La fallida guerra contra las drogas

 “¡mi general, perdimos la guerra!”


Cayó alias “sayayín”, temible miembro de las disidencias de las Farc, se espera que con su neutralización la violencia cese y las hectáreas de cultivos disminuyan, capturado alias “Otoniel”, jefe de la más grande organización narcotraficante de la actualidad, se espera que con su extradición cese la violencia y disminuyan los cultivos de coca, capturado alias “Tom”, gran narcotraficante que tenía control en el Valle de Aburrá y sus alrededores, se espera que con su captura disminuya la cantidad de drogas ilegales circulantes en las calles, y así sucesivamente podríamos devolvernos hasta los temibles tiempos de pablo escobar, sus amigos de Medellín y sus enemigos de Cali.

Este fenómeno se presenta desde mediados de 1971 cuando el republicano y presidente en esa época de los Estados Unidos de América, Richard Nixon,  por medio de su declaración de guerra hacia las drogas ilegales creaba una de las fuerzas gubernamentales con tal poder transnacional que lejos de contribuir con su misión principal la cual es la disminución de drogas ilegales, lo único que ha hecho es contribuir a la imparable expansión de la industria narcotraficante a lo largo de todos los países latinoamericanos en los cuales sus tentáculos burocráticos pueden adentrasen en las leyes de dichos países sin mayor resistencia, no es otra organización más que la administración de control de drogas o DEA como se le conoce por sus siglas en inglés.

Y es que desde la creación de esta organización y junto con ella todo un paquete de leyes trasnacionales que pretendían en un primer momento acabar con la producción, comercialización y consumo de drogas psicoactivas catalogadas como ilegales, que, al contrario de lo planeado, solo ha logrado que el precio de la cocaína, desde los tiempos de escobar hasta hoy se haya duplicado, que solo en Estados Unidos hayan unos 5 millones de consumidores que aceptan ante la encuesta nacional de salud y consumo de drogas (NSDUH) que son consumidores activos de la misma, y que la llegada de este bien de consumo haya pasado de 500 toneladas en los 90’s a 950 toneladas en 2020.

Mirando estas cifras por si solas ya se podría tener las dimensiones del fracaso que ha supuesto esta ineficiente lucha, pero cuando miramos las cifras de lo que cuesta en dólares para los diferentes países que hacen frente a este guerra, ya es de no creer, se estima que a nivel mundial anualmente se gasta la bobadita de 100 trillones, TRILLONES, de dólares para hacerle frente a la distribución, solo en Estados Unidos se estima que entre costos judiciales, médicos, gubernamentales, entre otros son 25 mil millones de dólares los que se botan para contrarrestar su comercialización y que hablar de países como Colombia, que no solo pone aproximadamente (y va en aumento año a año) unos 700 millones de dólares anuales sino que además debe cargar con el peso de ser quien tenga que entregar más víctimas por este flagelo. Solo en números de oficiales de policía antidrogas han caído aproximadamente 1800 uniformados, a esto hay que sumarle campesinos, soldados y desde luego, los traficantes, no hay semana en la que en los diferentes medios no sea noticia la muerte de algún miembro de la fuerza pública o de algún campesino por intentar erradicar un cultivo de coca, no es de extrañar que seamos el país donde ser líder social es sinónimo de muerte, quien pretenda tan siquiera oponerse, ya tiene dibujada una diana en su frente.

Adicionalmente, como si ya no fuera suficiente con la plata y los muertos que nos toca poner, también debemos arrastrar el peso de desequilibrios sociales y corrupción que causa el hecho de ser el país que más cocaína produce, y desde luego, el que más exporta en el mundo, esas 220 mil hectáreas de coca sembrada nos permite ser el exportador del 70% de toda la pasta base que se produce en el mundo, envidiable monopolio que tenemos, claro, envidiable si le pudiésemos sacar su beneficio, verle la otra cara a la moneda, y es que sí, suponiendo un escenario de legalidad absoluta de esta droga en el mundo, y manteniendo todos sus determinantes constantes, nos llevaríamos la no despreciable suma de 80 mil millones de dólares anuales, para que se hagan una idea de esta alocada cifra que les ofrezco, solo nuestro segundo producto estrella para la economía colombiana, el petróleo, nos trae unos 13 mil millones de dólares al año, felices estarían los más renombrados estadistas al ver cómo semejante cantidad de dólares entrando al país le resuelven como por arte de magia los problemas en balanza comercial y fiscal a Colombia.

