La Izquierda: un humilde parásito de la ingenuidad

El mundo está lleno de sofistas y sofismas, de elementos discursivos que tienen como función enervar al oyente y compaginar con la pasión, es decir, repleto de aquello que es capaz de nublar la razón de los humanos, pues, como diría Borges, ‘los artificios y el candor del hombre no tienen fin’”.


 Tal vez el mayor aprendizaje de mi primer día de clase en la maravillosa facultad de Derecho de la Universidad Pontificia Bolivariana -agradeciendo de antemano a mi mentor el pensamiento de Ortega, el Dr. Felipe Vélez Peláez, y su maestro, el Dr. Henry Solano Vélez- fue entender que el Universo, por definición, es “todo en cuanto hay”; en tanto el “todo”, por esencia, carece de fronteras, es ilimitado, pues de tenerlos dejaría de ser un todo y se convertiría en una parte. La composición de las partes que llamamos universo es lo que se conoce como la realidad. Dentro de esa realidad encontramos la vida humana -entendida como la vida de cada cual y como la vida en abstracto-. Dentro de la vida humana encontramos a la persona, y dentro del género persona encontramos la especie incrédulo e ingenuo.

El ingenuo suele ser engañado ya que es un porfiado, pues cree que el otro es incapaz de hacer daño. En cambio, el engaño no cala en el escéptico porque este no solo cree que el otro es capaz de lesionarlo, sino que espera que en algún punto lo haga, por lo que constantemente está en una actitud defensiva. En la introducción a la edición francesa de la obra La rebelión de las masas de Don José Ortega y Gasset (que, en principio, solo eran ensayos publicados en el diario madrileño El Sol) se advierte que el engaño, en suma, es un “humilde parásito” de la ingenuidad; germina en el otro que no está en la capacidad total de reflexionar y, por ende, cree ciertamente en cosas que, en el fondo, no son ciertas, mas no está en la capacidad de contradecirlo pues el virus de la mentira y el engaño va limitándole la autonomía y la voluntad. El mundo está lleno de sofistas y sofismas, de elementos discursivos que tienen como función enervar al oyente y compaginar con la pasión, es decir, repleto de aquello que es capaz de nublar la razón de los humanos, pues, como diría Borges, “los artificios y el candor del hombre no tienen fin”.

Debo confesarlo: de la izquierda no siempre fui un escéptico. En algún punto de mi ingenua adolescencia logré enternecerme con el discurso demagógico de la justicia social, la lucha obrera, las condiciones de vida mínimas y dignas, y demás cursilería barata planteada por idealistas que no tienen más profundidad que el mero discurso, ni más acción que la protesta, el mitin o la propaganda. Es natural que a un joven curioso le seduzca la idea de un mundo “igualitario, justo y libre” a través de la adquisición del poder por parte de un partido que propenderá por la repartición de la riqueza con el fin de abolir las clases sociales, la propiedad privada y, una vez cambiado el paradigma, el Estado. Es natural que un joven nacido en una sociedad desigual -como la nuestra- se adhiera a un discurso que asegura a rajatabla ser la mejor alternativa para vencer a la miseria y convertir el mundo en un paraíso global.

No me bastó más que tomar la sugerencia de los bolcheviques de leer El capital, Manifiesto del partido comunista y Los manuscritos económicos y filosóficos de 1844 de Marx para comprender, de una vez por todas, lo evidente: en mí intentó vivir un humilde parásito alimentándose de mi ingenuidad. La madurez y la reflexión me llevaron a la consciencia de aquello que hoy tengo claro y quiero venir a clarificar para el desocupado lector de estos escritos: el discurso de la izquierda es un parásito para la mente de los ingenuos que, lentamente, va pululando hasta llevarlo a la total imbecilidad en la que el individuo está convencido que algo inútil, ineficiente e inhumano (y así lo ha demostrado la experiencia) puede, en algún momento, ser fructífero. Les aplaudo: son unos grandes portadores del germen de los peores parásitos. Porque no son ni una epífita que solo busca reposar sobre el otro y no lo agota nutricionalmente: sus discursos son nematodos que se alimentan del hospedador hasta controlarlo y convertirlo en una extensión de su cuerpo. El discurso de la izquierda es parasitario desde su concepto más prístino. Si nos remontamos a la fundamentación de las ideas comunistas que plantea Marx en el “Manifiesto” podemos evidenciar la primera trampa para ingenuos: la historia del mundo no está basada en una rivalidad constante entre grupos de personas, ni tampoco un partido político es el grupo de personas más apto para gobernar cada una de las esferas de la vida humana.

Solo un ingenuo aceptaría como verdad era cierta la máxima de que el mejor administrador es el Estado, que el sector privado es malo porque se lucra de la prestación de servicios y la comercialización de bienes, que solo el Estado es capaz de salvarnos de la miseria a través de subsidios y apoyos; que los políticos son entes divinos que vienen a salvarnos del salvajismo del mercado y de la miseria de la libertad, pues qué mejor que dejarle a la burocracia la tarea de definir cómo debo pensar, y que castigue a aquel que crea lo contrario. Solo un ingenuo cree que el socialismo es libertad.

No es momento para tibiezas: el mundo contemporáneo ha venido matizando lentamente las ideas socialistas sometiéndonos a nuevas disputas y rivalidades que se convierten en una estratagema para, lentamente, inducirnos a pensar que están en lo correcto y que su fracasado modelo debería funcionar. La economía planificada no funciona, se ha demostrado abiertamente su fracaso; el control de precios derrumba cualquier mercado y crea mercados paralelos desfavorables para el consumidor final; la emisión descontrolada de moneda nacional genera un efecto inflacionario, y la emisión no funciona para financiar proyectos de inversión; la pobreza de Cuba no es culpa del pseudo-bloqueo, la URSS no cayó por exitosa, cayó por su fracaso. La pobreza argentina no es culpa de los grandes capitales ni de los fondos de inversión que compraban sus bonos “basura”; la crisis venezolana no es culpa de los Estados Unidos; los países nórdicos no viven en modelos socialistas; la España de Franco era un lugar más seguro, próspero, desarrollado e incluyente que la España del PSOE; la Colombia de Petro es un retroceso a los noventa. Y así podría hacer un recorrido enorme por todos los países que se han acogido a esta idea tan utópica fruto de un convincente discurso, pero la conclusión sería siempre la misma: cuando la Izquierda llegó al poder, se convirtió en un ente destructor que, como un parásito, convirtió al país en su hospedante hasta destrozarle su capacidad de resurgir autónomamente. Es un engaño y, como todo engaño, es un humilde parásito que, como todo ser parasitario, requiere de un ser donde hospedarse: en la mente del ingenuo

Alejandro Ortiz Morales

Por pasión, soy músico, fehaciente lector, aspirante a Filósofo y hombre de familia. De profesión, soy abogado, especialista en finanzas, especialista en Derecho financiero y bursátil, y maestrando en administración financiera. He sido empleado y consultor en diversas empresas de los sectores financiero, energético y real.

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