La fatalidad de la esperanza… o la neurosis de Alejandra, zarina de todas las Rusias

 

Por: Alexiel Vidam

Andaba leyendo mi libro sobre Locos de la Historia, rebuscando información sobre Rasputín («El Monje Loco»)… este sucio y desgarbado «hechicero» al que -hace algunos años- 20the Century Fox nos mostrase cual villano de película animada. No obstante, revisando su biografía, acabó por robar mi atención Alejandra, última zarina de Rusia, verdadera responsable de la influencia que alcanzó Rasputín.

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Grigori Rasputin

El Monje Loco era un sujeto repugnante. Llevaba el pelo grasoso, las uñas negras y una tupida barba en la que se apreciaban los restos de comida de días anteriores. Era casi analfabeto, y cuando hablaba, lo hacía con frases inconexas e incompletas; un completo lunático. En su pueblo de Siberia, por poco y le habrían linchado a causa de su vandalismo. Robaba caballos, era centro de brutales borracheras, organizaba orgías «redentoras», y hasta tenía acusaciones de violación.

Sin embargo, sus continuos peregrinajes, sus fervientes discursos sobre la fe y sus aparentes milagros -hasta hoy inexplicables- acabaron llevándole a San Petersburgo -capital del Imperio Ruso-, para instruirse en la academia de Teología. Por supuesto que al egocéntrico y manipulador Rasputín, la religión le servía, únicamente, para hipnotizar a aquellos que pudiesen beneficiarle. Y en ese afán parasitario, conoció a la Emperatriz.

 

 

**Infancia, romance, y primeros «rayes»**

 

Alejandra Fiódorovna Romanova, traía consigo una mochila bastante pesada. Desde la infancia, su

Nicolás y Alix
Nicolás y Alix

personalidad había estado marcada por la pérdida y la necesidad de reconocimiento. A los seis años, perdió a su madre -Alicia Maud Mary, Princesa de Gales- y a su pequeña hermana María, a causa de la difteria. Desde entonces el carácter de Alejandra tuvo un cambio radical; al principio era una niña alegre y equilibrada, luego se volvió retraída, huraña y de actitud defensiva. Una de las demostraciones más claras de su fuerte temperamento, fue cuando rechazó la propuesta nupcial de su primo Alberto Víctor de Clarence, con quien había querido casarle su abuela, la Reina Victoria de Reino Unido.

«Alix» (forma alemana de «Alicia», que era su nombre original) estaba enamorada, desde los 12 años, de Nicolás II, su primo lejano, hijo del zar Alejandro III. Ese romance fue prohibido de primer momento, pues Alejandro III y su esposa María Fiódorovna veían a Alix muy «poca cosa» para el futuro Zar. Sucede que el ducado de Hesse -perteneciente al Imperio Alemán y tierra natal de la novia- era un territorio pequeño con bastantes dificultades económicas y poca influencia. Al margen de la Reina Victoria, el linaje de Alicia carecía de relevancia. Para añadirle tensión al asunto, los zares de Rusia odiaban a los alemanes. Aun así, el matrimonio se concreta, pero no con final de cuento de hadas… sino en medio de hostilidad y de rumores de mal augurio.

Para mala suerte de la ilusionada novia, su suegro fallece poco después de recibirle. Presionado por su próxima coronación, Nicolás adelanta la boda, de modo que ésta se da casi seguida del entierro del padre. Luego ocurre una tragedia: en la celebración, una masa de ebrios arma un despelote por la aparente escasez de cerveza; los oficiales de policía son insuficientes para controlar a la multitud y pronto el lugar se llena de cadáveres, huesos rotos y sangre. La zarina llora, pero su esposo el Zar, ante la presión de sus tíos, decide continuar con las fiestas. Esto es tomado por el pueblo como una completa falta de sensibilidad. 

coronacion

Y la cuestión no termina ahí…

Debido al adelanto de la boda, el palacio destinado a la pareja aún no está listo… de modo que deben irse a vivir con la suegra (María, la madre de Nicolás). Pésima opción. María se encarga de hacerle la vida a cuadritos a Alejandra («Alix» había pasado a llamarse «Alejandra» tras su ascenso al trono y consecuente conversión a la fe ortodoxa). Hay riñas por cuestiones de autoridad, de competencia, por la atención de Nicolás, e incluso por las joyas de la corona, las cuales María pretendía mantener en su poder, a pesar de la coronación de la Alejandra. Ella se queja con el marido, pero «Nicky» es un hijito de mamá incapaz de rebelarse. Sólo después de repetidas rabietas, y de la posterior mudanza, fue que Alejandra consiguió su lugar como esposa.

