Se requiere de una inversión grande por parte de los gobiernos, para que estos, usando los recursos de los impuestos que pagamos los ciudadanos, utilicen los dineros públicos para formar niños y jóvenes con bases sólidas que sean útiles y contribuyan al bien común.
El establecimiento comercial de mis padres está ubicado en uno de los barrios populares del centro de Bogotá, el barrio las cruces, que es un barrio construido a finales del siglo XIX y principios del XX en la zona suroriental del centro de Bogotá. El barrio cuenta con antiguas residenciales, con puertas y ventanas de estilo colonial, y con paredes de medio metro de grosor. Estas están construidas con materiales artesanales de principios del siglo XX.
Algunas casas por su deterioro marcado por el paso de los años, han sido demolidas, algunas de estas casas han sido reconstruidas nuevamente con estilos modernos, y otras propiedades que han sido demolidas por las lluvias y el trascurrir de los años, no han podido ser restauradas por sus dueños y se han hundido en el abandono y el olvido.
Muchos de estos lugares abandonados son actualmente habitados e invadidos por personas en su mayoría jóvenes en situación de indigencia y drogadicción, que para poder conseguir el dinero para la compra de estupefacientes se dedican a robar bicicletas, celulares y pertenencias a los transeúntes y habitantes del barrio; estos hurtos son realizados por estos jóvenes a veces solitarios o a veces acompañados con varios de sus compañeros en la misma situación, estos jóvenes amenazan a sus víctimas con armas blancas o en algunas ocasiones con armas de fuego, en múltiples casos no han dudado en accionar sus armas contra algunas de sus víctimas que se resisten a entregar sus pertenencias, los han herido causándoles graves lesiones o incluso arrebatándoles la vida.
La situación de desocupación en los jóvenes se ha incrementado por la crisis sanitaria causada por la pandemia del covid-19, aumentando así los casos de delincuencia común; estos hurtos que antes eran espontáneamente realizados a altas horas de la noche, ahora son realizados cotidianamente a plena luz del día, y frente a la mirada impotente de los habitantes del sector, la policía no da abasto con los pequeños delincuentes, tan solo algunos de ellos logran ser capturados y detenidos por el plazo límite de 72 horas, pero al cumplirse este tiempo o incluso antes y no ser judicializados, estos jóvenes recuperan su libertad y siguen su vida ya cotidiana de hurto y consumo de drogas.
Frente a esta situación, es apenas lógico concluir que la cárcel y el sistema penitenciario colapsado, no son la solución para combatir la delincuencia ni en Bogotá ni en ninguna parte del territorio nacional, la cárcel nunca ha sido una solución eficaz para combatir la problemática de la delincuencia juvenil, y mientras no haya una transformación penitenciaria, mientras que las cárceles no se conviertan en verdaderos centros de transformación social, esta problemática no tendrá un alivio certero.
En anteriores columnas publicadas por este mismo medio, me referí a la problemática y la crisis del sistema penitenciario que hay en Bogotá y en todo el territorio nacional, hoy propongo una posible solución para la raíz de este problema. El problema de la sobrepoblación en los centros penitenciarios, tiene un trasfondo que se puede determinar y analizar realmente cuando uno vive y ve el problema con sus propios ojos; este es mi caso, pues desde pequeño, he pasado gran parte de mis tiempo, presenciando las actitudes y el comportamiento de estos jóvenes, muchos de ellos de la misma edad mía, un poco mayores, o incluso tan solo unos años menores que yo.
Además de convertir los centros penitenciarios en centro de transformación social, la mejor forma para combatir y disminuir el problema de la delincuencia juvenil, es llevando a cada barrio –en especial los más vulnerables- de las ciudades y municipios del país distintos proyectos de inclusión social que permitan incluir a los sectores más vulnerables y olvidados de la sociedad, para que estos tengan mayor acceso a la participación de la vida cultural, económica y social.
En mi niñez y en parte de mi juventud, yo fui beneficiario de uno de estos proyectos de inclusión social; se trataba de un proyecto artístico propiciado y financiado por la alcaldía distrital de Gustavo Petro entre los años 2012 y 2015, el proyecto artístico consistía en formar y educar niños, niñas y jóvenes en el ámbito artístico y musical de la localidad de santa fe, en el centro oriente de la ciudad; la alcaldía contrataba profesores y profesoras de música instrumental y canto que eran miembros de la orquesta filarmónica de Bogotá, y estos se encargaban de dictar clases presenciales a todos los beneficiarios del proyecto. La iniciativa tuvo tanto éxito que se pudo hablar concreta y oficialmente del coro y de la orquesta filarmónica infantil y juvenil de la localidad de santa fe, la cual durante esos tres años ofreció múltiples conciertos al público capitalino en distintos teatros, centros culturales y sitios públicos de la ciudad cuyas entradas eran totalmente gratuitas.
