La mirada híbrida

Felipe Jaramillo

Mía, Mía, responde…

Eso es lo único que he escuchado por más de dos días, o eso creo. Es difícil calcular el tiempo en este estado, sin embargo, por más que lo intento, nada he podido hacer. Estoy atrapada, veo borroso y fragmentados los dos mundos en los que he vivido después de la integración. Es una sensación parecida a la que sentí cuando era niña y miraba a través de los caleidoscopios que papá me hacía, pues por más que trato no me sale el habla, el cuerpo no responde. Posterior al último apagón, los sistemas que me introdujeron en el cuerpo, al parecer han sufrido una grave avería dejándome en este limbo que me mantiene enganchada y sin salida.

Es extraño, pero aún en estos momentos en los que la vida no tiene mucho sentido, escuchar mi nombre me trae la misma pregunta de siempre. ¿Mía?, tres letras sin mucho sentido. Los nombres de mis amigos y familiares siempre fueron adecuados, estándar: Catalina, Natalia, Amalia, Viviana, pero el mío era Mía, un posible acróstico de lo que era el mundo en el momento en que nací, algo así: Máquina de Inteligencia Artificial o Máquina 1 A, lo cual indicaría que soy la primera de una especie.

Reiniciemos, ya no hay nada más que se pueda hacer, desconecten el mundo del lado B, así quizás la recuperemos.

Haber nacido en la época de la integración del hombre con la máquina fue quizás lo peor que me pudo haber pasado, pues, aunque desde chica había visto las promociones que vendían la llegada de un anhelado mundo feliz, en realidad lo que trajo ese supuesto mundo feliz fue una desconexión casi total del entorno del mundo natural, un extravío en un mundo artificial creado por el mismo hombre.

El año 2048, en el que nací, ha sido conocido como el año de la singularidad, pues las primeras personas que funcionaron en conexión con la máquina eran ya una realidad. Y con ella las manos, los dedos, esos que en otro momento de la evolución del hombre diferenciaron a los seres humanos de los animales; entraron aceleradamente en desuso, pues ya con la mente y con un simple movimiento de la cabeza se podían mover las cosas. Era el paso del hombre biológico al hombre tecnológico.

¿Por qué no pasa nada? ¿Ya reiniciaron a Mía? Es la única unidad que falta por ser restablecida.

No señor, los sistemas no responden, ni su parte biológica, ni su parte tecnológica reaccionan.

La integración, que ocurrió cuando aún estaba muy chica, según recuerdo, no fue una opción, pues las grandes corporaciones, “los Señores de las Nubes”, se habían tomado el poder y con él una forma fácil de legislar: nada podía estar o funcionar por fuera de la red y cada dato, cada movimiento, cada queja o inconformidad era gestionada por inteligencias artificiales que generaban alertas y planes de mitigación que tenían que ser ejecutados sin reparos por los guardianes del orden, hombres mitad humanos, mitad máquinas que con el tiempo habían perdido totalmente la capacidad de tomar decisiones, ya que, ¿para qué hacerlo?: todo estaba reglado y lo único que había que hacer para “ser feliz” era ceñirse a lo establecido.

El caso mío era especial. Por sorteo en una elección obligatoria fui designada para ser la primera persona en probar el Sistema de la Mirada Híbrida. Mi padre, un fanático de la tecnología, se convirtió después de mi designación en uno de los hombres más influyentes del planeta y, enceguecido, lo único a que aspiró denodadamente fue a que su hija fuera la prueba de un hallazgo trascendente de la historia. Por mi lado, no muy entusiasmada, inicié el proceso.

Algo tenemos que hacer, si no la regresamos, el programa fracasará y con él todos nosotros (se escuchó un par de golpes de ira sobre la mesa). ¡Hagan algo, lo que sea!

Desde la masificación del metaverso y con ella de los ambientes digitales, las personas deambulaban como zombis por las calles. Estas habían decidido ya vivir en esos ambientes y con unas gafas y una conexión a la red se garantizaban “la vida ideal”, una creada por cada uno a su antojo: la figura del cuerpo, el mundo en que se anhelaba habitar. Todo era posible. Vivir en un videojuego, a decir verdad, no se alejaba mucho de lo vivido por el hombre a lo largo de su historia, pues en este se repetían los mismos estereotipos, iguales modas y la creatividad, como sucedió siempre, era inducida, formateada, creada por el marketing. Y en ese mundo los individuos navegaban a sus anchas, pues con la cantidad de datos de que disponían podían llegar a crear y modificar su comportamiento y el de cualquier otra persona.

La intervención fue difícil y algo estrambótica. Para empezar, me retiraron los ojos naturales, unos que a decir verdad funcionaban bastante bien, remplazándolos por unos ojos con memoria conectados a la red. El despertar y los días siguientes a la intervención fueron complicados, pues en vez de ojos tenía un par de computadores y los movimientos de los párpados hacían de mouse, así que un parpadeo significaba aprobación, dos, rechazo… con un movimiento sutil del ojo hacia la derecha pasaba a mi vida en metaverso, y con un movimiento sutil a la izquierda volvía a la vida natural. Tenía lo que la compañía había promocionado como Mirada híbrida, una vida con lado A y lado B, ya que con gafas y periféricos externos podía saltar de un lado a otro creando nuevas realidades, bueno, mejor dicho, nuevas irrealidades.

Si no reacciona en las próximas dos horas, habrá que desconectar a Mía por completo.

Señor, si desconectamos el lado B, es muy posible que terminemos matando el lado A.

Sí, ¿y?…

Después vinieron muchas entrevistas, fotos y pruebas en el laboratorio. No era la vida que soñé, pero al menos estaba viva, podía moverme y no solo deambular entre mis pensamientos como lo hago en este momento. Acostumbrarme al nuevo mecanismo no fue complejo durante mi infancia, pues había sido preparada para estos cambios, ya que era como tener un chip interno que me permitía adaptarme rápidamente, sin complicaciones operativas. Sin embargo, la sensación no era buena, pues muy en mi interior aún conservaba esa rebeldía de antaño de luchar por mi libertad y mi felicidad, cosas que después de la integración habían quedado en solo una ilusión.

¡Nada qué hacer! ¡Desconéctenla!

Señor, ¡morirá instantáneamente!

Sí, será un daño colateral.

¿Me matarían de verdad? Pero sí aún estoy consciente. ¿Acaso no ven que tengo los ojos, o eso que los remplaza, abiertos? ¿Por qué no puedo moverme? ¡No lo hagan! ¡Esperen un momento! ¡Remplacen los circuitos, reviertan la integración, hagan algo, pero no me maten!

Señor, será un asesinato, los medios no dejaran de asediarnos, podemos ser inmovilizados y hasta condenados a muerte por ello.

–¿Y quién les contará? ¿Acaso usted? Aunque se promocione lo contrario, aún las personas mueren de repente y este será el caso de Mía.

No puedo dejar de decir que el mundo sigue igual que siempre, pues sean hombres o máquinas, siempre terminamos asesinando y quitando de en medio aquello que nos estorba, colonizando a la fuerza territorios, arrasando con todo. Estamos hechos de una sola cosa: ego. Al parecer, los dados están tirados y, sean cuales sean los números que caigan, no solo perderé yo, también perd…

Señor, el trabajo está hecho.

 

Fin

Felipe Jaramillo Vélez

Doctor en Filosofía de la Universidad Pontificia Bolivariana, Creador de la escuela de pensamiento Aún Humanos la cual reflexiona sobre el ascenso de la técnica sin reflexión desde el Humanismo.

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