La mala educación

La debacle educativa institucional de lo que va de la segunda década del siglo XXI no debe considerarse un error medible o una explosión controlada, sino más bien la consecuencia previsible de la mala sinergia entre las formas y el contenido de la educación postsecundaria. Una educación descontextualizada, carente de racionalidad crítica y tecnológica, y mal fundamentada genera estructuras frágiles y efímeras.

Hace una semana, el doctor Javier Mejía Cubillos publicó en El Colombiano el artículo de opinión titulado “El declive de los economistas”, en el cual expone las razones detrás de la pérdida de relevancia de la economía como disciplina central en las ciencias sociales. Según el autor, este fenómeno se debe a un cambio en el enfoque académico, que ha alejado a los economistas de su fortaleza principal —el entendimiento de los mercados— hacia el uso de datos para responder preguntas más amplias, un ámbito ahora dominado por disciplinas como la ciencia de datos.

Este giro en la manera en que hoy se presenta la educación superior económica ha llevado a investigaciones menos relevantes, centradas en cuestiones demasiado especializadas o de escaso interés para la sociedad. Es notorio que los debates públicos se han desplazado hacia temas antes menor tratados, como género, raza, medioambiente y salud mental, áreas donde los economistas tienen menor formación y presencia, cediendo protagonismo a otras disciplinas.

No hay que ir muy lejos para vislumbrar tal suceso. En la Facultad de Economía de una de las Universidades antioqueñas más reconocidas (de la cual se reserva el nombre) es posible toparse con prácticas implementadas donde el clientelismo, el nepotismo y la falta de un enfoque misional en la investigación y la academia, entre otras dinámicas, han impactado de manera significativa la calidad educativa, divulgando discursos casquivanos que poco sirven para la construcción de verdaderos diálogos de saberes.

El verdaderamente espinoso de tal facultad no radica únicamente en su aparente indiferencia hacia la resolución de las problemáticas sociales existentes que hoy ocupan la agenda (lo cual ya es una cuestión grave), sino en la carencia de herramientas necesarias para abordarlas de manera efectiva. En la Universidad del santo padre, la formación económica parece centrarse en producir adeptos huérfanos del “dataísmo”, sin estructuración matemática y capacidad de racionalizar, lo que resulta en una facultad sin una misionalidad coherente, sin capacidad crítica y sin autogestión.

El liderazgo institucional, por su parte, se fundamenta en el clientelismo: directivos sin trayectoria académica visible, colocados en sus cargos gracias a una “mano invisible” que, más que una metáfora de mercado, esta se asemeja a una «mano negra». Este fenómeno está asociado al nepotismo, donde las decisiones no responden a criterios académicos, sino a favores y conexiones personales. Dichas irregularidades, aunque ampliamente reconocidas en susurros, permanecen impunes bajo un pacto implícito de silencio: «lo que Dios ha unido, que los buenos vínculos académicos no lo separen».

Es difícil negar que el modelo neoliberal, tan enfatizado en la estructuración económica, parece ausente en la facultad encargada de impartirlo. Conceptos clave como competitividad, meritocracia y capacidad “técnica” (técnico un mecánico o un ingeniero), junto con un entendimiento profundo de los mercados, no parecen ser el eje central del pregrado. Mucho menos lo es la prometida innovación de las llamadas «Ciencias tácticas (estratégicas)».

Se trata de un pregrado carente de objetivos claros y capacidades significativas, donde, lamentablemente, herramientas como Excel y PowerPoint se convierten en el eje de un enfoque academicista superficial. Un programa educativo así está destinado a desaparecer sin dignidad. La construcción de conocimiento no se logra a partir de cursos fácilmente reemplazables por plataformas como Coursera o Platzi; requiere un ecosistema que fomente el emprendimiento, la innovación y, sobre todo, la capacidad de estructurar problemas complejos para transformarlos en soluciones viables con productos tangibles.

El problema de repetir constantemente una grandilocuencia «sin metas (límites)» radica en que, con el tiempo, se pierde la capacidad de enfocar las prioridades. Esta falta de enfoque resulta particularmente dañina para quienes gestionan políticas públicas. Como bien dicen los abuelos: «Quien mucho abarca, poco aprieta».

Pero alejándonos un poco de este caso específico, lo realmente cuestionable, en últimas, es que el sistema educativo, tanto público como privado, está alcanzando un punto crítico de no retorno: la crisis administrativa de este sistema está permeando las esferas misionales de la academia, comprometiendo su esencia. En un país donde coexisten un alto desempleo y una baja producción —una balanza nefasta—, no podemos darnos el lujo de minimizar los problemas que afectan al último bastión ético de la sinergia social: la educación.

El deterioro comienza con decisiones administrativas cuestionables, verbigracia, la omisión en la contratación de un software adecuado para la certificación estudiantil o su sustitución por opciones más económicas, lo que sacrifica la calidad mientras se incrementan los costos de matrícula sin una mejora proporcional en los resultados (un claro ejemplo de shock sobre la oferta). De manera similar, prácticas como la contratación de personal no cualificado, sin esfuerzos para elevar los estándares de calidad, representan formas sostenidas de corrupción que, a largo plazo, contribuyen al aumento de la inflación.

Este fenómeno ha sido señalado por pensadores económicos como Stiglitz y Greenwald, quienes, desde una perspectiva centrada en las sociedades del conocimiento, han explorado cómo estas dinámicas erosionan la eficiencia y el progreso. Una representación gráfica de este problema podría ilustrarse de la siguiente manera:

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Nota. Es un gráfico didáctico e ilustrativo de una teoría, no es un modelo basado en datos, sino en supuestos teóricos tomados de: La creación de una sociedad del aprendizaje, Serie de Conferencias Kenneth J. Arrow, Joseph E. Stiglitz & Bruce C. Greenwald.

Nos gusta pensar que solo el Estado o los gobiernos encarecen nuestra vida, pero las organizaciones y empresas mal lideradas también contribuyen a este problema, perpetuando dinámicas que erosionan la confianza y el progreso social.

Entonces, ¿es la titulación verdaderamente un mecanismo para alcanzar el bienestar educativo, o se ha convertido en una simple herramienta para mercantilizar el talento humano al servicio de las organizaciones? Este es el interrogante que debería guiarnos para retomar el punto neurálgico de toda sociedad, la educación. La buena educación.

Víctor Javier Fernández Gallego

Potencial econotarotista e ingeniero, lavaperros en acto que se come los libros remojados para que no caigan pesado, pero siempre cuidando la salud. Nea-liberal.

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