La política del algoritmo: opinión pública sin esfera pública en América Latina

“La opinión pública en América Latina ya no se construye en plazas ni en periódicos: se produce en plataformas donde el algoritmo decide qué vemos, qué creemos y a quién tememos.”


Las redes sociales no solo han alterado las formas de comunicación política. Han reconfigurado —de forma silenciosa pero radical— las condiciones mismas de producción de la opinión pública en América Latina. En una región marcada por una débil institucionalidad mediática, alta concentración de propiedad informativa y fragmentación partidaria, la irrupción de plataformas como Facebook, YouTube, X y TikTok no democratizó la esfera pública: la privatizó.

La promesa de los entornos digitales era clara: horizontalidad, acceso y deliberación. En cambio, lo que hoy domina es un ecosistema gobernado por algoritmos opacos que privilegian la visibilidad emocional sobre la argumentación racional, y que transforman el espacio público en una secuencia infinita de estímulos personalizados. La consecuencia es un entorno donde los ciudadanos no deliberan colectivamente, sino que consumen, reaccionan y se afirman en identidades fragmentadas.

La arquitectura algorítmica del conflicto

Los algoritmos operan bajo una lógica de maximización de la interacción. Y en contextos de polarización, lo que más genera interacción es el contenido afectivo, polarizante y sensacionalista (Bail et al., 2021). Así, las redes recompensan no el análisis, sino la indignación. En países como México, Chile o Colombia, donde la confianza en los medios tradicionales es baja y los niveles de participación política institucional son irregulares, las redes sociales se han convertido en el canal principal de socialización política, especialmente entre jóvenes.

Según el Digital News Report 2023 del Reuters Institute, en México 73% de los encuestados afirma informarse regularmente a través de redes sociales, frente a solo 30% que lo hace por medios impresos. En Colombia la cifra es de 69% y en Chile de 66%. El principal canal: Facebook, seguido por YouTube y WhatsApp. Pero lo más significativo no es el canal, sino el tipo de contenido que circula: mensajes emocionales, simplificados, altamente compartibles y profundamente sesgados.

Estos entornos generan una ilusión de pluralidad que en realidad esconde una sofisticada arquitectura de segmentación. Como plantea Zuboff (2019), vivimos bajo un régimen de “capitalismo de vigilancia” donde cada interacción es monetizada y cada perfil, explotado como un objeto de predicción política. La opinión pública ya no emerge de una conversación pública, sino de un mercado de emociones administrado por corporaciones tecnológicas transnacionales.

México, Chile y Colombia: la democracia desde el feed

En México, el proceso electoral de 2018 marcó un punto de inflexión. La campaña de Andrés Manuel López Obrador combinó un discurso antielitista con una estrategia digital intensa, donde las redes sustituyeron —y muchas veces desbordaron— a los medios tradicionales. Durante el sexenio, la narrativa del gobierno se ha articulado en torno a la mañanera, una práctica que trasciende el medio televisivo y encuentra su mayor impacto en la réplica viral en redes, lo que genera una dinámica de comunicación directa, sin mediación crítica. La deliberación se disuelve en la repetición y la polarización.

En Chile, el estallido social de 2019 evidenció tanto el potencial movilizador de las redes como su carácter volátil. Twitter y Facebook fueron claves en la articulación de demandas sociales, pero también en la difusión de noticias falsas, teorías conspirativas y campañas de desprestigio. Durante el proceso constituyente, la discusión política fue arrastrada por una lógica de desinformación, amplificada por algoritmos y aprovechada por sectores conservadores para sembrar miedo y rechazo al cambio. El plebiscito de 2022, donde ganó el “Rechazo” con 61%, se libró más en los celulares que en los cabildos ciudadanos.

En Colombia, las elecciones de 2022 mostraron una dinámica similar. La figura de Gustavo Petro se posicionó a través de redes como TikTok y Twitter, construyendo una narrativa de outsider progresista. A su vez, la derecha articuló campañas agresivas de desinformación, principalmente en WhatsApp y Facebook, donde se diseminó contenido manipulador sobre Venezuela, narcotráfico y economía. La deliberación se sustituyó por la guerra de percepciones, y el voto se decidió en buena medida bajo la lógica del miedo.

Opinión pública sin esfera pública

El problema no es que los ciudadanos usen redes sociales. El problema es que el espacio donde se forma la opinión pública está gobernado por lógicas comerciales y tecnológicas no democráticas. Las decisiones sobre qué se ve, qué se oculta, qué se amplifica y qué se silencia son tomadas por algoritmos que nadie regula y que responden a criterios de rentabilidad, no de pluralidad ni calidad deliberativa.

Como plantea Van Dijck (2013), las plataformas digitales no son canales neutros, sino infraestructuras de poder. Y en América Latina, donde la debilidad institucional convive con desigualdades estructurales, la sustitución de la esfera pública por el “feed” algorítmico amplifica la polarización, debilita los consensos básicos y favorece el autoritarismo afectivo.

La política del algoritmo no es sólo una transformación tecnológica. Es una mutación del modo en que se ejerce la ciudadanía. El nuevo sujeto político no es deliberativo, sino reactivo; no busca convencer, sino confirmar su identidad. En ese contexto, hablar de opinión pública exige abandonar el modelo habermasiano y pensar en una ciudadanía expuesta a burbujas de afinidad, dominada por flujos emocionales, y administrada por plataformas cuyo negocio es la atención, no la democracia.

Conclusión

América Latina vive un momento decisivo. La digitalización no puede seguir siendo un proceso dejado a la lógica del mercado. Se requiere una regulación democrática de las plataformas digitales, transparencia algorítmica, alfabetización digital masiva y fortalecimiento de los medios públicos y comunitarios. Sin estas medidas, seguiremos avanzando hacia un modelo donde la participación se incrementa, pero la capacidad crítica de la ciudadanía y la calidad de la democracia se erosionan.

Porque una democracia sin esfera pública no es más que un espectáculo de sombras, administrado desde servidores ubicados lejos de nuestra soberanía.

Referencias

Bail, C. A., et al. (2021). Breaking the Social Media Prism: How to Make Our Platforms Less Polarizing. Princeton University Press.

Newman, N., et al. (2023). Digital News Report 2023. Reuters Institute, University of Oxford.

Van Dijck, J. (2013). The Culture of Connectivity: A Critical History of Social Media. Oxford University Press.

Zuboff, S. (2019). The Age of Surveillance Capitalism. PublicAffairs.

Zuckerman, E. (2021). Mistrust: Why Losing Faith in Institutions Provides the Tools to Transform Them. W. W. Norton & Company

Luis Daniel Luna Chavarría

Politólogo por la UNAM y Maestro en Ciencias Sociales por FLACSO México. Mis líneas de investigación son el comportamiento político, opinión pública y la democracia representativa.

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