En 1973 le fue otorgado el premio nobel de paz a Henry Kissinger (1923-) por sus esfuerzos para lograr un alto al fuego en la guerra de Vietnam; dicho reconocimiento se considera uno de los más polémicos entregados hasta el día de hoy desde que fue creado el premio en 1901 debido a lo controversial que resultaba la figura del diplomático norteamericano, puesto que es considerado por unos como paradigma en la resolución de conflictos, y a su vez, como un estandarte del uso de la fuerza y la intimidación por otros.
Henry Kissinger desempeñó un papel preponderante en la política exterior de Estados Unidos durante la segunda mitad del siglo XX; fue Secretario de Estado y Consejero de Seguridad Nacional durante los gobiernos de Richard Nixon y Gerald Ford entre los años 1969 y 1977.
La siguiente reflexión constituye un ejercicio de análisis alrededor de dos elementos a la hora de comprender la importancia de la primera impresión en las relaciones de poder; en primer lugar, el principio de economía de pensamiento que opera en las impresiones de los individuos, y posteriormente, el sesgo de confirmación como factor determinante en la comprensión de este tipo de relaciones.
Apelar a la figura de Henry Kissinger tiene una finalidad ilustrativa, en la medida en que permitirá ver con mayor claridad cómo se desarrollan los elementos antes señalados. A propósito de él, Robert Greene plantea: “Gran parte de la táctica diplomática de Henry Kissinger se basaba en su fama de saber allanar diferencias; nadie quería que lo consideraran tan necio que Kissinger no pudiese influir en su ánimo. En cuanto el nombre de Kissinger entraba en las negociaciones, se daba por sentado que habría un tratado de paz”.
El principio de economía de pensamiento plantea que los individuos, por constitución biológica, no emplean más energía que la mínima requerida a la hora de elaborar impresiones o juicios sobre aquello que se le presenta en su cotidianidad; principalmente, en su relación con otros individuos. En este sentido; “el alma no emplea en una impresión más fuerza de la necesaria y, entre varias impresiones posibles, da la preferencia a aquella que lleva a cabo la misma obra con menor gasto de fuerzas, o una obra mayor con el mismo gasto de fuerzas”. (Richard Avenarius).
Así, la primera impresión en las relaciones de poder, es la que condiciona la interpretación en la sucesión de impresiones y juicios que los individuos realizan sobre otros y la forma como se comportan frente a estos y esta se realiza de la manera más económica posible para el organismo; los individuos por su propia constitución biológica precisan de la elaboración de una idea sobre su interlocutor lo más pronto posible, esto independiente de si es favorable o desfavorable, coherente o incoherente con lo que el interlocutor espera que se interprete de él: “En los primeros cinco minutos habrá ocurrido dos cosas; Usted ya sabrá exactamente cuánta confianza o desconfianza le inspira su interlocutor. Y, su interlocutor sabrá exactamente cuánta confianza o desconfianza le inspira usted” (Morman King, 1988).
En el caso concreto de Henry Kissinger, tal y como lo señala Greene, la impresión que genera es de un diplomático conciliador y con quien se podía llegar a acuerdos, alguien de quien la fama de allanar las diferencias lo precede. Esta primera impresión, ya se encuentra condicionada por Kissinger como parte de su estrategia. Teniendo en cuenta lo anterior, se procederá al segundo punto, a saber, el sesgo de confirmación.
En el arte de pensar, Rolf Dobelli establece que el sesgo de confirmación “es la madre de todos los errores de lógica; la tendencia a interpretar la información nueva de forma que sea compatible con las teorías, ideologías y convicciones que tenemos. Dicho de otro modo, descartamos las nuevas informaciones que contradicen nuestras opiniones previas o pruebas refutatorias”. Para los individuos resulta, en términos de gasto de energía, menos costoso confirmarse la primera impresión que modificarla.
En el caso de Henry Kissinger, una vez establecida una primera impresión de un diplomático conciliador, el ejercicio siguiente como elemento de su estrategia consistió en refrendar esta primera impresión, aquella según la cual, es un hombre que realiza tratados de paz y no uno que es generador de violencia.
El éxito de la estrategia de Kissinger radica en comprender que: “estos trescientos segundos son la verdadera culminación de años de duro trabajo, paciente estudio y constantes esfuerzos”, enfocados en proyectar una imagen positiva, porque en lo que respecta a las relaciones de poder, no hay una segunda oportunidad para una primera impresión.
Carlos Alberto Toledo Garzón
Politólogo y Magister en Filosofía
Docente Colegio Montessori