La Medellín del tren cuarta parte: lo humano y lo divino

Voy caminando y difícilmente puedo cerrar los ojos, no se pueden cerrar si vas por donde paso en este momento. Mil vendedores de todo lo imaginable esperando el esquivo peso que resuelva las angustias del momento, para permitir que llegue la noche y la suceda la mañana que nuevas angustias traerá. Seguro yo lo veo con cierto aire de pesimismo más no así la mayoría de las personas que se juegan su destino en estas calles ajetreadas y en cierta forma salvajes, que, ya acostumbrados a esa dura rutina, saben escurrir cada momento de intensidad y disfrutar con lo mas mínimo, quizás este disfrutar de lo más mínimo sea la gran ganancia de esa forma tan estoica de vivir.

No cierro los ojos no para evitar ver las mercaderías varias, alimentos no caracterizados por su conveniencia para la salud, toda clase de menjurjes para curar desde un juanete rebelde hasta un cáncer en potencia pues mas que el colesterol y el azúcar en mi sangre cuido mis pertenencias e integridad porque en este mundo muchos las codician y de manera solapada las miran con interés.

El parque de Berrío, con la estatua del antiguo gobernador en el medio es un mosaico roto donde se mezclan la candelaria, uno de los pocos edificios de la época colonial que sobreviven en la ciudad – que básicamente son dos iglesias- y otras más de diferentes épocas. Sobreviven algunos edificios republicanos en el parque y los alrededores, pero la gran mayoría son de épocas mucho mas recientes, cuando la ciudad soñó con rascacielos. Posteriormente el metro se llevó una buena parte convirtiendo el parque en una simple plazoleta de estación.

Antes de la playa o prado este era el lugar donde pasaban cosas interesantes – que no fueran atracos- pero hablamos de las épocas de la colonia. En sus alrededores se habían establecido los habitantes mas prominentes de la ciudad, pero ello iría cambiando radicalmente con el paso del tiempo y el establecimiento de cada muevo orden, pero la ciudad del tren todavía le daría a este lugar una valoración especial. La ciudad ha demostrado ese afán casi viscoso de mover sus sitios de interés, al menos para los ciudadanos pudientes, de un lugar a otro: del parque de Berrio a la playa, de la playa a prado, de prado a laureles, de laureles al poblado, del poblado a llano grande ya en Rionegro. Tal ha sido el interés de fugarse y abandonar la ciudad cuando cree que esta ya esta no corresponde a sus deseos.

En la época de la ciudad del tren, este ya no era el lugar donde la gente aspiraba vivir, pero igual seguía siendo un lugar que vivía su trama particular y se convirtió de una u otra forma en le ágora de la ciudad. No en vano si la gente rica vivía en la playa y posteriormente en prado, la industria estaba hacia el sur; en primera instancia la iglesia, pero posteriormente él estado que igualmente representaban el poder directo sobre las almas estaba establecido en este lugar y al menos por varias décadas ahí estuvo.

Además de la candelaria y la estatua olvidada de Pedro Justo Berrio, esta hoy la estatua de la gorda, un torso de gran volumetría característico de su creador, Fernando Botero, que fue el punto de encuentro de muchos en la ciudad y sobre todo las personas del pueblo: las muchachas que venían de los pueblos a trabajar en el servicio doméstico, las empleadas de múltiples negocios pequeños o los vigilantes de los bancos, todos ellos en espera del amor y que tiene también su presencia en la cercana plaza botero que no es de la época de la cual hablamos, pero que si están cerca de una de las más imponentes construcciones de la ciudad, el antiguo edificio de la gobernación que como cosa rara fue construido por Agustín Goovaerts. Un edifico grande, neogótico con cúpula y contrafuertes, que su arquitecto imaginó enorme, con jardines que se extendía al occidente pero que los escases de recursos -o de visión- condenaron a un enanismo colosal al compararlo, claro está, con el proyecto original.

Cerca están el hotel Nutibara, otra joya del art decó de los cuarentas y cincuentas, que yace erguido al lado de los edificios de la naviera y el portabandejas en lo que es una extensión del mismo parque de Berrío separados por la calle del codo, callejón donde en otras épocas se reunían los noctámbulos o amanecidos a buscar un caldo de sancocho que los reviviera solo para fenecer poco después una vez más. Sitio de reunión de los trabajadores y seguro de las tertulias trasnochadas de muchos, uno podría preguntarse de que hablarían en ese tiempo: de las palabras encendidas de monseñor Builes o las de Gaitán, de la nueva película mexicana o de cualquier trivialidad cotidiana.

Bajamos un poco y mientras vemos el edificio Bedout y sus tres bustos que parecen de la ciudad gótica y que hoy muestran el evidente paso del tiempo y el poco interés por mantenerlos bien, en medio de un mar de personas, que como todas las que transitan por allí van en busca del pan de cada día, unas tratando de vender algún par de medias o un reloj de muy dudosa calidad, otros a la espera de alguna victima fácil, otros van en busca del trabajo o del placer que ofrece el mercado de la carne y la pasión que nunca se cierra y que contrasta con la iglesia de la Veracruz, o más todavía, con govindas, el centro de los hare krishna.

