
Hablar de autonomía implica tener la capacidad de decidir e influir, ¿Sobre qué? depende de qué estemos hablando. En este caso, ocupémonos de la autonomía de los gobiernos locales, aprovechando que hoy el debate se ha despertado, tras una ruptura institucional con el gran padre: el gobierno nacional.
Margaret Bowman y William Hampton, en su libro “Democracias locales”, hacen un llamado a la sensatez, sumándole importancia al fortalecimiento de la política local como forma de respuesta a las necesidades básicas insatisfechas. Pretender que el engrandecimiento del Estado central es la solución a las agudas crisis sociales, es desconocer el enorme potencial que hay en el territorio para buscar soluciones prácticas y eficientes.
En el argot popular se dice que, “Nadie conoce las goteras de una casa hasta que vive dentro de ella”, y considero que puede reflejar el panorama que se describe: solo los gobiernos locales padecen las profundas necesidades que hoy golpean a los territorios, y que, debido al pequeño margen de acción otorgado por el Estado central no pueden ser capaces de atender con eficiencia estos problemas; o, como está de moda en estos tiempos, “sanear las deudas históricas”.
Soy un fiel creyente que apostarle a la descentralización es buscar una solución al corto y mediano plazo que merme estos fenómenos sociales. Necesitamos más gobiernos locales con autonomía fiscal, financiera y administrativa que, como dice la autora, contribuyan como institución a la libertad, y, con esta finalidad, cuenten con libertad de información, derecho a no sufrir indigencia y libertad de comportamiento.
Se ha vuelto costumbre convertir a estas instituciones en “pequeños mendigos” de recursos, que, para generar cualquier proyecto estratégico deben tener la santa bendición y aprobación del gobierno central. ¿Por qué? Este hecho, explica que el sistema de ingresos locales sea inflexible, es decir, rígidos al momento de fijar los impuestos territoriales; que de por sí no es malo, pero, coloca en una posición de malabaristas a los alcaldes y gobernadores para ejecutar un plan de gobierno, que termina siendo inejecutable, debido a la escasez presupuestal- sumado a factores como la corrupción-
Recuerdo haber estado en el recinto de la Cámara de Representantes para inicios del mes de diciembre, cuando esta Corporación aprobó en plenaria una reforma al Sistema General de Participaciones (SGP), esto es, los recursos que la Nación transfiere a las entidades territoriales para financiar servicios básicos. Antes de la reforma, se destinaba un poco más del 20% de los ingresos corrientes de la Nación para los territorios, algo bastante irrisorio, y con la reforma, se pretende llegar a un 39,5% de forma gradual. Paradójicamente, esta reforma unió voluntariamente a la mayoría de los sectores políticos: pudo dormir tranquilo ese día el entonces Ministro del Interior.
Si tuviera que describir el mayor reto de la autonomía, lo haría con la corrupción. Fue una de las mayores preocupaciones que rondaron al debate legislativo. Que, Margaret, lo describe como inevitable dentro de la esfera de los gobiernos locales, debido al fuerte sistema partidista que funciona más o menos así: “Un partido político eficaz necesita cinco cosas: puestos, empleos, dinero, trabajadores y votos. Los puestos engendran empleos y dinero; los empleos y el dinero engendran trabajadores; los trabajadores engendran votos y los votos engendran puestos”. Desconocer esta sinergia, es desconocer que un partido político no existe por sí mismo y por los ideales de sus fundadores, y más aún, desconocer prácticas político-locales que van más allá del idealismo de lo políticamente correcto.
Y lo que tampoco se puede permitir, es simplificar este debate al fenómeno de la corrupción, porque de lo contrario, nunca daríamos el gran salto a una mayor autonomía territorial; es de las grandes reflexiones que quedan de la autora y del debate en la C.R., sobre la reforma al SGP. Más autonomía local significa gobiernos con mayor capacidad de gestión y menor dependencia del poder central, lo que se traduce en más libertad y menos mendicidad.
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