La polarización política en Colombia: una historia de bandos, relatos y poder

“En Colombia, como en toda democracia, la política es storytelling. Y toda la historia necesita antagonistas, conflictos y emociones.”

La historia de Colombia ha estado la mayor de su parte marcada por dos bandos que se han intercambiado el poder y, en ocasiones, esto nos ha llevado a los extremos del exterminio y la violencia política.

Colombia no es un país polarizado por accidente, sino por tradición histórica. Desde su nacimiento como república, la política colombiana ha operado como un campo de batalla donde siempre ha existido un “nosotros” frente a un “ellos”, una lógica de confrontación que ha moldeado nuestra democracia. La polarización política en Colombia no es un fenómeno reciente, sino el mecanismo fundamental a través del cual se ha construido el poder, se han movilizado las masas y se han definido los destinos de la nación.

Esta historia ha quedado registrada en los anaqueles de la historia, en los libros y también en las novelas literarias de aquellos grandes escritores que dedicaron su vida a retratar sus propios traumas y tragedias a través de los acontecimientos temerarios de nuestra historia republicana.

La política colombiana: una historia de bandos desde la Independencia

Desde los albores de la república, Colombia se ha entendido políticamente desde la confrontación. Primero fueron realistas contra patriotas, una lucha que definió nuestra separación de España. Luego, bolivarianos contra santanderistas marcaron el debate sobre el tipo de nación que queríamos construir. La disputa entre centralistas y federalistas considera la estructura territorial del país.

Pero fue el enfrentamiento entre conservadores y liberales el que marcaría a fuego la historia política de Colombia durante más de un siglo. Estas dos fuerzas no solo representaban visiones diferentes de la sociedad, sino relaciones antagónicas sobre la identidad nacional. Más tarde, durante el siglo XX, los laurianistas se enfrentarían a los gaitanistas en una lucha que desembocaría en la violencia partidista.

Con el tiempo, la división evolucionó hacia derecha contra izquierda, una polarización que se intensificó durante la Guerra Fría y el Conflicto Armado. En las últimas décadas, hemos presenciado el surgimiento del uribismo como fuerza hegemónica, que ha construido su poder a partir de antagonistas claros: primero las FARC, luego la izquierda en general, después el santismo y más recientemente el petrismo. Este delirio del uribismo incluso los ha llevado a inventar en su narrativa términos como castrochavismo y acusar de comunista, guerrillero y mamerto al adversario político.

Esta constante histórica responde a una lógica simple pero poderosa: la política colombiana siempre ha necesitado un adversario para definirse. Cada bando ha construido su identidad en oposición al otro, creando relaciones donde la salvación de la nación depende de la derrota del enemigo.

La polarización como estrategia de poder y movilización.

La polarización no es meramente ideológica; es principalmente comunicativa y emocional. Como entendieron teóricos como Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, el antagonismo político cumple una función estructurante: crea identidades claras, moviliza pasiones y simplifica la complejidad social en narrativas comprensibles.

En la práctica, la polarización izquierda derecha ha funcionado como una herramienta de narración política eficaz. Los líderes que han triunfado en Colombia han sido aquellos capaces de construir relaciones donde existen protagonistas y antagonistas claros, amenazas inminentes y promesas de salvación. No se trata solo de propuestas políticas, sino de historias que conectan con las emociones y temores profundos de la sociedad.

Esta estrategia ha demostrado ser extraordinariamente poderosa para movilizar votantes. Cuando la política se presenta como una batalla entre el bien y el mal, entre el futuro y el pasado, entre la salvación y la ruina, los ciudadanos sienten que su voto tiene consecuencias trascendentales. La polarización, aunque agotada, genera sentido de pertenencia y propósito.

Es uno de los principios básicos del storytelling. Para que una historia sea entendible debe haber una parte y una contraparte, un protagonista y un antagonista, el bien que combate al mal, el héroe y el villano.

El centro político y la promesa fallida de la no polarización

Con la Constitución de 1991, Colombia abrió la puerta a nuevas fuerzas políticas y al surgimiento de lo que se denominó el “centro político”. Este espacio nació como una reacción moral contra los extremos, prometiendo una política más racional, consensuada y técnica. Figuras como Sergio Fajardo encarnaron esta propuesta, con un discurso que critica la polarización y exalta la moderación.

El centro político en Colombia se presentó como la alternativa sensata a la confrontación, como el espacio donde las buenas ideas prevalecen sobre las pasiones partidistas. Sin embargo, desde su surgimiento, ha enfrentado un desafío fundamental: su propuesta se basa en la negación del conflicto, precisamente el motor que ha movido la política colombiana durante dos siglos.

El centro nace como reacción moral, no como propuesta narrativa. Se presenta como “mejor” o “más elevado”, pero no logra construir una historia que compita con los relatos de los extremos. Su discurso tiende a ser abstracto, tecnocrático y desprovisto de la carga emocional que caracteriza a la política colombiana.

