La Medellín del tren segunda parte: la ciudad del pecado.

La multitud me atropella, Se mueve tan frenéticamente como si de zombis se tratara, pero no me engaño y descubro que de ella, que parece moverse al unísono, se escurre la vida, un caos vital descomunal. La gente que busca hacerse la vida vendiendo cuanto cosa exista, el que trabaja para el anterior transportando mercaderías, el que quiere comprar comprarlas por algún motivo que solo él sabrá, el que intenta calmar la sed y el hambre de esta multitud y de paso ganarse unos pesos, el que intendenta tener algo de esa comida o bebida o en el mejor de los casos una moneda que le permita una dosis mas que lo lleve al lugar donde el no siente tanto desasosiego, todos se mueven en ese desorden tan controlado que parece , vuelvo y repito, una marcha.

Veo venezolanos en busca de una esperanza escaza en su país que en el nuestro se vuelve desespero algunas veces, realidad otras; personas de otras partes del mundo tan distantes como Norteamérica, Europa o Asia que quizás, buscan descubrir una realidad diferente que revele algunos interrogantes cuyas respuestas no están en un mundo donde estas son pocas. Ya no recuerdo porque estoy aquí, pero me tomo un tinto más, el cuarto del día y sigo desplazándome por el hueco, como ahora llamamos a lo que era Guayaquil y bueno, entonces recuerdo que tengo una deuda con ustedes.

No porque se haya terminado la entrega anterior esta historia o la belle époque llegó a su fin, simplemente nos desplazamos a otros sitios de un, en realidad, corto espacio geográfico. El área metropolitana de la Medellín de hoy es uno de los espacios urbanos más densos del mundo y es fácil entender por qué: desde un sitio alto puedes ver casi todo el espacio de la ciudad escurriéndose por un valle estrecho con más pinta de cañón en algunos de sus puntos, en los cuales las montañas intentan tocarse y después acomodas más de cuatro millones de personas en ese limitado espacio. Ciudades más grandes hay muchas, pero afortunadamente para ellas no están en ese Rankin.

Sin irnos muy por las ramas localicémonos en uno de los lugares donde esa multitud se hace más patente y donde además, el poder se ha establecido hoy. El sector de la alpujarra y sus alrededores han experimentado el despertar, auge y decadencia, pero como si del ave fénix se tratara siempre ha renacido. No es para más que quienes desarrollaron esta parte de la cuidad la pueden ver hoy como deseaban que fuera: pletórica en comercio; sin embargo, la historia no siempre es lo que deseamos que sea, aunque quizás por la preponderancia que tienen nuestros sesgos cognitivos marcados por sentimientos como el orgullo y la arrogancia, optemos por contarla de manera conveniente.

LA ALPUJARRA, AVENIDA EL FERROCARRIL, GUAYAQUIL.

Tendría como ocho o nueve años cuando tuve por primera vez conciencia de estar en ese lugar. Posiblemente pasé muchas veces por allí, pero en momentos en los cuales era intrascendente el espacio y el tiempo, tal cual sucede en los primeros años de vida. De esa primera vez conservo la impresión de caos y decadencia propia de alguna de las versiones de Mad Max o cualquier otra historia distópica de los ochentas: todo en ruinas, caos, el peligro flotando en el ambiente y una mezcla tal de olores que era imposible determinar si era agradable o nauseabundo pues se mezclaban el aroma de las frutas maduras con el hedor del pescado podrido así que solo cabe el adjetivo de desconcertante para describirlo; sin embargo, no solo era lo sensorial lo que te desconcertaba: la pillería abierta, la calle y la lujuria se agitaban por todo ese espacio impidiendo que pudieras siquiera cerrar los ojos si lo que querías era conservar tus pertenencias. Para un chico nacido y criado en la otra banda este lugar representaba todo su imaginario: la atracción de lo prohibido, la oportunidad de conseguir lo deseado llámese cachivache o artilugio, el límite de la visión de lo permitido y el inicio de lo que se intuía prohibido, el mundo de la imaginación, pero hablemos más del guayaco mórbido de los ochentas y volvamos a la belle époque y no perdamos el rumbo de nuestra historia.

