Comencé a escribir las primeras líneas de esta mi columna para el Portal Al Poniente en la Unidad Deportiva Atanasio Girardot de la ciudad de Medellín después de que transcurrieron algunos días y han ocurrido los homenajes a los pasajeros del avión que transportaba al equipo brasilero de fútbol Chapecoense, accidentado en las goteras del aeropuerto José María Córdoba que presta sus servicios a la ciudad de Medellín.
El club Chapecoense se había convertido en la sensación del Brasil y tenía la cita más importante de su historia: el juego de la final de la Copa Suramericana de Fútbol con el equipo colombiano Atlético Nacional. Los designios del destino les negaron esa posibilidad no solo a sus jugadores, sino a todo un pueblo en el Brasil que comenzaba a venerarlos por su talento futbolístico.
El Chapecoense era un equipo chico, asentado en una ciudad pequeña y con un estadio con tan poca capacidad que no cumplía los requerimientos para una final continental. El encuentro doble (correspondiente a un partido de visitante en la ciudad de Medellín y otro de local en la ciudad de Curitiba) era la emulación de la gesta bíblica de David contra Goliat, y toda América, exceptuando el caso colombiano, estaba haciendo fuerza por que lograra la máxima gloria en la Copa suramericana.
El accidente le negó al Chapecoense la posibilidad de disputar la final pero a la vez lo erigió, como consecuencia de uno de los actos más generosos de la historia del deporte en el mundo por parte del Atlético Nacional, como Campeón para siempre de la Copa Suramericana de fútbol.
La tragedia generó una ola de solidaridad inédita en el ámbito del deporte no solo en Medellín, Antioquia y Colombia, sino en el mundo entero. Las imágenes televisivas dieron cuenta de que en diversos países se lloró esta catástrofe y en nuestro medio no hubo espacio ni reunión social donde no se hablara sentidamente del asunto.
Lo más destacado como consecuencia de este triste y desafortunado evento fue la reacción, en Medellín y todo el departamento de Antioquia, de la sociedad en general, del pueblo raso, como diría algún sociólogo amigo, que sintió la pérdida de los 75 tripulantes del avión como propios.
Una muestra fehaciente de esta afirmación fue que la popular Barra del Sur, conformada por hinchas del Atlético Nacional que viven fundamentalmente en las comunas de la ciudad de Medellín, hizo un homenaje que quedó para la posteridad en un video montado en YouTube como reflejo del sentimiento de la gente de la Capital de la Montaña.
Uno de mis estudiantes del curso de Comportamiento del Consumidor me hizo una reflexión sobre la total ausencia de las universidades públicas asentadas en el departamento de Antioquia frente al fatídico accidente del avión que transportaba al Chapeaconense, ocurrido en el “Cerro del Gordo” del municipio de la Unión.
La verdad, después de analizarlo, encontré que ninguna de las universidades oficiales de la región hizo presencia para apoyar las labores de rescate, o para servir de apoyo en la atención médica de los sobrevivientes, o para brindar acompañamiento psicológico a los supervivientes y a sus familias así como a los familiares de los fallecidos.
En las universidades estatales del Valle de Aburrá se encuentran las carreras de Enfermería, Medicina, Psicología y Trabajo Social, las profesiones más adecuadas para apoyar la atención de un desastre como el descrito. Además estos claustros tienen sólidas oficinas de Bienestar Universitario con buenos protocolos de manejo de desastres y con personal especializado en atención a personas compungidas por eventos traumáticos.
Pero a ninguna de nuestras universidades públicas se le ocurrió ofrecer sus buenos oficios ante el drama humano que vivió el departamento de Antioquia, y sus directivos aparentemente no leyeron la ola de solidaridad que despertó en la ciudadanía. Pero, no obstante, la comunidad buscó todos los apoyos necesarios a través de las redes sociales los cuales llegaron generosamente por parte de la gente de la región.
Cuando por cadenas de Whatsapp y Facebook se solicitaban psicólogos y traductores español-portugués para acompañar a las familias de los fallecidos, este compromiso social fue asumido por la Universidad Eafit, una universidad privada de gran prestigio que sacó la cara por la academia de la región. Sería injusto no mencionar que algunos profesores de portugués de Universidad Nacional participaron en este proceso, pero tal vez más en su condición de brasileros que de profesores.
Es frecuente que en distintos escenarios de nuestra sociedad se reclame mayor interacción de las universidades públicas con el medio, y la comunidad mira a estos centros de educación superior como entes lejanos y poco sensibles, dedicados a la construcción de conocimiento científico y desconectados de las realidades de la gente.
En el homenaje a las víctimas que la ciudad y el Atlético Nacional hicieron en el estadio Atanasio Girardot y sus alrededores, con la asistencia de más de cien mil personas, tampoco hubo ninguna participación de nuestros claustros universitarios.
Yo he afirmado en varios espacios gremiales y empresariales que las universidades públicas deben hacer un mayor esfuerzo por entender cuándo un hecho social requiere de su participación y de su intervención en temas de interés comunitario, sin que tenga que mediar un contrato de consultoría que les genere ingresos a los profesores y a las instituciones mismas.
Como referente bibliográfico, alrededor de mi reflexión en la presente columna, dejo acá una cita (1) del texto “El compromiso social de la universidad latinoamericana del siglo XXI : Entre el debate y la acción”.
“Hoy, casi nadie duda que la Universidad posee entre sus misiones primordiales la de comprometerse en la compleja trama social contribuyendo, decididamente, a la solución de sus problemas y a la construcción de una sociedad más justa, equitativa y respetuosa de los derechos humanos. Risieri Fondizi, hace ya varias décadas lo ha planteado al expresar que “esta es, sin duda, la misión más descuidada entre nosotros, aunque una de las más importantes” (Frondizi, 2005). Pero “…no es suficiente abrir las puertas de la universidad pública al medio, para ofrecer lo que sabemos hacer, ni con hacer lo que nos solicitan; hoy la Universidad debe hacer lo que es necesario” (Frondizi, 2005). Es necesario abrirse a la comunidad y formar parte de ella. El desafío es escuchar, integrar a la Universidad con la Sociedad e involucrarse para elaborar una respuesta útil y comprometida, no sólo con el futuro, sino con el presente.”
Quiero finalizar la esta columna invitando a los lectores a ver dos videos como homenaje póstumo al Chapecoense, que salieron del alma de la gente y fueron publicados en YouTube el 29 de noviembre del 2016.
Primero, el video “Sigue soñando” que subió a la Red YouTube el señor Martin Garvins, al ritmo del Rap, haciendo uso de la popular canción, de Peter G, que lleva ese nombre. Con más de un millón trescientas cincuenta y ocho mil visitas al momento de escribir de esta columna.
Y segundo, el video “Quise ser feliz” que montó a YouTube el señor Gonzalo Ibarra, aprovechando una canción Rap de Zarcort y Town. Con más de ciento diez y nueve mil visitas al ser consultado para alimentar esta columna.