El progresismo socialista ha sumido a Colombia en un caos que amenaza con afectar sus fundamentos institucionales, económicos y morales. Cabe señalar que, bajo la apariencia de cambio y justicia social, se encuentra un proyecto político que, lamentablemente, ha demostrado su capacidad para desorganizar, dividir y destruir. Lo que comenzó como una promesa de transformación ha devenido en una maquinaria de improvisación y resentimiento, donde el populismo reemplaza la gestión, la ideología suplanta la técnica y la soberbia sustituye al liderazgo.
En la historia reciente de Colombia, pocos mandatarios han demostrado tanta falta de habilidad en la diplomacia y tan escaso sentido de Estado como Gustavo Francisco Petro Urrego. Ciertamente, lo que en principio parece ser una «rebelión de dignidad» frente a los Estados Unidos se desdibuja al analizar los hechos con serenidad y rigor. No se trata de independencia ni de soberanía; se está gestando una combinación preocupante de resentimiento, improvisación e incompetencia que está poniendo en riesgo décadas de relaciones estratégicas, cooperación internacional y confianza global en el país. La nación muestra signos de confusión, polarización y un deterioro económico, que paga el precio de haber confiado en un modelo que se nutre del descontento para perpetuar el desorden.
Gustavo Francisco Petro Urrego ha decidido adoptar una postura de confrontación constante con Washington. Ha llevado a cabo sus acciones a través de declaraciones de tono desafiante, publicaciones en redes sociales y decisiones diplomáticas que se desvían de la prudencia que requiere la política exterior. Sus críticas al modelo económico occidental, su proximidad con regímenes autoritarios y su constante intento de reescribir la historia latinoamericana desde la narrativa del victimismo han afectado negativamente una relación que durante más de medio siglo fue fundamental para la estabilidad colombiana. El problema no radica en disentir o expresar una opinión crítica frente a Estados Unidos, cualquier nación soberana tiene el derecho y la capacidad de hacerlo cuando sea necesario. Sin embargo, la forma en que su presidente pretende llevar a la práctica esta acción se caracteriza por una confusión caótica, una reacción visceral y un comportamiento destructivo.
Con la izquierda y su progresismo socialista, no se observa la existencia de una estrategia clara, un propósito nacional definido ni una diplomacia efectiva. En su lugar, se percibe una actitud de frustración y enojo. La ira que ha acompañado a Gustavo Francisco Petro Urrego desde sus días de militancia en el M-19 ha sido alimentada por la idea de que todo lo relacionado con el «imperialismo» debe ser combatido, independientemente de las consecuencias. Esta postura ha llevado a tomar decisiones drásticas, como el aislamiento del país, la pérdida de inversión y la ruptura de relaciones comerciales y políticas con uno de los principales aliados de Colombia. Las consecuencias de esta actitud irresponsable serán evidentes a corto plazo. La cooperación en materia de seguridad, lucha contra el narcotráfico y desarrollo rural, que por años ha contado con el respaldo económico y técnico de Estados Unidos, está experimentando ciertas tensiones.
La ambigüedad en las comunicaciones del Gobierno de Colombia en relación con el narcotráfico, el desmantelamiento de estructuras militares y el trato con grupos criminales bajo el lema de la «paz total» ha suscitado desconfianza entre los organismos internacionales. A esto se suma la errática política energética, que ahuyenta a los inversores estadounidenses y debilita la estabilidad fiscal del país. No obstante, lo más preocupante radica en el discurso que justifica tales acciones. Aquello que muchos vendieron como una oportunidad para el cambio, la justicia social y la renovación política, ha terminado siendo un experimento fallido, una etapa de improvisación, polarización y deterioro institucional que dejará cicatrices difíciles de borrar. La decisión de entregar el poder a una coalición guiada más por el resentimiento que por una visión de nación tendrá consecuencias significativas en el ámbito político, económico y social de Colombia.
Desde el inicio de su mandato, el gobierno ha evidenciado una clara tendencia a la polarización política, en lugar de concentrarse en la gobernanza efectiva. La izquierda, que en sus inicios prometía una reconciliación entre las partes involucradas, ha terminado convirtiéndose en un movimiento que siembra odio, desconfianza y confrontación entre los ciudadanos. En lugar de construir sobre lo que ya existía, se optó por destruir lo que funcionaba. Las instituciones, otrora baluartes de equilibrio y estabilidad, han sido objeto de ataques sistemáticos: la prensa ha sido señalada, el Congreso ha sido menospreciado, la justicia ha sido presionada y los órganos de control han sido percibidos como enemigos. El resultado es un país fracturado, polarizado y con una democracia debilitada.
En el ámbito económico, las repercusiones resultan aún más inquietantes. La inseguridad jurídica, las reformas improvisadas, la persecución a los empresarios y la desconfianza de los inversores han frenado el crecimiento, disparado la inflación y desincentivado la generación de empleo, así el DANE diga lo contrario. Mientras el gobierno promulga políticas de equidad, estas mismas están gestando un impacto negativo en la economía de miles de familias, quienes actualmente enfrentan el aumento del costo de vida, la devaluación de la moneda y la reducción de oportunidades. El discurso sobre la justicia social se ha quedado en meras palabras, mientras el populismo fiscal y la falta de planificación están llevando a la nación a un contexto de incertidumbre y estancamiento.
A nivel social, la denominada «transformación progresista» ha resultado una decepción. El gobierno, que aseguraba proteger a los sectores más vulnerables de la población, ha evidenciado una notoria falta de capacidad para implementar programas sociales efectivos, controlar el hambre y garantizar la seguridad ciudadana. La criminalidad está en aumento, el narcotráfico se expande de manera incontrolada, las disidencias de las FARC y el ELN se fortalecen bajo el auspicio de la «paz total» y el Estado parece ceder ante la violencia. El cambio estructural prometido por Gustavo Francisco Petro Urrego ha propiciado anarquía y desconfianza.
El impacto institucional será considerable. Colombia, reconocida históricamente por su estabilidad en América Latina, actualmente enfrenta el desafío de preservar su gobernabilidad. La política exterior ha experimentado una degradación que ha alcanzado el nivel de la ideología personal de su presidente. El populismo, revestido de soberanía, ha reemplazado a la diplomacia. La pérdida de credibilidad internacional se traduce en una menor inversión, una disminución de la cooperación y un mayor aislamiento. Este no es un asunto de ideología, sino de capacidad. La gestión efectiva requiere de conocimientos especializados, sensatez y habilidades de liderazgo, cualidades que, lamentablemente, no se observan en quienes actualmente detentan el poder. El progresismo colombiano ha experimentado una distorsión en su concepción de conceptos fundamentales como justicia, equidad, soberanía y liderazgo.
Colombia se enfrenta actualmente a un desafío de magnitud considerable: reconstruir la confianza. La recuperación del rumbo político, la estabilización económica y la reparación de la fractura social son procesos que requerirán de un período de tiempo prolongado. El país deberá reestablecer el valor de sus instituciones, así como la meritocracia y entender que el desarrollo no se logra mediante discursos, sino a través de una gestión efectiva y resultados tangibles. El legado del gobierno de Gustavo Francisco Petro Urrego será recordado como una advertencia: la improvisación disfrazada de revolución siempre conlleva más destrucción que transformación. La torpeza de haber nombrado un gobierno de izquierda no se medirá solo en cifras económicas, sino en la pérdida de cohesión nacional, de esperanza y de sentido de futuro. En consecuencia, el costo para Colombia será significativo y persistente.














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