Son las 5 de la madrugada de un jueves 22 de mayo en Cartagena de Indias y como en otros tiempos lo había hecho su vagabundo colega de la ficción Quincas Berro Dágua, Raúl Gómez Jattin se dispone a morir. Se levanta del duro suelo que desde hace algunos meses le sirve de cariñoso lecho y despereza su alma lavándose el rostro con el agua prístina de una pluma cercana.
Piensa, mientras cierra el grifo, en la fatigosa desdicha de su cuerpo que hacía semanas enteras había olvidado el fresco sacramento del agua corriendo por su desnudez, entonces, decide ir afanosamente en la búsqueda de un baño público en el que pudiese cumplir, así fuera de aquella forma tan mezquina, las motivaciones de su cuerpo.
En el camino se encuentra con dos o tres amigos que interrumpen su bitácora metafísica, los saluda con una alegría que desde hace mucho tiempo pareciera haber emigrado a otras almas menos desdichadas. Las amistades sin saber lo que en pocas horas inevitablemente tendrá que suceder convencen a un reticente Raúl Gómez Jattin para que desayune con ellos, él come con ligereza y habla con sabrosa presunción de un nuevo libro de poemas en el que trabaja desde hace ya muchos años, ellos lo escuchan absortos y estáticos como presagiando el “suicidio público del artista”.
A vuelo de pájaros, los devotos amigos hilvanan en las profundidades de sus almas policromos versos, siguiendo uno a uno los vestigios, las gemas poemáticas lanzadas azarosamente a sus imaginaciones por las prestidigitadoras palabras de Raúl Gómez Jattin. Entonces, de agolpe, como una extenuada Sherezada el poeta decide dar por terminada la charla y se marcha sin gesticular, sin siquiera lanzar adioses en el viento.
Camina a pasos ligeros a pasos evaporados rumbo a las afueras del centro y observa de aquí allá la movilidad de los autos, como seleccionando un candidato entre todos ellos, pero, al cruzar la calle, en su interior un poema, un verso, que tal vez buscaba colmarlo de gloria con ferocidad trataba de aflorar, entonces, abstraído y meditabundo pide a su memoria retener las palabras contra el olvido del que para él fuera el poema que justificaría su existencia.
Lo que sucedió en ese fatigoso instante es perfectamente conocido, una buseta del trasporte público lo arrollaría causándole una muerte instantánea. Sin embargo, Raúl Gómez Jattin como el personaje de Jorge Amado renace cada vez que sus amistades recuerdan su muerte como el más admirable poema jamás escrito y cuando sus lectores inauguran con la lectura cualquiera de sus libros.
Poemas de Raúl Gómez Jattin
Tania Mendoza Robledo
Mujer de una belleza de otra parte
tuviste que cruzar el océano
para encontrar el amor
Te nos fuiste de Petulia casi para siempre
y casi ninguno de nosotros se dio cuenta
de lo ensimismados que estábamos
con nuestras anémicas vidas
para entender tu aventura de amor
Mujer con una carne oscura y silenciosa
Compañera
Ninguno de nosotros supo retenerte
Siempre estabas demasiado ausente
Desde entonces te nos estabas yendo
En el lugar del escenario una trágica creciente
como una luna
como una droga amorosa para el ojo
que la ve y no se sacia de ver tanta hermosura
ardiendo sobre unas miserables
tablas de roble apolillado
Tania Mendoza Robledo
Precoz trágica de los escenarios colombianos
Bruja
Moría en cada noche como la flor de la coraguala
y perfumaba de tristezas
a todo el que tuviera la dicha terrible
de contemplarla
Donde esté la imagino animando
algo casi modesto en apariencia
algo que casi no le importe a nadie
El leopardo
Como fuerza de monte
en un rincón oscuro