Cerca estaba el otro imponente palacio sobreviviente, el palacio nacional, que era la sede del poder judicial y donde era frecuente ver volar por los aires a los desconsolados convictos recién condenados que preferían encontrar el pavimento algunos de metros más abajo que permanecer una temporada en la isla gorgona a donde habían sido condenados no precisamente a ver ballenas jorobadas. Carabobo sobre donde nos debemos encontrar en este momento, solía ser una calle inundada de automóviles y personas en una lucha asfixiante por el espacio escaso en esta calle estrecha, pero hoy ya peatonalizada y que a pesar de todo que sigue llena; sin embargo, ya lo está solo de personas y fue lo mejor que pudo pasar. Se ha pensado hacerlo con todo el centro y se avanza en ello, mas lento de lo debido muy a mi parecer.

Toca deshacer el camino para buscar Junín, calle legendaria en la época por venir, pasamos por la esquina por donde estaba el teatro Junín y seguimos caminando entra la multitud que se mueve despreocupada por esta avenida peatonalizada que hasta hace unos años sirvió de punto de encuentro y donde los fines de semana la vida fluía en una cascada de emociones, los más jóvenes en busca del amor prometido, los mayores de un buen momento en el Versalles o el Astor, otros en pos de un momento de relax y ver como se agitaba un nuevo mundo lejos de estas tierras donde poco pasaba. Los almacenes de todo tipo pululaban y pululan todavía hoy, los fotógrafos inmortalizaban los momentos décadas antes de las selfies con sus entonces muy modernas cámaras de polaroid.

Unos pocos minutos y ya estamos en el parque de bolívar de frente a la catedral primada que no fue construida por Goovaerts, pero si por Charles Carré y es catalogada como la construcción más grande del mundo en adobe, el material preferido de Carré y es posible que así sea. la catedral vendría a reemplazar la candelaria como principal templo de la ciudad y por derecha, la antigua humildad por un nuevo afán de ostentación en una sociedad donde lo sacro, más específicamente católico y tradicional, tenía un lugar preponderante. Casi contiguo a la catedral está el antiguo palacio arzobispal también imponente y configurando lo que podríamos decir el poder celestial en contraposición al poder terrenal establecido en el lugar donde antes estábamos, es decir, el parque de Berrio y alrededores.

La catedral comenzó a construirse al final del siglo diecinueve y se iba irguiendo a los cielos mientras también lo hacia la nueva ciudad que exigía un nuevo puesto, un prestigio antes negado y del que en ese entonces ya era merecedora. Es imponente y sobria a mi entender si se la compara con otras que he tenido la fortuna de ver, pues aun siendo agnóstico puedo admirar la grandilocuencia del arte religioso y de lo que representa, su mágico órgano de tubos, sus amplias naves y aun sus muros pesados románicos que se anteponen a los gráciles y casi etéreos muros góticos con sus arbotantes y contrafuertes.

No se puede decir que solo fuera el poder celestial el establecido allí pues el contiguo barrio Villanueva era lugar de vivienda de muchos ciudadanos afortunados y el también cercano barrio prado lo era de otros que eran todavía más afortunados. En aquellos tiempos podía decirse que eran un continuo hasta que se decidió construir la avenida oriental por recomendación de los arquitectos Wiesner y Sart como parte del plan de desarrollo que buscaba convertir la ciudad en una próspera urbe.

Muchos atañen al metro por venir las desgracias actuales del sector, pero el verdadero y silencioso asesino fue dicha avenida. Como habíamos dicho, los barrios Villanueva y prado o incluso la parte norteña de Boston obraban como una sola entidad en ese sector. Al construirse la avenida oriental, además de la gran cantidad de construcciones que se perdieron, se creo una desconexión entre prado y el parque de Bolívar y Villanueva perdiendo el primero su único parque y al parque de muchos de sus habitantes, el constante trafico fue ahuyentando a las personas y sus actividades mas cotidianas e intimas y esto fue desplazando a los moradores hacia otros lugares mientras estos eran tomados por seres errantes, temporales y el afán del espacio para vivirlo se perdió.

Hoy en el caos invivible que es el sector se mantiene como símbolo de resistencia el llamado árbol de Medellín, un pequeño carbonero del cual solo existen cinco en toda la ciudad y en el mundo pues es endémico de ella. No hay forma de reproducirlo pues según parece su polinizador natural, presuntamente un murciélago, se marchó primero y el se resiste a dejarse reproducir por otro método así que como su amiguito, el desconocido murciélago, el árbol está condenado a la extinción como pareciera estarlo también sus alrededores cubiertos por una niebla decadente cada vez más espesa.

