¿Se imaginan una vida girando en torno a la contemplación? A no usar el paraguas cuando llueve, ni el tranvía para llegar al teatro, ni al otro para que me lea
Me levanté temprano el domingo para sacar el “diablo” de la casa, y me encontré con algunas cositas que hace 10 años me parecían un tesoro. Cogí una bolsa de basura para empezar a tirar lo que ya no servía; una carta de amor, unas piedritas y unas conchas del último viaje a Coveñas, una pluma sin tinta que me habían regalado por mis grados. Un trofeo del colegio por participar en los juegos escolares. En fin, pensé inmediatamente en la utilidad de las cosas y cómo a través del tiempo esa medición utilitaria se ha posado sobre los otros, ya no medir la utilidad de los objetos, sino de las personas. Y me volví a decepcionar de nuestra naturaleza humana.
Recordé a Unamuno en su texto “Del sentimiento trágico de la vida” cuando plantea que la ciencia es muy importante para el ser humano, pues nos ha traído grandes avances sobre el desarrollo de objetos que nos sirven en nuestro día a día como: el teléfono, el tranvía, los computadores, etc. Y sin duda, ese sentido de la utilidad está girando sobre nuestra vida constantemente. ¿Qué hago? Pero que sea útil. Y en todos los espacios que habita el ser humano existe esa justificación. Entonces, ¿Qué es lo verdaderamente útil? ¿el tranvía que me lleva al teatro para ver la obra, o la obra misma? ¿Dios o el servicio que me ofrece? Qué sería de los objetos, de la vida, del otro sin tener ese sustantivo latente que parece ya verbo. ¿Se imaginan una vida girando en torno a la contemplación? A no usar el paraguas cuando llueve, ni el tranvía para llegar al teatro, ni al otro para que me lea. ¿Se imaginan la felicidad del espíritu al no cargar con ese sentido de lo útil? Eliminar todas las pretensiones, expectativas y condiciones, es una provocación que me planteo y que me empuje a descansar de tanto trabajo, de la crítica, del deber ser exigido por un cultura basada en la productividad.
Entonces, me he propuesto darle un valor consciente al entorno y a lo creado, o al menos, que tengamos esos momentos de apreciar la belleza natural de las cosas sin su función práctica. Quizás, en ese acto de despojarnos de las demandas utilitarias, encontremos una libertad que trascienda el valor de las cosas y nos conecte más profundamente con nosotros mismos y con los demás.
Todas las columnas del autor en este enlace: Mateo Montoya Arboleda
Comentar