La globalización condicionada: economía mundial en 2026

A esta guerra comercial se suma la geoeconomía de la guerra armada, que sigue redefiniendo rutas de comercio y alianzas. La guerra en Ucrania no terminó en “24 horas”.”


 El 2026 se perfila como un año marcado por la consolidación de una incertidumbre estructural en la economía mundial, donde el funcionamiento de los mercados estará cada vez más determinado por lógicas geoeconómicas. La dinámica económica global no parece girar exclusivamente alrededor de variables tradicionales como inflación, tasas de interés o crecimiento, sino que podría operar dentro de un entramado en el que comercio, finanzas, política monetaria y control productivo se articulan como instrumentos de poder económico. En este escenario, los estados y bloques económicos priorizarán la seguridad de sus cadenas de suministro, la defensa de sus mercados internos y la autonomía estratégica, convirtiendo la incertidumbre en un rasgo permanente del sistema económico internacional, con efectos directos sobre precios, flujos comerciales, inversión y expectativas de crecimiento.

Uno de los ejes centrales de esta incertidumbre es la guerra comercial entre Estados Unidos y China, que difícilmente se resolverá en el corto plazo. Más que un conflicto arancelario, se trata de una disputa por el control productivo y tecnológico global. El desbalance comercial es evidente: cerca del 15% de las exportaciones chinas tienen como destino Estados Unidos, mientras que solo alrededor del 7% de las exportaciones estadounidenses van hacia China. Esta asimetría explica buena parte de la presión política y económica de Washington. En este contexto, no puede descartarse que China utilice su política cambiaria como herramienta de ajuste, incluyendo una eventual devaluación del yuan para abaratar sus exportaciones y no perder participación en el mayor mercado del mundo. De ocurrir, esto profundizaría la volatilidad cambiaria global y aumentaría la incertidumbre en los flujos comerciales.

A esta guerra comercial se suma la geoeconomía de la guerra armada, que sigue redefiniendo rutas de comercio y alianzas. La guerra en Ucrania no terminó en “24 horas”, como prometió Donald Trump, y continúa siendo un factor de inestabilidad económica global. A pesar de las sanciones occidentales, Rusia logró reorientar buena parte de su comercio hacia países fuera del eje Estados Unidos–Unión Europea, fortaleciendo intercambios con India, Turquía y China. Esto no significa ausencia de costos, sino la confirmación de que el comercio mundial ya no es un sistema unipolar y que existen circuitos alternativos de intercambio.

En paralelo, el conflicto en Palestina introduce una incertidumbre adicional. Israel enfrenta el riesgo de una reactivación económica incompleta si el bloque de países árabes musulmanes, que en conjunto representan cerca del 5% del PIB mundial, decide limitar o evitar relaciones productivas con actores israelíes como respuesta al genocidio en Palestina. Este bloque no es marginal: concentra energía, petróleo, inversión, fondos soberanos y comercio estratégico. Al mismo tiempo, Palestina permanece atrapada en la incertidumbre de una reconstrucción condicionada a la asistencia de la ONU y de países árabes, bajo la contradicción permanente de que Estados Unidos sigue siendo el principal aliado político y socio comercial de Israel.

En este escenario de fragmentación emerge con mayor fuerza el bloque BRICS, que continúa ampliándose y ganando peso económico. Más allá del discurso político, su avance más relevante está en la construcción de infraestructura financiera alternativa, como BRICS Pay. Para entender su importancia conviene explicarlo de forma sencilla: el sistema SWIFT es la red que usan los bancos del mundo para comunicarse cuando realizan pagos internacionales; no mueve dinero directamente, pero es el idioma común del comercio global. Quien queda fuera de SWIFT queda prácticamente aislado del sistema financiero internacional. BRICS Pay no busca reemplazarlo de inmediato, pero sí crear corredores de pago entre países del bloque, usando monedas locales y reduciendo la dependencia del dólar y del sistema financiero occidental.

En este contexto, América Latina navega entre tensiones globales. La región sigue profundizando su relación comercial con China, especialmente en minería, energía y alimentos, una tendencia que probablemente se intensifique en 2026. Al mismo tiempo, Estados Unidos mantiene barreras políticas y comerciales que dificultan una estabilización amplia de los acuerdos con la región. El resultado es una América Latina cada vez más integrada a un mundo multipolar, no por una estrategia regional coordinada, sino por la propia lógica de una geoeconomía global marcada por la disputa, la fragmentación y la incertidumbre permanente. 

Gerónimo Suaza Gómez

Economista de la Universidad de Antioquia, magister en economía aplicada de la Universidad Eafit, con interés en los impactos económicos de los conflictos sociales y geopolíticos, la economía internacional y las economías alternativas.

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