Los gobernantes antisistema se han puesto de moda en todo el mundo, principalmente en las sociedades más abiertas, democráticas y prósperas, que se precian de haber alcanzado un alto nivel de bienestar económico, gracias a fuerzas tan poderosas como la revolución tecnológica que ha tenido lugar en el último siglo, y que hoy sigue imparable. En el mundo de la conectividad física y digital, uno de los presupuestos de la actual fase de la globalización, las ciudades, al igual que las regiones, funcionan como organismos vivos con gran autonomía de los estados nacionales a los que pertenecen, y ostentan una gran capacidad de resolver problemas relativos a la seguridad, el medio ambiente, la movilidad, el empleo y las oportunidades de acceder a nuevos mercados o de convertirse en focos atractivos para la inversión extranjera.
Sin embargo, algunos líderes europeos y estadounidenses están poniendo en riesgo la preeminencia de las ciudades o regiones que gobiernan, con decisiones polémicas de alto costo político, económico y social, pues aunque puedan sonar solidarias y plausibles ante muchos ciudadanos y con frecuencia les representen un incremento en su popularidad, al final tendrán consecuencias nocivas para la estabilidad, la calidad de vida, así como para la viabilidad de grandes centros urbanos.
Recientemente, la alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, ha protagonizado un enfrentamiento con los famosos manteros (vendedores ambulantes), que inundan el centro de la capital española. En una carta dirigida a Carmena, el Sindicato de Manteros y Lateros de Madrid y la Asociación Sin Papeles de Madrid, le han pedido que persiga a los policías municipales por la violencia que practican en su contra, cuando llevan a cabo operativos para restablecer el orden. Ya es reconocida la preferencia de la alcaldesa por los manteros y otros grupos habituados a vivir al margen de las instituciones. Por su parte, Ada Colau, alcaldesa de Barcelona y reconocida activista en la capital autonómica de Cataluña, tiene un record de actuaciones espectaculares junto a su gabinete. Argumentando sobre la necesidad de una nueva cultura, se ha ocupado más de rebautizar las calles y avenidas que llevan nombres alusivos a la monarquía o a figuras emblemáticas de la era franquista, o de fijar nuevas tarifas a los empresarios del sector turístico -una de las mayores fuentes de ingresos de la ciudad- y a los visitantes, que de emprender una gestión efectiva.
El caso de California también es paradigmático: el gobernador demócrata Jerry Brown, quien se encuentra en su cuarto mandato, sin ser propiamente antisistema, es señalado por sus críticos por convertir a California en un estado santuario -sanctuary state-, el nombre que se usa para referirse a los estados laxos en lo relativo a la inmigración ilegal, cuando otorgan a indocumentados licencias de conducir o les permiten acceder a diversos servicios sociales, sin tener resuelto su estatus. Además, firmó una ley que aumenta el salario mínimo a quince dólares la hora, para los próximos años. Si se le cuenta como un país independiente, California está entre las diez mayores economías del mundo y es líder global en innovación tecnológica. Pero las decisiones de Brown, aunque le procuren votos, podrían impactar negativamente en la economía estatal.
Como Manuela Carmena, Ada Colau o Jerry Brown, hay otros cientos de líderes, desde luego presentes en América Latina y, particularmente, en Colombia, a los que debemos llevar este mensaje: más gestión y menos política antisistema.