El presidente López Obrador demuestra, todos los días, que es un genio de la comunicación política. No sólo sabe cómo darle un giro a los eventos negativos de su administración, para convertirlos en positivos, sino que tiene una capacidad inigualable para cambiar la agenda pública, de tal suerte que no se hable de los temas que perjudican a su gobierno en la opinión pública y publicada.
Esta capacidad que siempre ha tenido en su carrera política, ahora se ha magnificado con el poder de la Presidencia. En este país, se le suele dar un mayor peso a la voz presidencial que a otras, vieja herencia del priísmo. Voz que, desde que comenzó el sexenio, ha insistido en la agenda política y pública a través de su conferencia matutina, a la cual se le apoda La Mañanera. Andrés Manuel busca crear la agenda del día con su conferencia, todos los días; la conferencia matutina es la herramienta ideal para hablar sobre cualquier tema del que AMLO quiera hablar o del que se le presenta.
No hay día en que no sea noticia las declaraciones que da desde temprano el presidente. La Mañanera se ha convertido en un nuevo ritual político, que como lo explica Álvaro López (2005), son estos rituales el vehículo ideal para la dramatización y mitificación del poder, difunden la creencia de legitimidad de un gobierno y estructuran las identidades colectivas.
Sin embargo, esta conferencia matutina es la base que legitima el gobierno lopezobradorista. En la conferencia abunda la búsqueda de conflicto, no explícito (ya que AMLO siempre usa frases ya estereotipadas como “no vamos a caer en provocaciones”, “no nos vamos a pelear”, etc.), donde lo que hace el presidente es agredir, confrontar e incluso insultar a los que no apoyan su proyecto de nación, ya sean políticos de oposición o misma gente de su gobierno.
El presidente AMLO utiliza el conflicto como una forma de mantenerse como “eterno opositor”, donde todas las fuerzas políticas y de opinión que no están de acuerdo con su forma de gobernar (y no necesariamente opositoras) conforman un bloque, denominado por él como “conservador” — tratando de emular los bloques políticos del siglo XIX—.
Como opositor AMLO logró grandes resultados, ya que fue el gran referente para la crítica de las administraciones federales. Sin embargo, como presidente su popularidad cada día va a la baja, las bases de su partido político Morena cada vez son menos (basta ver los mediocres resultados de la consulta popular), y tiene que recurrir cada vez más, a confrontar a los que piensan diferente para tratar de salir victorioso en esos conflictos, muchas veces, artificiales, donde el presidente arma una tormenta en donde apenas está nublado.
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