Una claridad, la palabra postconflicto hace referencia a una invención lingüístico-técnica que en la arena política y mediática de Colombia se utiliza para definir lo que será el escenario una vez se dé la firma a la negociación entre el gobierno y las Farc (está planeado que sea para el mes de marzo del 2016).
En realidad lo correcto, es postacuerdo, teniendo en cuenta que siempre habrá conflicto, y para argumentar esto, me remito a lo que indica Rafael Grasa, Presidente del ICIP (Instituto Catalán internacional para la paz), “el conflicto es consustancial al ser natural y a las relaciones sociales, siempre habrá conflictos”. Tomo en referencia esto, porque es necesario interpretar y analizar, para que se pueda avanzar sobre algunos retos para el postacuerdo y por ello, lo primero, es dejar los idealismos lingüísticos que surgen alrededor de esta negociación.
Por ende, el uso discursivo es importante, sobre todo para comenzar a trabajar sobre realidades y de una vez desmitificar que con el acuerdo, se tendrá paz total. Lo que se hace en la Habana, es un acuerdo político entre dos actores en conflicto que buscan gestionar sus intereses con una reducción notable de la violencia, y a esto se le puede llamar hacer las paces. Cuando se firme esta negociación, -que se va a firmar-, comienza el proceso de implementación de los acuerdos, en donde realmente, están los retos.
De ninguna manera se tendrá la paz inmediatamente se firmen los acuerdos. Sigue siendo un manejo discursivo mal interpretado por la sociedad o mal comunicado por el gobierno, las Farc y sus equipos.
Por ejemplo, en el negocio que se hace en la Habana, el tema menos importante es el rural, porque a las Farc nunca les ha interesado representar la causa campesina, y por ende no son una digna representación del movimiento campesino colombiano, en realidad, las premisas que fundamentan el objetivo de las Farc al fin de la negociación, son dos básicamente: justicia y poder. Esto es otro debate y conflicto entre discurso y realidad.
Justicia, porque –sobretodo- las élites negociadoras de las Farc, obtendrán a cambio de hacer las paces un beneficio en la purga de sus condenas; y claro que es importante sí pagan cárcel, porque la sociedad espera que así sea, pero en este caso, la justicia se dará, según que tanto lo permita la “paz”. Y en cuanto al poder, éste es el objetivo principal, acceder a él. Esta es la realidad, aunque para muchos de nosotros se tengan inquietudes y discusiones en contra. Aprovecho y me refiero a que como parte de esta realidad, el peor conflicto –a propósito-, el más agotador e insulso se dá con las diatribas de aquellos uribistas y santistas que no tienen más argumentos que la pertenencia o apoyo a un bando u otro. Lo que se debe analizarse son su políticas, por lo menos, inicialmente.
Que no se hable de postconflicto, postacuerdo o construcción de paz sin saber sus implicaciones y realidades políticas, económicas, jurídicas, sociales, culturales, etc. Los retos en el escenario una vez se firme la negociación van más allá de los discursos románticos de una paz inmediata, o ¿qué pasará con la seguridad urbana?, ¿las Fuerzas Militares?, ¿la justicia militar?, ¿el fortalecimiento institucional?, ¿los bandos medios que aspiran al poder que dejaran las élites que se desmovilicen?, ¿el narcotráfico?, ¿las economías ilegales?, entre otras inquietudes.
No quiero decir que se deba o no firmar, -a quien diga algo que refute ideas pasólogas, lo llaman guerrerista-, lo que me atrevo a indicar es que la sociedad debe estar enterada, informada y crítica con lo que suceda, -interesarse y no abstenerse-, al igual que los mensajes del gobierno deberían ser claros y reales, aunque no lo serán, porque la paz es algo ya comprado, sin saber su real costo y aunque la paz es la búsqueda de cualquier Estado y gobierno, el mensaje y discurso debe ser claro, siempre.
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