Es innegable el beneficio que han traído consigo las redes sociales y digo innegable porque sus efectos son fácilmente perceptibles, como la facilidad que aportan para la comunicación intercontinental y el intercambio constante de información con una cualidad que califica a la sociedad postmoderna: inmediatez.
Sin embargo, lo que me pregunto es: ¿qué sucede con aquellos efectos que se encarnan en el cuerpo del hombre y en las relaciones humanas?
Los avances tecnológicos implican una posibilidad de conexión con el mundo que es maravillosa, pero también acarrea otro tipo de angustias y dificultades al momento de vincularse. El tiempo ha tomado un lugar diferente, en el sentido de que todo debe ser inmediato, no hay tiempos de espera, y esto conlleva a que las personas esperen recibir una respuesta también inmediata.
Esto se pone de manifiesto con la aplicación de mensajería instantánea el WhatsApp, donde se puede saber si la otra persona está o no conectada, si está escribiendo una respuesta y también cuando fue su última conexión. Sin embargo, las consecuencias aumentaron cuando la compañía informó que el sistema que anuncia la recepción de un mensaje por medio de un doble check, ahora se marcaría en un tono azul indicando que dicho mensaje había sido leído.
Así es como en el campo de la psicología podemos hablar del “Síndrome del doble check”, que se presenta en los usuarios que manifiestan síntomas de ansiedad luego de que aparece el tono azul indicando la recepción del mensaje y no recibe respuesta. Este síndrome incluye un conjunto de síntomas de diferente índole, así a nivel psicológico se observa agobio, temor a perder el control de la relación o inseguridad; a nivel conductual es común la hipervigilancia, impulsividad o torpeza para actuar asertivamente; a nivel cognitivo aparece una preocupación excesiva, interpretaciones erróneas y un estado de confusión; y a nivel social una excesiva irritabilidad, ensimismamiento o temor excesivo a los conflictos.
Es posible identificar dos fenómenos significativos en la trama de relaciones que se generan por este canal de comunicación. El primero es la percepción que es una función cognitiva que le permite al sujeto obtener conocimiento de algo basado en las impresiones que comunican los sentidos.
Sin embargo, la ausencia o inadecuada información de esos sentidos puede conducir al sujeto a una percepción errónea y esto ocurre en este caso cuando, por ejemplo, la persona se anticipa a la información y da por hecho que lo que percibe le está comunicando algo cuando realmente no es así.: “Ya sé que vio el mensaje”, podría ser el pensamiento al no recibir respuesta después de aparecer el doble check azul; pero esta percepción se convierte en errónea y da paso a un estado ansioso cuando a ese pensamiento le sigue un “… y no me quiso responder”.
Y el segundo fenómeno es la asunción: cuando el sujeto percibe erróneamente y se separa de la realidad por un momento y asume que sus temores son ciertos; la persona víctima de este síndrome entra en desconfianza y empieza a enlazar una idea tras otra dando lugar a una serie oscilatoria de pensamientos negativos que no se detienen hasta que no obtenga una respuesta.
De esta manera, vemos cómo se va configurando en el universo digital una lógica de tiempo que se impone al contexto social y a las relaciones humanas. Un universo con sus propias reglas, lógicas e interpretaciones, en el que priman las imágenes, los flujos de información son muy veloces y no hay tiempo para la reflexión.
Un aspecto significativo que como se borran, progresivamente los límites entre lo público y lo privado lo cual afecta a la subjetividad del sujeto. Esta problemática se evidencia, por ejemplo con el uso Facebook, donde las personas publican lo que hacen, lo que piensan y lo que sienten para que todos sus amigos los vean. Y cuantos más “Me gusta” y comentarios tengan, mejor.
Esto está estrechamente ligado con el narcicismo del sujeto el cual parece sostenerse en la cantidad de seguidores que se tienen en la red, aunque no conozca nada de ellos. Así el sujeto pareciera dar cada vez mayor espacio a lo publico en busca de la satisfacción, de la aprobación y del reconocimiento social. Si bien el sujeto siempre estuvo sujetado a la mirada del otro, ahora pareciera ser que lo único que miramos son nuestras pantallas digitales, las cuales no solo constituyen un objeto de consumo sino que generan demandas en el sujeto.
Esto último me recuerda mucho a lo que el pensador recientemente fallecido Zygmunt Bauman se refería con el concepto de “trampa”. Dijo en una de sus últimas entrevistas, al diario El País de España: “La diferencia entre la comunidad y la red es que tú perteneces a la comunidad pero la red te pertenece a ti. Puedes añadir amigos y puedes borrarlos, controlas a la gente con la que te relacionadas. La gente se siente un poco mejor porque la soledad es la gran amenaza en estos tiempos de individualización. Pero en las redes es tan fácil añadir amigos o borrarlos que no necesitas habilidades sociales. Estas las desarrollas cuando estás en la calle, o vas a tu centro de trabajo, y te encuentras con gente con la que tienes que tener una interacción razonable. Ahí tienes que enfrentarte a las dificultades, involucrarte en un diálogo.(…). Las redes sociales no enseñan a dialogar porque es tan fácil evitar la controversia…Mucha gente usa las redes sociales no para unir, no para ampliar sus horizontes, sino al contrario, para encerrarse en lo que llamo zonas de confort, donde el único sonido que oyen es el eco de su voz, donde lo único que ven son los reflejos de su propia cara. Las redes son muy útiles, dan servicios muy placenteros, pero son una trampa”.
Creo que es momento de replantearse qué tipo de vínculos estamos construyendo y entender que si bien la influencia de las redes sociales es inevitable, no es posible que alguien pueda crear un vínculo de apego en una red. Porque las mismas solo proporcionan una interacción rápida y amplia, pero que continua siendo superficial en lo afectivo entre las personas a las que pone en contacto.
Por tanto, la interacción virtual nunca conllevará el esfuerzo de compromiso y responsabilidad que entraña todo vínculo real en la vida real, porque se manejan con diferentes códigos de comunicación. En las relaciones de apego, se adquiere –o no– un código de la intimidad. Este código es muy diferente al código social y convencional, ya que, supone un uso distinto de la mirada, el tacto, el espacio interpersonal, las caricias, los abrazos, los fonemas, las palabras, la expresión de las emociones, etc.
Tal vez, hablando metafóricamente, solo nos queda la posibilidad de resistir, pero ¿es posible negarse al uso de las redes sociales cuando estamos insertos en un sistema que las ha naturalizado hasta el punto de negar las diferencias existentes? ¿Se le puede pedir a las personas un acto de rebeldía?
Para poder responder a dichos interrogantes creo que es necesario resignificar lo que entendemos por resistencia, ya no como un acto heroico y oposicionista, sino tal como Sábato (2000) afirma: “Intuyo que es algo menos formidable, más pequeño, como la fe en un milagro lo que quiero transmitirles, (…). Algo que corresponde a la noche en que vivimos, apenas una vela, algo con qué esperar” (p.72). Simplemente resistir a la intromisión voraz de la tecnología en cada área de nuestra vida.