Es difícil para un economista resumir en unas pocas palabras lo que constituye en verdad su profesión. Clarificar que nuestra labor trasciende de ser una especie de gurú de las finanzas o medir con unos indicadores mesiánicos la totalidad de la actividad productiva resulta, cuando menos confuso, para alguien no familiarizado con la economía. El impacto de nuestra labor pasa desapercibido o es difuso, a los ojos de la gente común; y rara vez somos la persona más popular en la mesa si se nos pregunta por nuestras opiniones políticas.
Ante esta desconexión entre el público y las ciencias económicas, Jean Tirole, premio Nobel de Economía del 2014, nos muestra su más reciente obra, La economía del bien común, donde explica la labor de un economista y su forma de ver el mundo. El economista es, antes que nada, un científico social al servicio del bien común, destinado a entender, explicar y facilitar el desarrollo pacífico de la sociedad. Como dice Tirole “La economía no está al servicio de la propiedad privada y los intereses individuales, ni al de los que querrían utilizar al Estado para imponer sus valores o hacer que sus intereses prevalezcan…La economía está al servicio del bien común; su objetivo es lograr un mundo mejor”.
Pero, ¿Qué es el bien común? No es algo material que se pueda medir sin lugar a dudas. El economista en su constante búsqueda por el bien común, sin importar las metodologías que use, tiene unos principios éticos rectores que prevalecen desde de Adam Smith: el rechazo a la violencia y la aceptación de la libertad individual e igualdad ante la ley como derechos inalienables de cualquier ser humano.
Teniendo este principio en cuenta, Jean Tirole desglosa en su libro la profesión de economista, sus ramas de estudio y principales inquietudes. El libro enfatiza mucho en la visión del público en contraste a la del economista; desmiente, en primer lugar, el mito de la creencia ciega en el “laissez-faire” que con frecuencia se nos atribuye a los economistas. En el capítulo titulado: Los límites morales del mercado, escribe: “los economistas han consagrado gran parte de sus investigaciones a la identificación de los fallos del mercado y su corrección mediante la política pública”. En el mismo capítulo, Tirole explica cuáles son esas fallas y que han hecho los economistas para identificarlas y solventarlas a través de la política pública.
El economista, al ser un científico social, no puede desconocer la realidad de su entorno. Tirole, consciente de ello, muestra la visión de los economistas ante temas importantes como el calentamiento global, la crisis financiera, la recesión de las economías europeas, la desaceleración de China y el clima de tensión geopolítica en el contexto internacional.
Debido a que la economía es una ciencia social, no está exenta del debate académico y político. El libro vislumbra el debate entre las distintas escuelas de pensamiento, esclarece sus posturas filosóficas y, más importante aún, a pesar de mostrar las diferencias entre economistas, también nos enseña los consensos a los que se han llegado como ciencia.
El estímulo de la economía a través del manejo balanceado de la moneda y una política fiscal contra-cíclica para controlar inflación y desempleo; el apoyo a la apertura de fronteras nacionales para la libre circulación de personas, bienes y servicios; junto con la aceptación del Estado como una institución complementaria al mercado y órgano corrector de los desequilibrios sociales que puede causar la libre competencia son unas de las tantas cosas que parecen ser parte del consenso al que ha logrado llegar la economía como ciencia social.
Aunque la obra es de economía, no deja de tener en cuenta otras ciencias que la complementan. El libro debate desde el uso de la matemática y la estadística, como apoyo al estudio económico, hasta los más recientes avances en disciplinas que influencian a la economía como la psicología conductual, la sociología, la historia, la antropología, la filosofía y la ciencias política. Incluso el lector encontrará en la obra una que otra referencia a algún principio de las ciencias naturales como la física o la biología.
Algo muy significativo, es que la obra está escrita en un lenguaje sencillo y amigable para el lector no familiarizado con el lenguaje de los economistas, no obstante satisface la profundidad académica demandada por un lector que si lo esté.
A usted querido lector, si no es economista lo invito a que no se desanime a intentar este libro, el lenguaje es tan ameno que usted podrá entender con facilidad la manera de pensar de un economista al analizar su entorno social. Y si es economista encontrará una obra que lo hará reflexionar de su profesión, apreciarla más, repasará conceptos y muy posiblemente aprenderá unos nuevos. La obra de Jean Tirole no es otro libro que trata un problema de economía, es una reflexión concienzuda y filosófica del camino que ha tomado esta ciencia social y el impacto que ha causado en el mundo.