“El efecto “naturalizador” de los fenómenos en el mundo social es una fuerza tan poderosa que puede otorgar patente hasta a la más siniestra conducta, es por eso que siempre hay que estar en guardia frente a las injusticias por más sutiles que éstas sean o aparenten ser.”
La corrección política debe ser uno de los atributos humanos más problemáticos, pero a la vez más afortunados. Es un fenómeno que parece estar en una perpetua condición de paradoja pues por un lado suele revelar a aquel que en el ejercicio de la política es sólo un cínico, como por ejemplo quienes siempre utilizan lenguaje incluyente, pero les importa muy poco su aplicación práctica o la reivindicación del problema que señala.
Los hay también que se apoyan en la corrección política para señalar un problema o una injusticia e intentar avanzar en su resolución, aunque incluso teman que tal o cual lucha es caso perdido. Lo que resulta sorprendente es que una práctica arraigada luego del señalamiento de una injusticia tiende a convertirse en un acuerdo que se impone como realidad, al punto de que la situación injusta que señalaba se nos aparece de pronto como una monstruosidad o simplemente como algo inadmisible.
Practicar la esclavitud o ser esclavo es algo que en el mundo actual no es posible justificar, sin embargo, resulta sorprendente lo común y cotidiana que es la esclavitud hoy en día. Resulta obvio decir que no es la esclavitud de galeras y cadenas como en el mundo feudal sino una esclavitud que sigue sujetando y sometiendo cuerpos, pero que avanza también y en mayor medida, en el sometimiento a las mentes, desde prácticas que llegan incluso a negar la situación o el hecho esclavizador.
¿Qué hace que un hecho social cobre naturalidad, aunque sea algo absurdo o abiertamente injusto? Es una pregunta parecida a la que se hacía Marx al presentar su teoría del valor para dar cuenta de la plusvalía. En el mundo del capital el dueño de los medios de producción se apropia de las ganancias resultantes de la transformación de las materias primas realizada por los trabajadores, quienes “tan sólo” son dueños de la mano de obra, es decir, la fuerza de trabajo. Ahí Marx se detiene y pregunta por la potencia humana o divida que decretó tal cosa, que si se la mira con objetividad es injusta, pues al final quienes crean la riqueza son los trabajadores y no las máquinas o el patrón.
El efecto “naturalizador” de los fenómenos en el mundo social es una fuerza tan poderosa que puede otorgar patente hasta a la más siniestra conducta, es por eso que siempre hay que estar en guardia frente a las injusticias por más sutiles que éstas sean o aparenten ser, y más aún cuando se comprueba que una lucha victoriosa no siempre es suficiente, para ilustrarlo con otro ejemplo: la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos que debió liquidar el racismo para siempre de ese país y de todo el mundo hace más de medio siglo, aunque por el contrario, el mundo y ese país en particular asistan hoy a expresiones racistas tan o quizá más perversas que en el pasado.
Si la señora que discriminó y ofendió con palabras racistas a la vicepresidenta Francia Márquez o el presidente del fútbol español que propinó un beso no consentido a la jugadora de fútbol no reciben una justa amonestación, es como si la compleja, antigua y dura lucha por reivindicar los derechos no valiera la pena.
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