La IA en el Derecho: Entre la Promesa y el Abismo Ético

La inteligencia artificial (IA) irrumpe en el mundo legal como un huracán tecnológico: promete eficiencia, precisión y modernidad, pero arrastra consigo una tormenta de dilemas éticos que los abogados, jueces y legisladores aún no saben contener. El articulo realizado por el experto en Blockchain y Legaltech Federico Ast el cual título sobre los Riesgos y Desafíos Éticos del Uso de la Inteligencia Artificial en el Derecho, no solo expone estas contradicciones, sino que revela una paradoja incómoda: mientras la IA avanza a velocidad de chatbot, el marco jurídico y moral avanza a paso de procesador de 1980.

Nos adentramos a las alucinaciones legales cuando la IA inventa la realidad. Los LLMs (Un proceso conocido como sintonía fina) expuesta por el autor, así como, como GPT-4, son capaces de redactar contratos, resumir jurisprudencia o predecir fallos, pero su «creatividad» tiene un lado oscuro: las “alucinaciones”. Estos modelos, entrenados con datos limitados y sesgados, pueden generar argumentos legales convincentes… y totalmente falsos. ¿Qué pasa cuando un abogado, presionado por deadlines (fecha tope, caducidad); confía ciegamente en un análisis jurídico inventado por una máquina? El riesgo no es teórico: ya hay casos de sentencias basadas en precedentes ficticios generados por IA. La tecnología no miente; simplemente escribe. Y en un sistema donde la verdad es sagrada, esto equivale a jugar a la ruleta rusa con la ética profesional. Verbigracia, un Manuel Atienza que ha pegado el grito en el cielo por más de un caso en la materia.

De lo anterior, se suma los sesgos, el reflejo distorsionado de la justicia. La IA no es neutral. Aprende de nosotros, y nosotros somos un compendio de prejuicios históricos. El articulo advierte: si los datos de entrenamiento incluyen discriminación racial, geográfica o de género, la IA la replicará. Imaginen un algoritmo de reclutamiento que descarta a mujeres por «estadísticas históricas» o un sistema de riesgo crediticio que penaliza códigos de direcciones de ciertos sectores marginales. La paradoja es cruel: herramientas diseñadas para optimizar la justicia podrían perpetuar la injusticia. Y aquí, el abogado cómplice no es la máquina, sino el humano que delega sin cuestionar.

Ahora bien, la confidencialidad del cliente como dato en la nube. Subir información sensible a una plataforma de IA es como enviar un secreto a un buzón abierto. El documento señala un peligro real: proveedores de IA que almacenan conversaciones o usan datos para entrenar modelos. ¿Qué ocurre si los detalles de un caso de corrupción terminan en un servidor accesible a terceros? La relación abogado-cliente, basada en la confianza, se convierte en un leak potencial. Las soluciones propuestas —acuerdos de confidencialidad, desactivar historiales— son parches en un barco que hace agua.

¿vale la pena arriesgar el privilegio legal por una respuesta rápida de ChatGPT?

La culpa no es del robot, sino del que aprieta el botón.

El texto es claro: la IA no reemplaza al abogado, pero sí lo expone. Si un algoritmo comete un error, la responsabilidad recae sobre el profesional que lo usó sin supervisión. Aquí, el problema ético se vuelve personal. ¿Cuántos abogados entienden realmente cómo funciona la IA que emplean? Las reglas de «competencia tecnológica» son vagas y, en muchos casos, letra muerta. No basta con saber usar una herramienta; hay que conocer sus entrañas. De lo contrario, el derecho se reduce a un juego de azar con códigos en lugar de dados.

Pregunto: ¿Regulación o resignación?

El documento deja un mensaje incómodo: el derecho navega en aguas inexploradas, sin brújula ni mapas. La IA llegó para quedarse, pero su adopción requiere más que actualizaciones de software. Urge una “alfabetización digital” obligatoria para abogados, estándares claros de auditoría de algoritmos y leyes que responsabilicen a desarrolladores y usuarios por igual. Mientras tanto, cada clic en un LLMs es un acto de fe… o de temeridad.

En un mundo donde la IA puede redactar leyes, quizás la pregunta más importante no sea ¿qué puede hacer la tecnología?, sino ¿qué estamos dispuestos a sacrificar por ella? La justicia, al fin y al cabo, no debería ser un experimento en beta.

Andrés David Arana Gutiérrez

Investigador Académico, consultor y asesor en temas relacionados con Geopolítica y Geojurídica Digital e Inteligencia artificial. Columnista y articulista de medios escritos digitales nacionales e internacionales. 

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