Tres eventos en curso podrían definir el estado actual de aceptación de Nicolás Maduro entre fuerzas internas y extranjeras tradicionalmente aliadas de Hugo Chávez y su régimen.
El colectivo 5 de marzo es uno de los tantos grupos paramilitares organizados por Chávez para «defender la revolución» y mantener sometida y controlada a la población pobre de Venezuela. Grupos como este han sido aliados incondicionales del gobierno desde su fundación, y han trabajado en conjunto con las autoridades militares, también controladas a través de la politización por el chavismo. Sin embargo, el vacío de poder dejado por el «comandante intergaláctico» no ha sido llenado por su sucesor, pues Maduro no es visto como alguien capacitado para conducir el país ni siquiera por muchos socialistas (Heinz Dieterich, un sociólogo alemán reconocido por haber fundamentado ideológicamente gran parte del discurso del «comandante celestial», describió hace casi un año a Maduro como un farsante). Esta falta de liderazgo ha conducido a toda la maquinaria roja a discretas pero feroces pugnas por el poder que se han evidenciado en múltiples ocasiones, como cuando se revelaron audios del conductor del programa chavista ‘La Hojilla’, Mario Silva, en los cuales se refería a la primera dama de Venezuela como la cabeza de un grupo de «vampiros» (exfuncionarios corruptos expulsados por Chávez que volvieron a trabajar en el gobierno desde que Maduro asumió el poder).
Los colectivos, como el «5 de marzo», no son ajenos a todas estas luchas. Seis líderes de colectivos asesinados este año, el homicidio de un sindicalista (quien a su vez era responsable de matar a otros tres sindicalistas) al salir del Palacio de Miraflores, y muchos otros eventos violentos en los que tanto víctimas como victimarios son seguidores de la Revolución Bolivariana evidencian fracturas y disputas en el oficialismo venezolano. El 7 de octubre fue dado de baja el líder del «5 de marzo», José Odreman, en un enfrentamiento con fuerzas policiales. Éste y otros grupos paramilitares protestaron por el asesinato y acusaron al ministro de interior venezolano de estar detrás del homicidio. La presión ejercida sobre Maduro fue tal que el viernes pasado el Jefe de Estado venezolano sacó de su gabinete al ministro acusado, Miguel Rodríguez Torres, y el sábado nombró una nueva dirección para el cuerpo policial involucrado en el enfrentamiento con el colectivo chavista. Las tensiones no han cesado entre las facciones oficialistas, y al parecer lo que sostiene a Maduro en el Palacio de Miraflores no es el apoyo de la totalidad del chavismo sino las cuerdas con las que lo manejan los Castro como una marioneta desde La Habana.
En el exterior el panorama también se oscurece para la dictadura venezolana. A pesar de haber conseguido un puesto para los próximos dos años en el Consejo de Seguridad de la ONU con amplio apoyo regional, posibles cambios de gobierno en algunos países podrían debilitar su liderazgo en Latinoamérica. Mercosur es un bloque regional formado por Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay en 1991, al cual se unió Venezuela en 2012 aprovechando la suspensión de Paraguay por la moción de censura constitucional contra Fernando Lugo, ya que este país era el único cuyo congreso se oponía al ingreso de Venezuela al bloque. Horacio Cartes, actual presidente de Paraguay, tras reingresar al bloque no tuvo más remedio que aceptar a la dictadura venezolana en la misma alianza. Los demás presidentes: Dilma, Cristina y Pepe Mujica son aliados incondicionales del régimen venezolano.
La situación podría cambiar radicalmente, pues Uruguay y Brasil celebran elecciones el día de hoy, y Argentina el próximo año. Las tres competencias muestran una tendencia de «derechización». Con Paraguay gobernado por el Partido Colorado, basta con que las fuerzas de centro-derecha ganen en otros dos países para que haya una mayoría no-socialista en Mercosur, escenario que parece muy posible.
