“Su muerte nos deja la certeza de que el mundo ha fallado otra vez”
A veces, una imagen se queda. No por su crudeza, sino por su contradicción. Yaqeen Hammad, una niña palestina de 11 años, miraba a cámara y enseñaba cómo sobrevivir en Gaza. Daba recetas con los restos que dejaba el asedio. Dibujaba en su cuaderno cuando los misiles callaban. Y reía, como si el mundo no se estuviera desmoronando alrededor suyo.
Hace apenas unos días, un bombardeo israelí en Deir al-Balah la asesinó a ella, a su madre, a su hermana y a su hermano. La familia Hammad desapareció bajo los escombros de su propia casa. Yaqeen murió como vivió: en resistencia. Su nombre —que significa “certeza”— parece un grito en la garganta de la historia.
¿Qué certeza nos queda a nosotros?
La comunidad internacional, esa figura abstracta tan buena para los discursos y tan cobarde para la acción, seguirá redactando condenas, quizás. O tal vez ni eso. Los medios, con la excepción de algunos comprometidos, pasarán a otro horror. Y nosotros, los que estamos lejos y cómodos, nos indignaremos unos días, compartiremos su rostro tierno en redes, y volveremos a nuestras rutinas.
Pero no. Esta vez no. Algo debe quebrarse.
Porque la muerte de Yaqeen no es solo una consecuencia colateral del conflicto —ese eufemismo siniestro que han inventado los que no saben mirar niños muertos sin justificar a los asesinos—. Su muerte es un crimen. Un crimen contra la infancia, contra la esperanza, contra la verdad. Es la consecuencia lógica de una maquinaria de guerra que deshumaniza hasta que todo es blanco legítimo.
Ella no era un blanco. Era una niña.
Era una influencer, sí. Pero no como las que venden maquillaje o viajes. Ella influía en el corazón. Hablaba con una madurez que dolía. Mostraba la dignidad de un pueblo sitiado, sin necesidad de heroísmo forzado. Hacía visible lo invisible.
Y hoy ya no está.
¿Quién responde por eso? ¿Quién devuelve lo que ya no puede devolverse?
Decía Mahmoud Darwish que “sobre esta tierra, hay algo por lo que merece la pena vivir”. Hoy, esa frase arde. Porque sobre esta tierra, también hay algo que no puede seguir muriendo.
Yaqeen grababa su vida para decirnos que estaba viva. Y nosotros, desde lejos, apenas podemos murmurar lo obvio: matar a una niña que soñaba entre ruinas no es defensa. Es barbarie con cámaras apagadas.
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