Como les conté en la anterior entrega, el paso vacilante del ferrocarril fue importante pues fue permitiendo el flujo creciente de mercancías en doble sentido tanto con la salida de las exportaciones que generaban divisas importantes sino además la entrada de maquinarias que permitieron la industrialización y es por eso también que la ciudad del tren se formó alrededor de la antigua ciudad (en actual centro) y las estaciones terminales en ella, ubicadas en el eje del rio Medellín o Porce según se quiera decir, Es aquí donde se estableció el centro económico de la nueva y floreciente ciudad, el café se acopiaba en las bodegas de la federación en lo que hoy es parque de los pies descalzos y el edifico de empresas públicas, al oriente estaba la estación central del ferrocarril donde hoy permanece acompañando al centro administrativo de la alpujarra pasando de alguna forma el testigo del poder a esa nueva ciudad que emergió posteriormente. Al frente se encontraban las bodegas donde se descargaban las maderas: cedro, roble y el ya casi desaparecido comino, el árbol de la colonización del que se pueden obtener bellas piezas pero que se demora cien años en crecer y ciento veinte en dar semilla y tristemente desperdiciada en las labores tan tristemente triviales como la fabricación de los durmientes de tren. Esta es quizás, una de las razones por la cual hoy la avenida el ferrocarril y zonas aledañas es lo que hoy llamamos barrio triste, lleno de aserríos y talleres entre otras cosas, como su hermosa iglesia neogótica perdida en la descomposición de la ciudad.

Un personaje del que les hablé recientemente y que encontraremos recurrentemente en este relato, Carlos Coroliano Amador, propone la construcción de una gran plaza de mercado que cumpliera las veces de mayorista y minorista aprovechando que allí llega el ferrocarril y no hacía falta sospechar, que era el amo y señor de los terrenos adyacentes. Este que podríamos decir fue primer ancestro del centro comercial era la plaza de Guayaquil, hoy plaza Cisneros o de las luces, donde llegaban los alimentos y productos de las provincias a la par que se vendían los textiles y pertrechos producidos por la naciente industria local o los que llegaban importados, ya sea para consumo local o para reenviarlos al resto de la provincia. Seguro en su época el sector hervía de gente que intercambiaba el dinero en busca de lo deseado: obtener los víveres de la semana, conseguir las mercaderías para el negocio o vender las propias, comprar o vender placeres efímeros y en ese entonces prohibidos, asaltar, timar o caer ebrio en una esquina. No solo estaba la plaza y el ferrocarril, sino que fueron apareciendo variadas edificaciones dedicadas a todos los usos posibles y propios de un floreciente sector comercial entre los que destacaban los edificios Carré, que hoy permanecen en el costado oriental.

Construidos por Charles Carré para Eduardo Vásquez (en realidad son Carré y Vásquez) fueron centros de comercio y hoteles de lujo para los visitantes que venían a hacer negocios, estaban en el costado de la plaza y todavía permanecen allí, aunque ya la plaza no, pues se incendió el 7 de abril del año 1968. De esto la plaza no logró recuperarse; sin embargo, para esa época ya había comenzado la decadencia. Desde su auge y debido al desplazamiento de la población a otras partes de la ciudad, el comercio minorista fue desplazándose, aunque nunca del todo y el sector comenzó a ser una zona de tolerancia no declarada, pero donde se iba acumulando la decadencia humana. La plaza terminó demolida, los edificios Carré convertidos en prostíbulos, el ferrocarril abandonado y así todo entró en una espiral de decadencia que parecía sin retorno, pero renacería unas décadas después.

Algo importante es que este punto está ubicado sobre el eje del rio, la vía de transporte natural del valle de Aburrá por lo que se conectaba por ahí norte y sur, y permitiría además el establecimiento de la industria en todo ese eje, tal cual podemos ver todavía el día de hoy. Preservar el sector del rio hizo posible la futura construcción del metro y muchas otras cosas más.

AVENIDA LA PLAYA

Antes de la aparición de prado, de lo cual ya hablaremos, la clase alta de la ciudad vivía en lo que hoy es la avenida la playa, pero era bastante diferente de lo que podemos ver hoy. Si pudiéramos ver la playa a principios de siglo lo primero que veríamos sería la quebrada santa Elena, la cual corre hoy por debajo de la vía y si todavía dudas si el nombre “Elena” debería escribirse con h pues sí, pero resulta que alguien se robó la letra por el camino, seguro sin saber que era muda. No solo era la quebrada sino las construcciones neoclásicas de las que hoy quedan pocas siendo la mas representativa la casa Barrientos. Algunas desaparecidas relevantes como el palacete que Coroliano Amador le construyó a su hijo José maría que se localizaba en la esquina sur occidental de la playa con la oriental, donde se dio aquel drama de la peste que les conté en la anterior entrega.

No solo las construcciones perdidas sino además el entorno apacible de la quebrada con sus muros de piedra y los hermosos puentes que permitieron que el centro se fuera extendiendo hacia el norte pues en un principio, antes de que los puentes existieran, solo la orilla sur estaba urbanizada pues no era posible pasar a la otra orilla. los puentes son hermosos pues todavía existen, aunque desafortunadamente debajo de la calzada actual, hoy la ciudad se trepa por la cañada ya arañando el corregimiento de santa Elena, pero en esa época solo llegaba hasta mucho mas abajo, donde hoy está el sector de la toma que era y es un barrio popular habitado por obreros, e iba buscando la desembocadura por donde hoy está la plaza minorista. Ya para esa época estaba muy contaminada así que el plan de cubrirla ya estaba en la mesa desde hace tiempo, mas no los recursos así que afortunadamente las bellas fotografías de ese entonces no venían acompañadas de olor.