En Uruguay se ha polarizado la campaña entre el expresidente Tabaré Vázquez, aliado de Pepe Mujica, y el opositor Luis Lacalle Pou del Partido Nacional. Pese a que existe una diferencia de puntos porcentuales a favor del candidato de centro-izquierda, ninguno alcanzaría el 50% de los votos según las encuestas, por lo que habría segunda vuelta. El tercer candidato es Pedro Bordaberry del Partido Colorado, mucho más a la derecha que Lacalle. Por lo tanto, se espera que los votos de Bordaberry nutran a Lacalle en la segunda vuelta y le permitan disminuir considerablemente la diferencia con Tabaré. De hecho, algunas fuentes consideran que podría facilmente superar al Frente Amplio y terminar con los primeros 8 años de gobiernos de izquierda en Uruguay. Aunque la izquierda de ese país es indudablemente democrática y ha respaldado el libre comercio, ha sido tolerante con el proteccionismo de Mercosur y con el incremento en la influencia de las dictaduras socialistas de la región.
En Brasil, Aécio Neves pasó sorpresivamente a la segunda vuelta junto a la actual presidenta, Dilma Rousseff, heredera de Lula que aspira a la reelección. Aunque la mayoría de las encuestas han planteado mayorías para el candidato de centro-derecha (quien no se muestra muy tolerante en campaña ni con Venezuela ni con Cuba) y a pesar de que muchos sectores independientes y la ex-candidata Marina Silva lo han respaldado publicamente, parece posible que la campaña de Dilma, con un esfuerzo mayor en la última semana logre asegurar la victoria de manera similar a Juan Manuel Santos en la segunda vuelta colombiana. Este último esfuerzo comprendería, como es de esperar, compra de votos y otras prácticas no muy tolerables en una democracia.
El panorama argentino, aunque a mayor plazo, parece más seguro como derrota internacional para Maduro. Cristina Fernández deja el poder con una inflación por los cielos y una crisis de deuda. Su 30% de aprobación no le garantiza ni siquiera tener la certeza de que su más posible candidato, Daniel Scioli, llegue a segunda vuelta. Aunque Scioli es visto también como alguien más pragmático y menos populista que Cristina, la élite empresarial del país teme que la actual presidenta conserve mucho poder en un gobierno de Scioli. La presidenta y su candidato ni siquiera cuentan con la unidad del peronismo, pues las facciones más de derecha de este movimiento respaldan a otro candidato, Sergio Massa, que tiene buenas opciones de ganarse algunos años en la Casa Rosada. Otro candidato con muy buenas probabilidades es el actual jefe de gobierno de Buenos Aires, Mauricio Macri, abiertamente derechista. Macri y Massa aparentan ser lejanos al régimen venezolano, de hecho ambos se reunieron esta semana con el expresidente de Colombia Álvaro Uribe para discutir el problema sobre las drogas. Entre Macri, Scioli y Massa está el próximo presidente de Argentina. Dos de ellos pasarán a segunda vuelta, aunque por el momento no hay certeza de cuáles. Si Scioli es uno de esos dos, le tocará enfrentarse con una oposición más sólida y cohesionada que la que los Kirchner tuvieron en la última década.
Sin embargo hay un aspecto desfavorable en las victorias de Aécio, Lacalle, Massa o Macri: si la centro-izquierda suramericana pierde sus principales exponentes (como Mujica y Dilma), las únicas figuras relevantes para la izquierda serán los mandatarios más autoritarios: Morales, Correa, Maduro. A diferencia de Venezuela, los otros dos países «bolivarianos» han tenido recientemente buenos resultados en la economía, Bolivia y Ecuador parecen destinados a relevar a Venezuela como las capitales del populismo latinoamericano. Mientras tanto, la única líder de la socialdemocracia en la región sería Michelle Bachelet, quién se encuentra en un momento político más dificil y riesgoso que el de su primer gobierno, lo que le podría impedir tomar el liderazgo regional. Ollanta Humala dificilmente podría encarnar algún liderazgo de izquierda actualmente, y sus más posibles sucesores son Keiko Fujimori y Pedro Pablo Kuckzynski, partidarios de un gobierno más liberal en lo económico.
Maduro se encuentra por lo tanto, en una situación dificil tanto al interior de su país como en el panorama regional. Las tensiones del chavismo no han desaparecido, y aunque puede sonar descabellado que por lo pronto lleguen a tocar al presidente, lo que haga para resolver estas pugnas será clave para su mantenimiento en el poder. En cuanto a Mercosur, la situación de Uruguay, Brasil y Argentina es casi cuestión de azar, pues las elecciones de los dos primeros están demasiado cerradas y las de Argentina aún se encuentran a mediano plazo. Dos victorias de izquierda son necesarias para que Maduro recupere la tranquilidad. De lo contrario el panorama para la dictadura venezolana será asustador, y para los demócratas, esperanzador.
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