la infancia nos acecha
Así el leopardo – Martha Cristina Isabel –
El leopardo se asoma por tus ojos
ha saltado derrumbando años
y sobre mi niñez – de bruces – me he derribado
Sueños de un día trepando los peldaños de la eternidad:
Tú venías por el sol y yo era de barro triste
Tú tenías noticias del universo y yo era ignaro
Los años – Martha – con su carga de piedras afiladas
nos ha separado
Hoy te digo que creo en el pasado
como punto de llegada
Pequeña elegía
Ya para qué seguir siendo árbol
si el verano de dos años
me arrancó las hojas y las flores
Ya para qué seguir siendo árbol
si el viento no canta en mi follaje
si mis pájaros migraron a otros lugares
Ya para qué seguir siendo árbol
sin habitantes
a no ser esos ahorcados que penden
de mis ramas
como frutas podridas en otoño
ELOGIO DE LOS ALUCINÓGENOS
Del hongo stropharia y su herida mortal
derivó mi alma una locura alucinada
de entregarle a mis palabras de siempre
todo el sentido decisivo de la plena vida
Decir mi soledad y sus motivos sin amargura
Acercarme a esa mula vieja de mi angustia
y sacarle de la boca todo el fervor posible
toda su babaza y estrangularla lenta
con poemas anudados por la desolación
De la interminable edad adolescente
otorgada por la cannabis sativa diré
un elogio diferente Su mal es menos bello
Pero hay imágenes en mi escritura
que volvieron gracias a su embrujo enfermizo
Ciertos amores regresaron investidos de fulgor
eterno Algunos pasajes de mi niñez volcaron
su intacta lumbre en el papel Desengaños
de siempre me mostraron sus vísceras
Hay quien confía para la vida en el arte
en la frialdad inteligente de sus razonamientos
Yo voy de lágrima en lágrima prosternado
Acumulando sílabas dolorosas que no nieguen
la risa Que la reafirmen en su cierta posibilidad
de descanso del alma No de su letargo
Voy de hospital en cárcel en conocidos inhóspitos
como ellos Almas con cara de hipodérmica
y lecho de caridad Entregándole mi compañía
a cambio de un hueso infame de alimento
Toda esa gran vida a los alucinógenos debo
La delicadeza de un alma no está casi
en los que se apropia Sino en el desprecio de ese estorbo
sangriento cual banquete de Tiestes
que la opulencia inconsciente ofrece vana y fútil
CASI OBSCENO
Si quisieras oír lo que me digo en la almohada
el rubor de tu rostro sería la recompensa
Son palabras tan íntimas como mi propia carne
que padece el dolor de tu implacable recuerdo
Te cuento ¿Sí? ¿No te vengarás un día? Me digo:
Besaría esa boca lentamente hasta volverla roja
Y en tu sexo el milagro de una mano que baja
en el momento más inesperado y como por azar
lo toca con ese fervor que inspira lo sagrado
No soy malvado trato de enamorarte
intento ser sincero con lo enfermo que estoy
y entrar en el maleficio de tu cuerpo
como un río que teme al mar,
pero siempre muere en él
Príncipe del valle del Sinú
Sus sentimientos más leves que las alas de las garzas
pero fuertes como su vuelo Su virilidad la propia
de un príncipe masculino soñador y altivo Su talante
el del que no quería amar pero ama Su heredad
la tierra Los míticos cebúes blancos y rojizos
Un carruaje de madera y metal violeta oscuro
Como sus ojos Tiene la noche de Damasco en ellos
Su voz la del trueno diluida en el susurro de la brisa
Su elegancia la del caballero del desierto Sus maneras
la presencia de los antepasados orientales fumando
el hachís Batiendo el aire con las pestañas negrísimas
con un fondo morado de ojeras de adicto ancestral
Tendido sobre un cojín de seda verde pistacho
Sus alimentos las almendras Las aceitunas El arroz
La carne cruda con cebolla y trigo El pan ácimo
