La historia como “drama” y como “farsa”

Pareciera que nuestra época tiene la lógica del retorno. Las consecuencias de insistir sobre los mismos acontecimientos una y otra vez, aunque más edulcorados, dan la impresión de su detención, de una historia cadavérica que regresa en forma grotesca, como si fuese un ridículo fantasma que vaga sin tiempo en busca de un cuerpo.

Pero lo peor es que este “eterno retorno” no consiste en aquellos delirios nocturnos de Friedrich Nietzsche, donde un demonio le profiriera al oído que “esta vida, tal como tú la vives actualmente, tal como la has vivido, tendrás que vivirla una vez más y una serie infinita de veces; nada nuevo habrá en ella”, sino que cada vez que se reactualice su contenido lo hará de manera decadente, percibiéndose como una imagen caricaturesca y espectral.

Karl Marx, citando a Georg W. F. Hegel, escribió en “El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte” que “la historia ocurre dos veces: la primera vez como una gran tragedia y la segunda como una miserable farsa”.

Esto último bien enlaza con la idea de simulacro. Para Jean Baudrillard la realidad ha sido asesinada y sustituida por su mímica. Motivo por el cual, los pocos acontecimientos que trazaron el “rumbo” de nuestro siglo, si es que se le puede llamar así, no tuvieron entidad, al menos hasta este presente, sino que fueron tristes proyecciones de sucesos pasados que se confundieron con meras patrañas.

Por ejemplo, los ideales ilustrados hoy terminaron en la sociedad del escaparate. Las guerras mundiales que atravesaron el siglo XX hoy se proyectan a un posible escenario apocalíptico. Las cruzadas siguen estando entre nosotros, aunque bajo el lema de la guerra contra el terrorismo. Y si ningún drama es proclive a bajar el telón el hombre se encuentra atrapado en un retorno de lo mismo, pero ahora desde una mirada farandulesca.

Pensémoslo del siguiente modo. Después de la caída del Muro de Berlín un campo unitivo inundó al orbe globalizado. Ese día acabó el sueño marxista-socialista y se blanqueó su fracaso. La dialéctica de la historia llegó a su fin en su realización absoluta. Eliminado el adversario ¿contra quién pelear?

La multiplicidad de centros de poder tranquilizó falsamente a la humanidad de que ya era improbable un holocausto nuclear. Acabada la historia y las polaridades antitéticas, el Imperio necesitaba un enemigo para seguir sosteniendo el mercado de ventas de armas. Quizás por ello el Islam emergió de sus cenizas y el 11-S dio un duro golpe a la civilización occidental.

Para muchos ahora aparecía un nuevo proletariado, una antítesis, una nueva “lucha de clases”. Pero en poco tiempo quedaron decepcionados. Fue solo una ficción más. Una pantomima. Ese día no resucitó la historia, sino que seguía en el cementerio del olvido. Ya no hay futuro, como tampoco ninguna idea dialéctica, solo los restos mortuorios de una era intempestiva, digital, holográfica y fantasmática, urdida por el “Big Data” del Dios digital. Ahora esta nueva divinidad pasó a funcionar como “farsa”, es decir, como el “opio de los pueblos” dentro de un materialismo histórico que ya no existe.

¿Por qué murió la historia? ¿Acaso la irrupción de lo religioso no es una manera de construir dicha lógica con nuevos actores?  Veamos. Tanto la lucha de clases, donde dos o más sujetos colectivos que se dirigen de modo antagónico con sentido progresivo hacia su “telos”, como el sueño liberal que pretende crear un estado de bienestar, ambos necesitan de una flecha hacia adelante como pulsión. La religión no. Los cultos extremistas quieren volver al origen, a la Edad de Oro, al Edén, para ello deben “destruir la historia”. No hay ningún proyecto político ni filosófico en la lógica del terrorismo, solo demoler a un mundo infiel que no comprenden. La radicalización de lo sagrado anula las épocas, intenta “matarlas”, no en una síntesis dialéctica, sino en el choque de dos fuerzas opuestas, entre el progreso y el regreso, entre la tragedia y la farsa, cuyo colapso detiene el paso temporal de las civilizaciones.

Paolo Virno llamó a esto mismo lo “modernatario”, mostrando que sería algo así “como la sensación de que el futuro está cerrado, que la situación está aislada de todo y que nosotros estamos ligados a ello”. Habló también de un “ahora absoluto” y del “anticuario del presente”. Es el ayer en choque con el hoy. Es un tipo de sociedad del espectáculo que busca exponerse a sí misma, a su propio decorado donde el ser se enmascara para no pensar. Reaparece mostrándose positivamente en el teatro de las redes sociales. Deja de tener identidad y de pertenecer a la historia. Y sin historia no hay sujeto.

La filosofía de la desorientación, aquella que gira sobre sí misma, que marca nuestro nuevo milenio lleno de incertidumbre consiste en la búsqueda inútil de recuperar los referentes perdidos; en suma: encontrar un agente político que supere los estamentos presentes adaptado a la nueva realidad digital. Pero la entidad que retorna es patéticamente vacía.

Tal es el caso de los mal llamados “socialismos del siglo XXI” en América Latina. Este fenómeno, más allá de ser un claro anacronismo, evidenció el declive del pensamiento actual además de la incapacidad de pensar algo nuevo. La lógica amigo-enemigo propuesta por Carl Schmitt, decantó en la falacia de un progresismo que, bajo la mirada de una aparente democracia, actuó en desmedro de la República.

El hastío de la humanidad se debe en parte a la imposibilidad de visualizar un futuro, de ahí el pensamiento regresivo que inunda a esta época. El retorno sobre parámetros cada vez más decadentes solo conduce a que las multitudes plásticas se subsuman aún más en su aturdimiento para no ver la necesidad de encontrar un nuevo sujeto político, de resucitar una historia acabada, y a su vez, el de hallar un bienestar colectivo.

Mientras tanto seguimos girando, bailando sobre el escenario como si nada pasara, hasta que llegue el día en que a algún “idiota” se le ocurra dar por terminada la función.


Todas las columnas del autor en este enlace: Sergio Fuster

Sergio Fuster

Filósofo, Teólogo y ensayista.

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