La Guajira es un lugar mágico, quizás incluso surreal. Sus paisajes paradisíacos, el cielo que parece fundirse con el mar en una línea casi imperceptible, la magnitud del sol que desde el extremo más septentrional de Sudamérica, parece muchos más grande que en mí natal Medellín; su gente que con sus rostros y vestimentas propios, cargadas de una historia alejada del mundo occidental, abren un mundo totalmente diferente, ¡pero claro! Diferente para nosotros que estamos acostumbrados a la monotonía de la ciudad, a la ropa que aunque de mil colores, no refleja la simbología, y la carga emotiva que poseen las mantas y líneas de las mujeres Wayúu.
Las vías que de Medellín conducen a La Guajira están cargadas de historias, de paisajes, de cambios culturales, étnicos y económicos, pretender abarcar y describir en esta reseña las incontables diferencias y similitudes que puedan existir, no solo sería una apuesta absurda, sino desde la perspectiva de este emisor, una labor inalcanzable en su debida extensión.
Salir de Medellín hasta puerto Berrío, fue la primera etapa de nuestro objetivo. Empezamos nuestra aventura a las 6:00 de la mañana, en dicho tramo recorrí las montañas de mi amada Antioquia, debo decir que mi moto, una BMW gs 700, se comportó con gran aplomo, las llantas nuevas, unas Metzeler karoo Street, lucieron perfectas en esta etapa de curvas reviradas, apretones y bajones de gas “acelerador”, a mí lado iba otra BMW, esta sin embargo, era una BMW gs 800, y aunque ambas motos montan un motor de 800 cc, pensé en su momento y con desatino, que mi moto, en comparación con la más off road del catálogo alemán flaquearía.
Una vez salimos de Puerto Berrio, nos adentramos en la llamada ruta del sol, esta vía nacional es una verdadera exquisitez para los amantes de la velocidad en ruta, en ella alcanzamos velocidades de hasta 205 kilómetros por hora. El ritmo junto a la suspensión suave y el viento que soplaba por momentos me hacía pensar que en vez de estar rodando, estaba flotando o andando por nubes, una experiencia única y deliciosa.
En la ruta del sol se logran observar cuadros desgarradores, por un momento avizoré dos grupos de personas que descendían con dirección norte a sur, su ropa se veía un poco harapienta, sus rostros denotaban fatiga y hambre, iban a un ritmo cansino pero constante, cargando numerosas maletas, estos caminantes eran dos familias de venezolanos que por razones que imagino, nunca lograron prever, han tenido que dejar su país, sus costumbres, y sus tierras, buscando lugares más venturosos, realmente este cuadro fue un golpe de frente con la realidad política nacional e internacional.
Siguiendo la ruta del sol se pasa por numerosos departamentos, entre ellos el departamento del Cesar, este lugar de Colombia entraña incontables curiosidades, una población mayoritariamente mulata, formada por poblaciones indígenas y negras, que han vivido principalmente de la caza y pesca, sin embargo, en la actualidad han sufrido profundos cambios por la incorporación de grandes empresas extractoras de carbón, el calor que hace en estas vías es infernal, únicamente atenuado por la brisa que produce el andar a altas velocidades. (Es importante recordar en todo momento la hidratación)
El segundo punto de llegada fue la ciudad de Valledupar, a unos 760 kilómetros de Medellín, llegar hasta este punto en un día se convierte en una verdadera proeza, nuestra hora de llegada fue a las 4:30 de la tarde, me sorprendió la amabilidad de sus habitantes, era curioso ver siempre una sonrisa, una pregunta, o una palabra educada y amable; en dicha ciudad conté con la fortuna de encontrarme con una vieja amiga, quien me regaló hospedaje en la casa de su abuelo, “siempre es más que hermoso, encontrar una cara amiga en tu viaje”; Valledupar es una ciudad que encanta, es recomendable ir varios días para conocer sus atractivos eco – turísticos y sus hermosos centros comerciales.
El segundo día de viaje nos adentramos en el departamento de la Guajira, a lo lejos se logran observar el conjunto montañoso que acompaña a Santa Marta, la carretera hasta cuatro vías la Guajira es maravillosa, unas rectas inagotables, acompañadas por un viento que movía nuestras motos con extrema furia, haciendo incluso que nuestras maquinas tuvieren que rodar en forma casi lateral, la sensación de rodar casi solo por estas carreteras, en completo silencio es mágica.
Una vez se llega a cuatro vías, el paisaje cambia por completo, la carretera que ha sido pavimentada se convierte en un destapado que conduce a Uribía y Manaure, la verdad, me sorprendió un poco la dejadez de esta zona, había mucha basura regada en el suelo, como si a nadie le importara, o como si se quisiere enviar un mensaje, una vez nos detuvimos, observamos una aglomeración de personas dedicadas a la venta ilegal de combustibles procedentes de Venezuela, los productos colombianos en esta zona escasean, parece ser más rentable para las poblaciones locales traer y llevar objetos del país vecino; pero bueno, esa es la realidad que tienen estos países en vía de desarrollo, así como con las particularidades políticas y económicas que los rodean.
Las vía después de Uribía son maravillosas, ¡pero no se dejen engañar!, digo maravillosas pues me gusta el turismo de aventura, realmente estamos hablando de una vía destapada, con piedra y arena suelta, donde vehículos pesados transitas a más de 80 kilómetros por hora, realmente, un desafío para cualquier motociclista nobel; por mi parte disfruté de esta vía como nunca antes lo había hecho, la adrenalina fluía por mí a dosis inmensas, solo ví este trayecto opacado por una piedra que fue lanzada por un vehículo, y la cual impactó en mi pierna y me causó cierto daño, pese a que llevaba mi pantalón de protección, no quiero imaginarme lo que causaría un incidente como este, sin llevar la debida protección.
Una vez se está llegando a la desviación que va hacia el Cabo de la Vela comienza a ocurrir una fenómeno desagradable y peligroso, los Wayuu, principalmente niños, pero en muchos casos también adultos, atraviesan cables, tiras y cadenas de bicicletas y motos para detener el andar de los vehículos; estas personas ven a los desconocidos “alijunas”, como una fuente de dinero y de objetos, se realizan retenes ilegales a lo largo y ancho de la vía, se debe tener cuidado en no detener totalmente la marcha, así como en no pasar muy rápido, pues cualquiera de las dos situaciones puede repercutir en un accidente o un atraco como los ya reportados en el presente mes.
La vía que va al Cabo de la Vela por la parte baja es impactante, no recomendada para motociclistas novatos o que no cuenten con el equipo indicado, es un destapado de arena suelta, dunas y piedras, toda una experiencia maravillosa; en nuestro caso, la vía hizo que mi compañero se callera y se enterrara en la arena, ya imaginarán ustedes lo mucho que nos divertimos sacando la moto de la arena.
Llegar al Cabo de la Vela es una experiencia religiosa, la brisa sopla a una temperatura de aproximadamente 22 grados, fresca, tan fresca que por instantes uno podría olvidar que está en un desierto, la alegría que causa observar el mar por primera vez después de 1400 kilómetros es indescriptible, vale cada minuto, cada segundo invertido en el viaje, los amaneceres son indescriptibles, mil colores flotan en el cielo y se funden en el mar, no existen olas, no en el Cabo de la Vela, los atardeceres son realmente impactantes; las comunidades locales viven en rancherías, pequeñas agrupaciones de casitas de madera con diseño nativo, el agua escasea, es la oportunidad para valorar lo afortunados que somos en la ciudad.
Juan Sebastian Etxabarriaga Ríos