Y la pareja fue feliz… por una temporada.

Ya solucionado el tema de la boda y de la casa, surgió el tema de los hijos.

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Últimas Gran Duquesas de Rusia: Olga, Tatiana, María y Anastasia

El matrimonio no tuvo problema en engendrar 1, 2, 3… 4 hijas; mujeres todas. Olga, Tatiana, María, y la popularíasima -por obra y gracia del cine- Gran Duquesa Anastasia. La cuestión es que ninguna de ellas podía heredar la corona… ¿Por qué? Porque años atrás, Catalina La Grande, emperatriz de todas las Rusias, le había arruinado la vida a su hijo Pablo I, de modo que, cuando éste ascendió al poder, una de las primeras reglas que impuso fue prohibir que otra mujer se hiciese heredera.

A partir de esto, Alejandra adquiere una nueva obsesión: engendrar un niño.

 

**La obsesión de Alejandra y el «Monje Loco»**

 

Cuando el ser humano se halla desesperado, y no puede encontrar solución a su angustia, se aferra a la «gracia divina».

Alejandra era religiosa. Primero había seguido fielmente el luteranismo y luego, con el mismo ardor, había abrazado la fe ortodoxa.

Alejandra y Alexéi
Alejandra y Alexéi

Para ella, lo único que quedaba, era orar por algún milagro. Su ansiedad alcanzó tal punto que empezó a llenarse de amuletos y a meter al palacio a cualquier charlatán que se hiciese llamar milagrero. Una de las situaciones más notables -por su ridiculez-, se dio cuando hizo médico real a un curandero llamado Philippe, cuyo poder de sugestión llegó a producir en la zarina todos los síntomas de un embarazo (incluso hinchazón de vientre y pechos)… El dichoso «embarazo» acabó siendo una mera y bochornosa acumulación de aire (… Sin comentarios…).

La cuestión es que luego de muchos intentos, nace el esperado varón: Alexei Nikolaievich. El palacio se llena de una luz y una alegría que pronto se ven opacadas -cual maldición- por una nueva sombra: el zarevich está enfermo;padece de hemofilia, una rara enfermedad congénita producida por múltiples incestos en la familia. La sangre del heredero no coagula, de modo que cualquier golpe o caída puede ser mortal.

La zarina se siente culpable: ha perdido dos hermanos a causa de la enfermedad, y la hemofilia es un mal que sólo transmiten las madres… Un «raye» más a la pobre mujer.

Es aquí cuando aparece nuestro maloliente y aprovechador «Monje Loco». Recién llegadito a San Petersburgo, se presenta ante los zares, quienes le observan ya con desconfianza. Sin embargo, el milagro ocurre. Rasputín reza junto a la cama del zarevich, y éste se recupera.

Mas, este «milagro», viene con segunda…

Ya que la vida del heredero depende -a partir de ahora- de Rasputín, el destino de los Romanov está en sus manos. Rasputín lo sabe, y se convierte en el engreído de la corte. La zarina le envía cariñosas cartas -donde firma como «mamá»-, le da múltiples regalos y grita a los cuatro vientos que Rasputín es un Santo… que es incluso la reencarnación de Cristo. El Zar no es tan crédulo como la zarina, pero es tan papanatas que -ya libre de la mamá- es incapaz de darle la contra a su mujer; además, se siente acorralado ante el problema de salud de su hijo.

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Si de por sí los nervios y manipulaciones de la zarina ya dominaban bastante al Zar, el poder político de Alejandra incrementó con la I Guerra Mundial. Preocupado por las constantes derrotas de su ejército, Nicolás decide partir -él mismo- hacia el frente, dejando a su esposa a cargo de dirigir al país. Alejandra no tiene experiencia política, de modo que sus decisiones son bastante malas y en general están guiadas por Rasputín. Éste aprovecha la devoción de la zarina, para colocar a sus amigotes y compinches de borrachera en distintos puestos. En paralelo, además, continúa con su bonita costumbre de organizar orgías y predicar que toda mujer que quiera salvarse, debe acostarse con él, pues a través de él, tocará a Dios.

El pueblo y los propios nobles empiezan a hartarse. La zarina defiende a Rasputín.

