Esta semana se ha reunido en Nueva York, y bajo el auspicio de la ONU, un panel de expertos en amenazas provocadas por asteroides. El objetivo, establecer protocolos de defensa y prevención de impactos ante la amenaza que constituyen los asteroides cercanos a la Tierra.
A lo largo de diferentes conferencias, los comisarios de la ONU han escuchado a astronautas y astrofísicos con la intención esclarecer el auténtico nivel de riesgo que existe y qué medidas pueden ser viables para contrarrestar el peligro.
Se estima que pueden existir alrededor de un millón de asteroides cercanos a la Tierra, o NEO (Near Earth Objects), aunque sólo ha sido detectada una mínima fracción; se trata de dar con cuerpos oscuros y de tamaños que, aunque peligrosos para los intereses del ser humano, resultan insignificantes en la escala del Cosmos. Una roca de apenas un kilómetro de diámetro tiene capacidad suficiente para arrasar una gran ciudad o, en caso de golpear en el lugar adecuado, colapsar toda la economía mundial en una época en que la vida del planeta, en términos humanos, discurre a través de redes informáticas.
Es por ello que el objetivo prioritario es localizarlos antes de que ellos nos localicen a nosotros, tal y como explica Edward Lu, uno de los creadores de la Fundación B612, una organización que ha iniciado con fondos privados el proyecto para poner en órbita un telescopio de infrarrojos, el Sentinel, destinado exclusivamente a descubrir tales peligros. Los datos del Sentinel permitirán que las agencias gubernamentales dispongan del tiempo suficiente para llevar a cabo las acciones oportunas con que lograr que la roca en cuestión cambie de ruta.
La tecnología para desviar asteroides peligrosos está en marcha. El gran problema, a día de hoy y aunque parezca mentira, es conseguir un compromiso por parte de las agencias involucradas para asumir una responsabilidad de orden planetario, es decir, que sus intereses vayan más allá de la simple seguridad nacional que atañe a cada gobierno en particular.
En este sentido, una de las preocupaciones, según señala Russell Schweickart, de la NASA, es definir hacia dónde desvía cada cual el asteroide: “Si algo va mal durante el proceso de desvío, entonces has provocado un desastre para alguna otra nación que no estaba en riesgo. Por lo tanto, esta decisión de qué hacer, cómo hacerlo y qué sistemas usar ha de ser coordinada de manera internacional. Es por eso por lo que hemos acudido a Naciones Unidas”.
Este tipo de reuniones a nivel internacional, dentro del marco de la ONU, se remonta a 2008, cuando se publicó un primer informe titulado “Amenaza de asteroides: una llamada a la responsabilidad global”, después de que en 2007 la NASA reconociera la importancia de atender a los pequeños asteroides tras comprobar, mediante simulaciones de ordenador, que su poder destructivo era mucho mayor del que se pensaba hasta entonces, no por su impacto sino por explosiones en la atmósfera al estilo de la ocurrida en Tunguska en 1908.
Además del evidente desastre que es el impacto de una roca espacial, también hay que subrayar la acción de la persistente acumulación de partículas procedentes de la desintegración de meteoritos: la continua entrada de material cósmico en el cielo terrestre contribuye a cambios en las zonas altas de la atmósfera que pueden tener importantes repercusiones en el clima, aunque en este ámbito no parece que haya nada claro.
Pero, regresando a la actualidad, el panel de la ONU busca, además de la información interna, concienciar a la opinión pública sobre los riesgos y que los gobernantes estén dispuestos a invertir en el desarrollo de programas de información y planes de protección.
Un asunto este, el de la divulgación pública, que choca de frente con la decisión tomada por Estados Unidos en 2009 de declarar sujeta a secreto militar toda información sobre meteoros extraída de los satélites destinados a ello.
El meteorito caído en Cheliabinsk, Rusia, en febrero de 2013 puede ser un buen motivo para que se tome en serio el asunto. Aquel suceso hizo que muchos dejaran de pensar en las amenazas procedentes del espacio exterior como un tema exclusivo de las películas de ciencia ficción y se dieran cuenta de que vivimos en un planeta conectado al resto del universo y, por tanto, a su dinámica y a sus leyes.
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