Ya no debería ser un secreto, que las elecciones y la política se mueve por emociones, sentimientos, sentires y pasiones que se trasmiten desde el discurso político que encarnan personajes construidos, líderes políticos convertidos en figuras que encarnan una lucha, un sentir o una idea que combate a una amenaza. Esto funciona para ambos lados, históricamente ambos bandos mencionados arriba han construido su narrativa y su discurso sobre la teoría de defender o salvar al electorado del otro bando respectivamente.

Sin conflicto no hay relación, y sin relación no hay poder

El fracaso del centro político en Colombia no se debe a falta de buenas intenciones o propuestas razonables, sino a una incomprensión fundamental de cómo funciona la política en el contexto colombiano. El centro ha cometido el error de creer que la neutralidad es una virtud política, cuando en realidad es una ausencia de relación.

La narración política moderna requiere elementos básicos: un protagonista, un antagonista, un conflicto y una promesa de resolución. Los extremos entienden esto y construyen sus discursos en torno a estos elementos. El centro, en cambio, renuncia al conflicto y, al hacerlo, renuncia a contar una historia que conecte con la experiencia emocional de los ciudadanos.

Cambiar de estrategia política no consiste en migrar de Facebook en 2018 a Twitter en 2022 y a TikTok en 2026. El centro ha cambiado de plataformas, pero no de relación. Sigue ofreciendo un discurso abstracto, sin emoción y sin una historia que genere identidad o adhesión duradera.

Sin antagonista claro, sin conflicto definido, sin una historia que movilice pasiones, el centro político se vuelve invisible para el electorado. Y en política, lo invisible no existe, lo que no se entiende no movilizar, y lo que no moviliza no gana.

El centro político del país lleva repitiendo el mismo error en el 2010, 2014, 2018, 2022 y por lo visto lo repetirán en el 2026. Su discurso sigue siendo el mismo desde hace 15 años y muestra de esto es que en cuatro elecciones consecutivas ni siquiera han logrado pasar a segunda vuelta en unas elecciones presidenciales.

La política como relato: quién controla la historia controla el poder

La comunicación política en Colombia demuestra que los extremos no triunfan únicamente por sus propuestas, sino por su capacidad para construir narrativas simplificadoras que hagan legible el complejo panorama social. Estas narrativas, aunque parciales, cumplen una función fundamental: reducir la incertidumbre y ofrecer explicaciones claras sobre los problemas del país y sus posibles soluciones.

Los medios de comunicación, las redes sociales y las nuevas tecnologías han amplificado este fenómeno. En un entorno de sobreinformación, las relaciones simples y emocionales tienen más probabilidades de difundirse que los análisis complejos y matizados. La narrativa política colombiana ha adaptado estas herramientas a su lógica histórica de confrontación.

No se trata de defender los extremos, sino de entender por qué funcionan. Comprenden que la política es, ante todo, una batalla por el sentido de las cosas, una disputa por controlar la historia que contamos sobre nosotros mismos. Quien controla esa historia, controla el poder.

Las personas somos seres emocionales; nuestros cerebros, aunque complejos y evolucionados, se mueven por estructuras narrativas simples, y sobre todo, si gran parte del electorado en Colombia históricamente no tiene un IQ superior a 84. Esto no se trata de comparar ahora qué votantes tienen un nivel superior o inferior de IQ, esto lo menciono simplemente para resaltar que la narrativa política funciona más cuando es clara y sencilla con puntos concretos y simples. Lo decía Goebbels.

Colombia no vota ideas: vota historias

La historia política de Colombia demuestra una verdad incómoda: nuestra democracia siempre ha funcionado a través de la polarización. Desde la Independencia hasta hoy, la confrontación entre bandos antagónicos ha sido el motor de la movilización política y la construcción de poder. Puede que esto suene incomodo, pero el análisis de los resultados electorales de la historia de Colombia así lo confirman. En cada confrontación política ha existido un protagonista y un antagonista, un ganador o vencedor y un perdedor.

El centro político ha fracasado no por falta de virtudes, sino por renunciar al conflicto, que es el corazón de toda narrativa política. En su intento por superar la polarización, ha terminado por volverse irrelevante, incapaz de construir una historia que movilice a las masas. A estas no les interesa elegir a alguien que no sea incomodo, todo lo contrario, quien incomoda al otro bando crece en popularidad, quien propone vencer al otro crece electoralmente y se mueve, logrando sobrevivir políticamente.

En Colombia, como en toda democracia, la política es storytelling. Y toda la historia necesita antagonistas, conflictos y emociones. Mientras el centro no entienda esto, seguirá siendo una propuesta moralmente admirable pero políticamente estéril.

En un país donde la historia siempre se ha escrito con tinta de confrontación, la neutralidad no es una virtud, sino una sentencia de invisibilidad. Porque en Colombia, como en todas partes, el poder no pertenece a quienes tienen las mejores ideas, sino a quienes cuentan las historias más convincentes.

Leonardo Sierra

Soy bogotano, me gusta leer, amante del arte, la literatura, y la música. creo en el cambio, así que propongo cambios para esta sociedad colombiana en la que vivo, creo en la paz, la reconciliación y el perdón. respeto y defiendo toda clase de libertad y expresión.

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