De este proyecto como de otros tantos, hicieron parte muchos niños y jóvenes en condición de pobreza extrema, que tuvieron la oportunidad de invertir su tiempo libre en formación musical y artística, tuvieron la oportunidad de tener en sus manos un instrumento musical que jamás hubieran imaginado siquiera poder tocarlo, y no obstante, tuvieron la oportunidad de aprenderlo a interpretar, y pudieron descubrir, mostrar y compartir su talento ante el público que emocionado los aplaudía al escuchar entonar música clásica y música colombiana. Muchos de estos jóvenes, que fueron compañeros míos en este proyecto, crecieron en un ambiente donde el robo, el consumo de drogas y la delincuencia eran normales, pero fue el arte y la música, lo que los transformó, y cambiaron su puñal por un instrumento musical, el tiempo que antes usaban para robar, lo cambiaron por tiempo para estudiar y prepararse musicalmente, la música logró una transformación social en ellos, afirmaban con ilusión en sus ojos, una sonrisa reluciente y brillante en sus labios, y una certeza inmodificable en sus palabras, que ellos después de tomar sus instrumentos musicales en sus manos, jamás volverían a empuñar un arma para hacerle daño a alguien.
Es por eso que hoy vengo a proponer la implementación a nivel local, distrital, departamental y nacional de esta clase de proyectos de inclusión social, pero ampliándolos a ámbitos que también sirven para la construcción de una sociedad en paz; estos ámbitos además del arte y la música, deben incluir la literatura, la danza, el teatro, el deporte, y toda actividad que permita el desarrollo físico, cognitivo y cultural de la niñez y la juventud. Se requiere de una inversión grande por parte de los gobiernos, para que estos, usando los recursos de los impuestos que pagamos los ciudadanos, utilicen los dineros públicos para formar niños y jóvenes con bases sólidas que sean útiles y contribuyan al bien común.
De esta forma, combatiremos en forma certera y contundente la delincuencia común, le quitaremos la niñez y la juventud a las bandas delincuenciales dejándolos sin personal para seguir alimentando sus intereses propios y además estaremos sacando a muchos niños, niñas y jóvenes de la miseria y la pobreza extrema dándoles herramientas para que aprendan a utilizar su talentos como fuente de un sustento económico en un futuro no tan lejano, los estaremos motivando a que siguiendo el hilo de sus pasiones, estudien una carrera profesional que tenga que ver con sus pasiones.
Es de esta forma que se ataca desde la raíz el problema de la delincuencia, si hay más jóvenes ocupando su tiempo en cosas productivas, tendremos menos jóvenes en las calles delinquiendo, y de esta forma también se disminuiría en sobremanera el problema del colapso del sistema penitenciario y el sistema judicial.
Hablando en términos de corto plazo, la inversión social le sale más costosa a los gobiernos que el mantenimiento de miles de presos amotinados en las cárceles, es por eso que es necesario que los gobernantes abran los ojos y vean más allá de sus narices y del tiempo inmediato, los resultados de invertir en inclusión social para combatir este problema se verá reflejado con el pasar de los meses y los años, requerirá un poco más de tiempo y dedicación, pero será una medida eficaz para combatir y exterminar de raíz la problemática de desocupación y delincuencia común en jóvenes y niños, usar el actual sistema carcelario para “corregir” a los jóvenes que se han ido por el camino de la delincuencia, es un camino facilista y mediocre, lo ideal es que los gobiernos cumplan con su deber y su obligación de invertir en proyectos de inclusión social, que sirvan para el desarrollo de espacios que faciliten la participación igualitaria de los sectores más vulnerables, para que de esta forma estos desarrollen habilidades para la mejora de su empleabilidad .
Esta inclusión social debe ser una iniciativa realmente seria y comprometida, que tenga como garantes y participantes no solamente a los gobiernos y entes gubernamentales, sino que la sociedad y la familia deben verse seriamente comprometidas en la formación de los niños y los jóvenes, garantizando así que en cada espacio el apoyo sea real.
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