Quizás una de las edificaciones mas bellas que estaba en la avenida la playa era el teatro Junín que junto con el teatro Europa estaba ubicado en la esquina de la carrera con su mismo nombre y la playa, en ese entonces todavía la quebrada santa Elena. Junto al cercano y también posteriormente demolido teatro Bolívar fueron el núcleo cultural de la Medellín de principios del s. XX. Lugar donde llegaban compañías de ópera, zarzuela, Compañías de teatro y lugar donde se proyectaron muchas de las películas de la época dorada del cine mexicano que junto con el tango tuvieron gran influencia en todas las clases sociales de la ciudad y que incluso, usando las vías férreas se expandieron por los pueblos para servir de crisol a lo que sería la música de carrilera, genero musical que hablaba de las tristezas y nostalgias, de amores que llegaban y se marchaban rápido, tan rápido como lo hacia el tren cargado de mercancías e historias.

El teatro era una joya del art Nouveau diseñado por el incansable Agustín Goevers para don Gonzalo Mejía, uno de los personajes mas importantes de la historia no solo de la ciudad sino del país y  que seguro es un gran desconocido para muchos antioqueños por no hablar de los colombianos en su conjunto. Pionero del transporte aéreo tanto por el rio magdalena como gran promotor de lo que sería el aeropuerto Olaya herrera y no solo de estos hitos de por si importantes, sino además gran promotor de la carretera al mar y el cine llegando a realizar la primera película en Colombia donde además le tocó ser actor. Posiblemente bajo el cielo antioqueño, como se llamó a esta película, está lejos de la altura de las grandes obras contemporáneas de expresionismo alemán siendo la trama es más bien inocente, provinciana y bastante aburrida, pero sin intereses de obrar de crítico, no queda más que resaltar el valor de este experimento y todo lo que ello representó.

Gonzalo Mejía, así como otros grandes personajes de esa época como Alejandro Echavarría y su hijo Diego Echavarría era parte de esos ricos a los que Corolino Amador hizo ricos. para esa época ya la elite se estaba desplazando de la playa a prado y la opulencia y prosperidad se respiraban por todos lados, uno de los símbolos de ello fue precisamente el teatro Junín, una verdadera joya que no supimos conservar y que fue reemplazado por el hoy también icónico edificio Coltejer.

Ya para ese tiempo poco quedaba del palacio que Coroliano Amador construyó para su hijo, ya el epicentro de todo lo interesante, se había desplazado al otro lado, más hacia el norte de la quebrada santa Elena, en el barrio prado. La playa comenzaba a languidecer, pero era todavía un centro cultural importante. Estaba el instituto de bellas artes y de una u otra forma hacia honor a los movimientos culturales que sacudieron los cimientos de esta sociedad tan conservadora. Los Pánidas, Pedro Nel Gómez, Débora Arango, Porfirio Barba Jacob e incluso Fernando Botero entre otros, son tan variados y distribuidos en el tiempo y espacio que difícilmente podríamos agruparlos, aunque sus tiempos y voluntades se traslaparan como tejido, como la tela que se empezaba a tejer, de una forma de ver el espacio geográfico de la ciudad y la región, La cultura y porque no la herencia histórica de una forma diferente.

Estas historias merecen un espacio aparte así que no hablaré más de ello aquí cuando ya el espacio se hace escaso, solo diré que la quebrada se hizo tan insalubre que hubo que cubrirla como eventualmente pasó con todas las del centro. El comienzo de ello marcó el final de este periodo, al final la quebrada fue sepultada por el asfalto, el teatro cayó, Las casonas casi todas se fueron también, quedando solo la casa Barrientos que permaneció gracias al capricho ciego de personas apegadas a su pasado que se hundieron lentamente, Para nuestro bien, en su decadencia dejando una muestra si se quiere escaza de la antigua grandeza de este sector.  Aquí se podría acabar esta historia si solo fuéramos a tratar de la playa, pero como la Medellín del tren tiene más cosas por contar y mas espacios por descubrir nos veremos luego.

Luis Guillermo Arboleda

Aunque soy ingeniero de profesión y nunca arrepentido de ello, graduado de la universidad de Antioquia y fanático del rugby, la inquietud por la literatura, el arte y la historia y muchas de las más variadas formas de hablar del mundo siempre estuvieron y están hoy presentes en mí. En un mundo donde lo ecléctico se desecha, aunque hace más falta que nunca. se hace un intento en recomponer la conexión entre los saberes, las conexiones con lo que somos.

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