapropiado trino de quien aspira a la presidencia de la República, con un gran escritor, Eduardo Caballero Calderón, no antioqueño, sino todo lo contrario, sabanero como él solo, quien dijo sobre Antioquia:
“Esta no es uno de los diecisiete departamentos de Colombia, sino un pueblo, una nación, un país como decía el señor Suárez”. “Tiene un contorno y un perfil recios e inconfundibles, descarnados como sus montañas ingentes; un carácter propio y peculiar; una manera de ser que se refleja lo mismo en los personajes de Carrasquilla que en esos fundadores de industrias y de pueblos a quienes debe Colombia lo que es hoy y lo que podrá ser mañana. Sin Antioquia, Colombia sería de otra manera: más tropical, más superficial, más ligera si predominara exclusivamente el elemento calentano; o más apática, ensimismada y esquiva, si predominara el elemento andino de la cordillera oriental. Sin Antioquia, Colombia se asemejaría a Cuba o al alto Ecuador. Gracias a ese ingrediente humano, fuerte y capitoso como un plato de fríjoles, Colombia es ella misma y no se parece a nadie. Sobre todo tienen los antioqueños algo que nos falta a los demás colombianos, y es el orgullo de ser como son y una necesidad física y espiritual de afirmarse e imponerse de esa manera aún en los medios más hostiles. Siendo tan andariegos, llevan a Antioquia a todas partes. No la dejan atrás, no quieren librarse de ella como les sucede a los colombianos de otras regiones a quienes lo propio, lo entrañable y lo provinciano les comienza a estorbar cuando cambian de residencia. El antioqueño está tan identificado con su tierra y con su gente que renegar de Antioquia sería para él como renegar de sí mismo, por lo cual su condición de colombiano consiste esencialmente en sentirse y conservarse profundamente antioqueño…. El trasfondo antioqueño es el hogar donde se trenzan con una fuerza admirable la solidaridad, la comprensión, la lealtad, la espontaneidad, la fe en el hombre y el amor a la vida. La sensibilidad poética y el poder expresivo se acendran allí, en esos huertos cerrados que son las casas antioqueñas. Detrás de los poetas, los artistas y los escritores de la montaña, los más vigorosos y originales entre todos los colombianos, no hay mera literatura como en tantos otros que parecen brotar en estos riscos por generación espontánea. Detrás del antioqueño hay el hogar, el solar y la tierra que dan al hombre su densidad histórica y sin las cuales literatura y poesía no son sino una polvareda de palabras y el hombre un esquema sin profundidad”… “quisiera comunicar a quienes a veces dudan y desconfían del porvenir de Colombia: mientras resista Antioquia, los colombianos no nos vamos a hundir.”
Si lo descrito por el gran Eduardo Caballero Calderón, el del Diario de Tipacoque, el del Cristo de Espaldas, el de Siervo Sin Tierra, novelista, periodista, ensayista, político, diplomático, no describe la acepción de raza que tiene el diccionario, entonces, ¿Qué diablos es una Raza?
Y como dice Agustín Jaramillo Londoño, el del Testamento del Paisa,: “Aquí llueven nuestros propios aguaceros”.
República. Podremos.