Las uvas pasas El ajonjolí El coco El yogur ácido
Sus colores el negro El azul y el magenta
Sus elementos el aire y la tierra Su presencia
la de un joven dios agrario alejando el mal invierno
Regalando su fuerza al débil del campo Su esencia
íntima la del adolescente eterno que habita
la ilusión del poeta y su locura de alcanzarlo
en su pleno tránsito fugaz hacia la madurez
familiar a los hábitos poco felices
Su sentido unánime el de la saeta y el corazón palpitante
de la agonía del éxtasis erótico Su placer el desbordamiento íntegro
del ser sobre mis sueños abandonados entre sus manos
Su eternidad en mí la del amor largamente deseado
en lo esencial de cada instante De cada poema
Scherezada
Está enamorada del asesino que la obliga
noche tras noche a exprimir su memoria
de la ancestral leyenda multiforme y extensa
para salvar por un momento su indefensa vida
Y mientras cuenta y cuenta Scherezada
el Califa la besa y acaricia lujurioso
y ella tiene que seguir entreteniéndolo contando
porque el verdugo espera en cada madrugada
Está a merced de quien la oye emocionado
pero no levanta la sentencia a muerte
El artista tiene siempre un mortal enemigo
que lo extenúa en su trabajo interminable
y que cada noche lo perdona y lo ama: él mismo
Li-Po
Las flores del duraznero han caído a la grama
Tienen algo de caracola o de piel sonrosada
El viejo poeta chino se levantó muy temprano
y triste ha sorprendido el desastre del viento
Anoche se embriagó con unos nuevos amigos
que anduvieron muchos días para conocerlo
Todavía conserva en el bolsillo el poema
escrito con afecto por uno de ellos
en la mano una copa de vino
y bebe emocionado mientras mira las flores
Ha escrito tantos versos como ha podido
y siente a la muerte vigilándole los pasos
Beberá todo el día y al anochecer la luna
lo llamará en silencio a mirarla borracho
a perseguir su brillo entre las hojas húmedas
en el reflejo sobre los montes lejanos
y en el agua del río Amarillo la mirará
más hermosa que en lo alto del cielo
y borracho creerá realizado el milagro
de tocarla y mirarla de cerca y besarla
Y Li-Po va en busca de la luna en el agua
del río Amarillo de donde nunca jamás Li-Po
LOLA JATTIN
Más allá de la noche que titila en la infancia
Más allá incluso de mi primer recuerdo
Está Lola – mi madre – frente a un escaparate
empolvándose el rostro y arreglándose el pelo
Tiene ya treinta años de ser hermosa y fuerte
y está enamorada de Joaquín Pablo – mi viejo –
No sabe que en su vientre me oculto para cuando
necesite su fuerte vida la fuerza de la mía
Más allá de estas lágrimas que corren en mi cara
de su dolor inmenso como una puñalada
está Lola – la muerta – aún vibrante y viva
sentada en un balcón mirando los luceros
cuando la brisa de la ciénaga le desarregla
el pelo y ella se lo vuelve a peinar
con algo de pereza y placer concertados
Más allá de este instante que pasó y que no vuelve
estoy oculto yo en el fluir de un tiempo
que me lleva muy lejos y que ahora presiento
Más allá de este verso que me mata en secreto
está la vejez – la muerte – el tiempo inacabable
cuando los dos recuerdos: el de mi madre y el mío
sean un recuerdo solo: este verso
Mariposa
Estoy prisionero
en una cárcel de salud
y me encuentro no marchito
Me encuentro alegre
como una mariposa
acabada de nacer
«¡Oh, quién fuera hipsipila
que dejó la crisálida!»
Vuelo hacia la muerte
Retrato
Si quieres saber del Raúl
que habita estas prisiones
lee estos duros versos
nacidos de la desolación
Poemas amargos
Poemas simples y soñados
crecidos como crece la hierba
entre el pavimento de las calles