La epidemia del TDAH (trastorno por déficit de atención e hiperactividad)
Parecer ser que en la postmodernidad este trastorno está de moda en la salud mental, pero tiene una historia que no todos conocemos. Por eso para poder comprenderlo en profundidad es necesario una mirada retrospectiva.
Así, los primeros intentos que se hicieron por tratar de explicar que había niños con TDAH sucedieron en 1935. En aquel tiempo, los médicos habían tratado por primera vez a niños de primaria con un carácter inquieto y con dificultad para concentrarse en lo que se les pedía, bajo el diagnóstico de síndrome post-encefálico. Fue un intento fallido porque la mayoría de esos niños nunca habían tenido encefalitis.
Luego, en los años sesenta Leon Eisenberg, psiquiatra, volvió a hablar de dicha enfermedad, pero esta vez con otro nombre, «reacción hipercinética de la infancia». Bajo dicho diagnóstico pudo tratar a alumnos difíciles, probando diferentes psicofármacos con ellos. Empezó con dextroanfetamina y luego utilizó el metilfenidato, droga con la que consiguió su objetivo y que hoy en día prevalece como tratamiento de elección.
En el año 1968 se incluyó la «reacción hipercinética de la infancia» en el Manual Diagnóstico y Estadístico (DSM) y desde entonces forma parte de dicho manual, sólo que ahora recibe el conocido nombre de Trastorno de Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH).
Sin embargo, pocos meses antes de su muerte, confesó que lo que debería hacer un psiquiatra infantil es tratar de establecer las razones psicosociales que pueden provocar determinadas conductas, un proceso que lleva tiempo por lo que «prescribir una pastilla contra el TDAH es mucho más rápido”, a lo que agregó que «el TDAH es un ejemplo de enfermedad ficticia».
Todo este lastre histórico nos conduce a la actualidad, donde dicho trastorno afecta, de un cinco a un nueve por ciento de la población infantil y adolescente en el mundo, y está presente en casi todos los contextos en los que se desarrolla el aprendizaje. Por lo que se habla de una patologizaciòn de la infancia, que se refiere a la necesidad imperiosa de diagnosticar (por parte de los terapeutas, docentes, psiquiatras, médicos, etc.) a los niños, de colocarle rótulos constantemente dentro de los diferentes subsistemas a los que pertenecen, y el más llamativo es el aula donde es común oír frases de los docentes como: “está como volando y cuando explico algo juega todo el tiempo”, “no puede quedarse sentado e interrumpe mi clase con comentarios inoportunos que hacen reír a los compañeros”, “protesta, hace berrinche cada vez que le recuerdo que tiene que terminar la tarea”, entre otras.
Muchas de estas conductas referidas por los maestros, las encontramos como un signo y un síntoma de este trastorno propuestos por el DSM (Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales). Por otro lado, la incidencia del TDAH creció vorazmente en los últimos diez años, justo cuando se cree que existe el medicamento que puede curarlos.
Por lo que es lícito y necesario plantearse ¿Cuál es el lugar que ocupa la psiquiatría al tratar y medicar a personas sanas? ¿Qué intereses económicos subyacen al diagnóstico del TDAH?
Los expertos relacionan el incremento de casos de este trastorno con los vínculos que existen entre la Asociación Americana de Psiquiatría y la industria farmacéutica, de la que en 2004 recibió 9,1 millones de dólares. Así, para conocer el alcance real del negocio de la psiquiatría, un estudio realizado por la psicóloga estadounidense Lisa Cosgrove reveló que, de los 170 miembros del grupo de trabajo del DSM (Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales), es decir, los que hacen el manual de psiquiatría de referencia mundial, 95 de ellos (es decir el 56%) tenía una o más relaciones financieras con las empresas de la Industria Farmacéutica. De acuerdo, con Ramón Laporte, Catedrático de Farmacología de la UAB, la industria farmacéutica pagaba las reuniones de los miembros del comité especializado encargado de la definición del TDAH que contempla el Manual de diagnóstico y estadística de trastornos mentales.
De esta manera, se pone de manifiesto como el mismo mercado es el que genera determinados signos y síntomas para luego generar fármacos con la promesa de reducirlos y/o eliminarlos. Así, los cuerpos medicados se vuelven más dóciles y disciplinados respondiendo a las diversas demandas, pero sobre todo respondiendo a los intereses del mercado sin interpelar los efectos secundarios, por ejemplo, del Ritalin que es el psicofármaco más utilizado para dicho trastorno.
Si bien no se puede negar la existencia del TDAH, ya que afecta a diversas áreas como la cognitiva, conductual y social del sujeto, provocando un deterioro significativo en el desarrollo de las personas que presentan la sintomatología, y entre sus principales síntomas se puede identificar la falta de atención, impulsividad e hiperactividad.
Sin embargo, no es posible precisar con claridad la causa de dicho trastorno, si se puede plantear que se trata de un trastorno neurobiológico heterogéneo y complejo, que puede explicarse por una serie de condiciones genéticas junto con otros factores ambientales.
Con respecto a estos últimos factores, los profesionales de salud mental plantean la hipótesis de que la prevalencia del trastorno del TDAH puede relacionarse con los cambios psicosociales de nuestra sociedad tecnológica que se caracteriza por un exceso de información ligada principalmente al empleo masivo e indiscriminado de Internet. Aunque no se ha establecido una relación causal entre los modos de vida y el TDAH, parece factible que el tipo de sociedad actual pueda estar contribuyendo a generar una mayor disfuncionalidad del TDAH.
La proliferación de los modelos que favorecen refuerzos externos inmediatos (videojuegos, dibujos animados, televisión, Internet, publicidad, etc.), la sociedad de consumo y el cambio hacia una mentalidad materialista, presentan pocas oportunidades para favorecer y entrenar la atención sostenida, la cultura del esfuerzo, la demora de recompensa, el empleo de estrategias reflexivas, la tolerancia a la frustración y el desarrollo de un autocontrol mental eficaz. El establecimiento de límites y modelos de conducta organizada suponen un importante esfuerzo educativo y requiere inversión de tiempo por parte de los padres, algo que es cada vez más escaso en los países industrializados y que se encuentra además influenciados por el cambio de modelos de familia (familias uniparentales, padres divorciados, etc.).
Si bien el diagnóstico de dicho trastorno es eminentemente clínico y se realiza con el empleo de los criterios diagnósticos del manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales, 4ª edición” (DSM-IV). No podemos negar sus limitaciones y una de ellas es que anula la posibilidad de pensar la función que tiene el síntoma en la subjetividad, en la singularidad de cada sujeto, como también las causas que determinan su aparición.
Así, el sufrimiento del niño queda reducido a un número de conductas tipificadas en un manual, sin posibilidad de ser escuchados, sostenidos por la mirada del otro antes de ser rotulados y medicalizados. El cuerpo es silenciado rápidamente para negar, implícitamente, la singularidad de cada sujeto y la disfuncionalidad de un sistema que ya no sabe cómo contener a los sujetos llamados “problema”. Y tal vez, simplemente es más fácil medicar en lugar de educar a estos niños.