No lejos de allí el ojo de Horus nos vigila y aunque visiblemente afectado por el paso del tiempo se niega a cerrarse, mira la ciudad desde lo alto de la torre del palacio egipcio, una ostentosa construcción creada por el arquitecto Nel Rodríguez para el optómetra Fernando estrada en el año de 1932. Con algunos bustos traídos desde Egipto daban testimonio vivo de la pasión del orgulloso dueño por el misterioso Egipto faraónico y algo que seguramente puso a muchos a hablar de la presunta afiliación a la masonería del dueño, una especulación que ante el afán militantemente religioso de los habitantes de la ciudad no era raro que apareciera y es algo que seguramente inflamaba la cabeza de los curas que habitaban cerca y que seguro como Monseñor Builes soñaban con quemar todo lo que oliera a liberal, Mazón o escépticamente agnóstico.

Como el palacio el barrio prado mostraba el nuevo esplendor a un nivel mayor que el que se podía ver en la playa pues la prosperidad era creciente y así como el optómetra estrada todos los afortunados miembros de la burguesía medellinense no escatimaban en esfuerzos por demostrarlo. Aquí se filmó bajo el cielo antioqueño, que como habíamos dicho, fue el primer largometraje filmado en Colombia y que narraba el día a día de aquella naciente burguesía de una forma bastante aburrida por demás. Las enormes y bellas casaquintas y palacetes todavía pueblan el barrio que, si bien va cayendo en el olvido del que urge rescatarlo, todavía se yergue para mostrar un pasado que al menos para él fue mejor, todavía se puede recorrer y disfrutar de sus calles que permanecen solas y empinadas, aunque no tanto como las de los barrios vecinos donde ya la montaña se comienza a levantar vigorosa. A mi parecer son un activo desaprovechado, y mucho, de la ciudad.

Aunque los locos años veinte fue una época de desenfreno en todo sentido y donde la gente por fin celebró la vida sin medida ni pudor, era algo ajeno a la cultura excesivamente conservadora denominada por sermones y rosarios, por miradas inquisitorias que venían de todas las esquinas, balcones o ventanas; sin embargo, la creciente capacidad de los medios de comunicación iba haciendo cada vez mas pequeño el mundo y la presa de la moralidad mojigata iba haciendo aguas por las cada vez mas anchas grietas. Emil Ciorán alguna vez habló de que quien se revela contra las hormonas termina postrado ante el tufo de una prostituta y eso seguramente les pasaba a los prohombres de la época, sacrosantos patrones en sus casas, todos unos faunos en la calle y es que igualmente nunca se podía vencer el verdadero imperio del placer. Lovaina inspiró a toda esa generación de uno u otra manera y quedó igualmente grabada en la cultura de la ciudad desde su estética hasta su narrativa.

Lovaina y los burdeles estaba cerca de prado. Algunos lujosos, otros no tanto o incluso de mala muerte, ya cerca de los límites de la ciudad y de la salida del tren, si bien un poco más allá estaba el barrio Manrique y Aranjuez donde Vivian cases medias y obreras, donde el tango reinaba en las calles, donde se levantaba y se levanta la casa gardeliana y como no, la efigie del zorzal criollo en la cuarenta y cinco. También cerca estaba el bosque municipal donde hoy está el parque norte, como les conté anteriormente en los límites de la ciudad, que estaba pensado, así como el central park para generar un espacio donde las personas pudieran socializar en un ambiente más allá del comercial, laboral o religioso, remando un rato en su lago, tomando un pequeño paseo o en cualquiera más de las actividades que allí se les ofrecían.  No podemos decir que el parque se perdió, aunque nunca llegó a ser lo que se quería por razones que nos ocuparían un buen espacio.

Hacia el otro lado del rio solo los entonces pequeños corregimientos de Ana (robledo), la granja (la América) y Belén -la entonces conocida como la otra banda- sobresalían en una dispersión de pequeñas casas campesinas, casas de veraneo de los habitantes de la ciudad del tren, pero que pronto crecerían sin control; sin embargo, ya esta es la historia de otra Medellín de la que pronto hablaremos.

Para concluir no nos queda decir que esta Medellín y las otras son contradictorias, con un espíritu reformista y modernista donde todo lo solido se desvanecía en el aire y otra inamovible que no cambiaba permaneciendo pétrea a un nuevo mundo. Estas posibles contradicciones le dan un brillo espacial a la ciudad, un espíritu diferenciador y una identidad rara pero solida y que con errores crasos ha sabido ser exitosa como proyecto social si bien los tiempos por venir le imponen los retos de transformarse y conservarse, de valorar correctamente lo que se transforma y lo que se conserva. Este juicio siempre ha tenido sus implicaciones en todas las sociedades como veremos en la Medellín que emergió de las cenizas de la vieja, donde otros dramas se hicieron presentes, pero reitero, eso ya es otra historia.

Luis Guillermo Arboleda

Aunque soy ingeniero de profesión y nunca arrepentido de ello, graduado de la universidad de Antioquia y fanático del rugby, la inquietud por la literatura, el arte y la historia y muchas de las más variadas formas de hablar del mundo siempre estuvieron y están hoy presentes en mí. En un mundo donde lo ecléctico se desecha, aunque hace más falta que nunca. se hace un intento en recomponer la conexión entre los saberes, las conexiones con lo que somos.

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