#LaOpinionDeColmenares.
“Por el desayuno se sabe cómo será el almuerzo”, y nada es más preciso para interpretar el gobierno del presidente Gustavo Petro que, desde el primer día, ha gobernado con los puños en alto, cuando exigió que le llevaran la espada de Bolívar a la tarima de su posesión. Ahí se inició el mandato caracterizado por un estilo de confrontación constante, listo para pelear con todo el que no esté alineado con su visión.
Lo que pudo haber sido una oportunidad histórica para consolidar un proyecto de izquierda en Colombia, se ha convertido en un mandato marcado por la confrontación y el desgaste. El costo político de esta actitud es evidente. En lugar de abrirle las puertas a un proyecto de izquierda viable, duradero y pragmático, lo que ha hecho es contribuir a la percepción de que los gobiernos progresistas son sinónimo de caos y confrontación, cerrando el espacio para continuar en el poder.
El gobierno se ha convertido en un ring de peleas permanentes contra el Congreso, la Justicia, la Procuraduría, la Fiscalía, la Contraloría, los empresarios que no le aplauden, los medios de comunicación que no le rinden pleitesías e incluso contra gobiernos extranjeros que no comparten su visión geopolítica.
Y lo hace todos los días: desde su cuenta de Twitter, en discursos improvisados y en declaraciones públicas donde el enemigo cambia constantemente. Todo el que cuestione sus decisiones se convierte en adversario al que debe enfrentar.
Uno de los escenarios más visibles de su actitud pendenciera ha sido el Congreso, a pesar de que muchas de sus propuestas no han naufragado por falta de contenido, sino por la manera en que las ha impulsado, por su falta de habilidad para negociar y generar consensos. A los coñazos, se diría de manera coloquial.
En lugar de dialogar con las distintas fuerzas políticas y construir mayorías, ha optado por la descalificación y el choque frontal, acusando a los legisladores de conspirar contra el pueblo, insultando a quienes no votan como él quisiera y despreciando los mecanismos democráticos que le impiden imponer su voluntad.
Su relación con el Poder Judicial tampoco ha estado exenta de conflicto. Ha insinuado que las altas cortes están cooptadas por la corrupción y ha tratado de desacreditar cualquier decisión que no le favorezca.
Los enfrentamientos no solo han debilitado su relación con la institucionalidad del país, sino que han deteriorado la confianza de la ciudadanía en la independencia de poderes.
Pero también ha chocado con el sector privado, generando incertidumbre en la economía. Sus críticas constantes a los empresarios han generado desconfianza, alejando la inversión y afectando la estabilidad económica.
En lugar de fomentar un ambiente de cooperación para impulsar el desarrollo, el presidente ha optado por un discurso hostil creando dificultades a la interlocución con quienes generan empleo y riqueza en el país. El problema de fondo no solo es la confrontación en sí misma, sino lo que ha dejado de hacer mientras pelea con todo el mundo.
Si hubiera gobernado con la misma energía con la que ha combatido a sus críticos, hoy su gobierno tendría una percepción muy diferente. La gente podría estar hablando de avances concretos en la reducción de la pobreza, en la mejora del sistema de salud, en la modernización de la infraestructura o en la consolidación de una transición energética ordenada.
Ahora, ante la evidente incompetencia de su gobierno para resolver los problemas de la gente y el notorio déficit de ejecución presupuestal, Petro ha encontrado una nueva estrategia: enfrentar al pueblo con el pueblo, movilizando a la ciudadanía en las calles para presionar al Congreso a aprobar sus reformas, cuando en realidad ha sido su ineficiencia para construir mayorías lo que ha llevado al fracaso de sus propuestas.
Aunque todavía tiene tiempo para corregir el rumbo, cada día que pasa parece que Petro está más decidido a continuar con la peleadera. Mientras tanto, el país sigue esperando un gobierno que se enfoque en construir soluciones duraderas que beneficien a todos los ciudadanos, en lugar de estar buscándole peleas a todo el mundo. En política, gobernar es mucho más que ganar discusiones.
Y como dijo el filósofo de La Junta: «Se las dejo ahí…”
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