La Indignación Selectiva: Una Moda Colombiana

“¿Será que nuestra solidaridad y nuestra indignación son simplemente una tendencia, como si de una moda de odio se tratara? ¿O es que preferimos la comodidad de criticar antes que la incomodidad de actuar?


Colombia es un país donde la indignación y la solidaridad parecen depender del evento del día o de lo que esté en tendencia en redes sociales. En un abrir y cerrar de ojos, pasamos de ser expertos y defensores de la libertad individual como la voluntad de Dios, y de política fiscal a defensores del agua. Pero, al final, pareciera que solo reaccionamos cuando algo nos toca de manera directa o cuando es lo suficientemente escandaloso como para llenar conversaciones en el bus o los titulares de la prensa. Y es que, en los últimos meses, Colombia ha vivido una serie de acontecimientos que han puesto a prueba nuestra capacidad de indignarnos y de ser solidarios, aunque sea de forma selectiva.

Comencemos por uno de los temas más controversiales: la eutanasia. Hace poco, el caso de Javier Acosta puso en el centro de la atención el debate sobre el derecho a morir dignamente.

Un tema que debería ser de interés general se convirtió en una batalla campal de opiniones, donde unos defendían con pasión la autonomía individual y otros, como es mas de costumbre, sacaron el manual de la moralidad para explicar por qué pasamos del «Que sea lo que Dios quiera» en momentos de alta esperanza y fe cuando no encontramos otra solución a estar compitiendo con «Dios es el único que da fin a nuestra existencia». En lugar de abordarlo desde un lugar de respeto y empatía, los medios decidieron convertirlo en un circo mediático. Invitaron a médicos que, sin el menor pudor, aseguraron que podrían «curar» su enfermedad y salvar su vida, como si tuvieran la cura mágica para el sufrimiento ajeno. Pero, ¿qué ganaron los medios con este espectáculo? ¿Es que acaso el sufrimiento de una persona se ha convertido en un rating de audiencia? En lugar de entender el dolor y la valentía de quienes, como Javier, decidieron cómo quieren enfrentar su final, lo convirtieron en un debate superficial, donde la verdadera discusión sobre el derecho a decidir quedó enterrada bajo capas de sensacionalismo, encendió la mecha de la indignación nacional.

Pasando a otro asunto pequeño, Bogotá ha pasado meses enfrentando falta de agua, olas de calor y un aumento preocupante de la inseguridad. La gente se queja en redes sociales, pero nadie parece realmente interesado en buscar soluciones o exigirles a las autoridades y quien lleva el mando de la administración de la alcaldía que hagan algo al respecto. Porque, al parecer, el calor sofocante es más llevadero que enfrentarse al caos burocrático.

Y como si fuera poco, se anuncia un nuevo modelo de pasaportes que, sorpresa, pretende beneficiar a los colombianos de bajos estratos, a estudiantes becados en el extranjero y a mayores de 62 años. Un cambio que debería ser motivo de celebración se convirtió en una nueva excusa para desatar la indignación colectiva. «¡Nos quieren sacar más plata!», gritan algunos. Pero, ¿realmente nos hemos detenido a pensar en los beneficios que traerá a quienes más lo necesitan? Parece que no, porque en Colombia es más fácil quejarnos que reconocer un acierto.

Luego está el escándalo de Pegasus, un software de espionaje que el presidente Gustavo Petro decidió demandar recientemente. Esta herramienta había sido utilizada por el gobierno Duque para vigilar y en muchos casos, violar la privacidad de líderes sociales, periodistas u opositores políticos. En lugar de aplaudir la decisión de desmontar un aparato de vigilancia que atentaba contra libertades, algunos prefieren enfurecerse, escandalizando la denuncia frente al crimen. Es curioso cómo, en un país donde la desconfianza hacia el Estado es casi una tradición, muchos se sienten incómodos cuando se eliminan herramientas de control que van en contra de estas prácticas poco éticas. ¿Será que el problema no fue el espionaje, sino quién lo llevo a cabo? Además, esta situación nos costó la expulsión de Egmont Group, un grupo internacional de cooperación en inteligencia financiera, que nos mira con recelo tras el escándalo de Pegasus. Lo que puede considerarse el costo de una verdad que incomoda a muchos.

Finalmente, llegamos al reciente paro de camioneros, no la última demostración, pero si da cuenta de que, en Colombia, la indignación y la solidaridad se manejan a conveniencia. Los medios, siempre listos para subirse al tren del momento, no dudaron en salir a las calles también. Sin embargo, hay que recordar que, en 2019, cuando estallaron protestas y disturbios en el país, los mismos medios se mantuvieron escondidos en sus salas de redacción. Durante los más de cinco días que duró el reciente paro, estos mismos medios no tuvieron reparo en salir y discutir hasta el cansancio los daños que causaba un incremento necesario al ACPM, como si la supervivencia de la nación dependiera de ello. De nuevo, el doble estándar sale a relucir, y nosotros, como espectadores, aplaudimos o nos indignamos según nos dicte la pantalla.

Parece que el problema no es la política, ni las situaciones en sí mismas, sino más bien el gran nombre detrás de aquel gobierno que, por sufragio, elegimos y en quien depositamos nuestra confianza. Gustavo Petro se ha convertido en el nuevo villano de moda, el culpable de todos los males de un país que se niega a mirar más allá de su propio reflejo del odio, y el despotismo en la pantalla del televisor. Es la piedra en el zapato de aquellos que, cegados por la calidad de opiniones que circulan por los alrededores, solo saben culpar por culpar, sin detenerse a reflexionar sobre el origen real de los problemas. Como diría Rodolfo Hernández, y parafraseando con un poco de respeto: – «Toda esa formación académica para opinar semejantes inmundicias”. –

En fin, parece que en este país somos expertos en armar debates de café y en protestar desde la comodidad de nuestro sofá, pero cuando se trata de problemas que requieren un compromiso real, ahí es donde la cosa se complica. ¿Será que nuestra solidaridad y nuestra indignación son simplemente una tendencia, como si de una moda de odio se tratara? ¿O es que preferimos la comodidad de criticar antes que la incomodidad de actuar?

Mariana Andrade Roa

Soy un apasionado de la política y la comunicación política, el arte y la música con experiencia en la redacción y edición de contenido. Recientemente, Egresada no graduada de la Universidad Militar Nueva Granada en la carrera de Relaciones Internacionales y Estudios Políticos

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