 

**La neurosis de la Emperatriz**

 

zarinaalejandraAlejandra Vallejo-Nágera, reconocida psicóloga y autora del libro Locos de la Historia (del cual he sacado varias referencias), ha tildado a Alejandra Romanova de psicópata; en ese punto específico, yo discrepo. Estoy de acuerdo en que Alejandra era manipuladora, controladora, dueña de un carácter que dejaba a su esposo como un alfeñique. Sin embargo, no veo en ella a una mujer sin escrúpulos. Alejandra tenía sentimientos, y sentimientos fuertes. Ella amaba a su esposo y a sus hijos; en especial a su hija Tatiana y a su sobreprotegido zarevich. Durante la I Guerra Mundial, aun siendo emperatriz, no tuvo inconveniente en ejercer de enfermera. Anteriormente, ya había demostrado también interés por ayudar a los pobres e incentivar a otras damas a hacer lo mismo, pero la frívola nobleza que le rodeaba, estaba más preocupada por asistir a fiestas.

Por otra parte, el psicópata suele ser dueño de una mente maquiavélica; actúa con estrategia y sabe cómo sonreír al público para caer siempre bien parado; ello estaba bastante lejos de la realidad de la zarina. Alejandra, por el contrario, era torpe ante el público. Era tímida, como he señalado anteriormente. No le gustaba bailar. No era coordinada en sus movimientos, y las aglomeraciones de gente la hacían sentir incómoda. Ella prefería conservar su espacio íntimo, escribir en su diario, leer. Además, era recatada en su forma de vestir, contradiciendo uno de los rasgos más visibles de la personalidad psicopática: la actitud seductora y provocativa.

Yo pienso, más bien, que Alejandra era neurótica… e incluso, me atrevería a decir, que dentro de los tipos de neurosis, encajaba dentro del Trastorno Límite de Personalidad (más conocido como «Borderline»). Ella era una mujer intensa, explosiva, obsesivo-compulsiva (ello se refleja en su actitud maniática frente a los rezos y supersticiones). Tenía momentos en los que perdía el control y caía en un cuadro histérico, pero también sufría de neurastenia  (bajones depresivos acompañados de migrañas, dolores musculares y debilidad). Todo ello, provocado por la fuerte carga de estrés a la que estaba expuesta: la pérdida de sus seres queridos en su niñez, el desdén de sus suegros, el poco carácter de su esposo, el hijo enfermo… y hay que sumar el rechazo del pueblo ruso, que la ve con malos ojos no sólo por su poco carisma, sino también por sus raíces alemanas. Recordemos que, con el estallido de la Gran Guerra, Alemania se enfrenta a Rusia, lo cual también es un pesar para la Emperatriz. De hecho, hay una anécdota que cuenta cómo un soldado encontró llorando a Alexéi en una ocasión; cuando le preguntó por el motivo, éste le contestó que «cuando pierden los rusos, papá llora, y cuando pierden los alemanes, mamá llora… ¿por quién debería llorar yo?».

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Tomando todo esto en cuenta, creo que podemos concluir en que la zarina no era una suerte de monstruo despiadado en lo absoluto. Que era una pésima gobernante, sí. Que era fanática a nivel patológico, por supuesto. Pero, al contrario de ver a una mujer cruel, yo veo en Alejandra a una mujer frustrada y a una madre atormentada, que se aferra -por error fatal- al único rufián que le da esperanzas.

Por desgracia final para los Romanov, la presencia de Rasputín acaba por ponerle la cereza al pastel de barro, del que ya se habían hecho acreedores con sus múltiples pachotadas (Nicolás no servía para la gobernar… y Alejandra, menos). Como ya nos ha revelado la historia, la última dinastía rusa tuvo un trágico final: tras la abdicación de Nicolás y el posterior secuestro familiar por los bolcheviques, todos y cada uno de los Romanov, fueron asesinados a sangre fría. Nicolás, Alejandra y Olga tuvieron suerte de morir al primer balazo. Los otros niños, fueron acabados a punta de bayoneta. Posteriormente los cuerpos fueron ultrajados, descuartizados e incendiados.

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Fin de la historia.

Alexiel Vidam Ariza

Escritora desadaptada, mangaka, guerrera shaolin, bruja de medio tiempo, cinéfila, friki, blogger, webera profesional. Yo entrené a Chuck Norris.

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