Desafortunadamente esta utopía, por lo que se vislumbra, se quedara es eso, una simple utopía, y es que hasta ahora resuenan unas muy débiles voces que alegan los problemas aquí planteados con la guerra contra las drogas, es entendible el punto que plantean los más grandes detractores de la legalización y libre uso de la misma, el miedo de una sociedad enferma por el consumo, probablemente vislumbran una sociedad de libre consumo como una gran calle del cartucho, donde todos consumen cuanta droga les plazca y así por medio de esta liberalización, echar a perder la sociedad medianamente controlada en la que vivimos.

Pero hasta ahora, la poca evidencia empírica que nos encontramos en los diferentes países que han modificado sus leyes para darle rienda suelta al consumo libre nos refleja que lejos de la perdición de la raza humana, la liberalización en el consumo solo trae consigo reducciones en la criminalidad, y un desarrollo social que a su vez impulsa la economía y por medio de esta, se genera empleo y lo que más les gusta a nuestros honorables políticos, si, impuestos.

Países bajos, Uruguay, Canadá y hasta en Colombia con la relajación de las leyes y su desestigmatización del Cannabis se puede ver como su libre consumo a diferencia de generar problemas sociales, lo que genera es inversión extranjera que se traduce en investigación y desarrollo, no solo para mejorar su calidad en el uso recreativo y así bajar los índices de toxicidad, sino que adicionalmente contribuye con investigaciones científicas para el tratamiento de enfermedades terriblemente degenerativas como el Parkinson, el Alzheimer o la ELA.

Pero, ¿cómo logramos desregularizarla sin que las poderosas mafias que la controlan se ciernen sobre el mercado y así no solo monopolizar su mercado, sino que además continuar con su imperio del terror?, la respuesta está en el libre mercado, y es que la ley de oferta y demanda, esa que rige nuestras vidas sin que nos demos cuenta, cuál leyes físicas inviolables como la ley de la gravedad, no da una respuesta pronta a este dilema.

El poder militar, político y económico que hoy tienen todas las estructuras narcotraficantes son de gran tamaño debido a las grandes rentas que representa la producción de pasta de coca, tal remuneración genera los incentivos necesarios para que llegan nuevos oferentes de este bien, estos nuevos traficantes son o neutralizados o detenidos, lo cual genera escasez en el mercado, por consiguiente una subida del precio de la pasta de coca, una subida del precio genera los incentivos para la germinación de nuevos traficantes, y así sucesivamente y sin fin alguno se plantea un círculo vicioso.

Si se llegara a legalizar y dar libre comercialización de este producto, y en función de su precio actual, inmediatamente habría un sinnúmero de oferentes los cuales presionarían el precio a tal punto en que las utilidades por parte de esta actividad darían para producción, venta comercialización e investigación, mas no para financiar ejércitos privados y compra de políticos

Esto desde luego y como ya lo ha demostrado la despenalización del cannabis, contribuiría a la economía mediante exportación, empleo e impuestos.

Un guerra cada día más cara, en dinero como en vidas, ¿cuándo se darán cuenta los dirigentes del mundo que esta ilusión de acabar con las drogas a punta de arrestos y leyes jamás llegará a feliz término?, ¿tendrá que el kilo de coca llegar a los 500 mil dólares para que se den cuenta que entre más la prohíben más oferentes tendrá la cocaína?, ¿tendrán que llegar a 1 millón de hectáreas de cultivo para que se den cuenta que no hay avionetas con glifosato suficientes para su erradicación?, ¿tendremos que llenar aún más las estadísticas de muertos en combate por esta guerra?, no hay segunda o tercera vía, la legalización de la droga, gústenos o no, debe ser una realidad para parar este demencial remedio, remedio que como reza el popular dicho, es peor que la misma enfermedad.

Diego Beltrán Pérez

Estudiante de economía, con amplias críticas hacia la administración que la política de la a la misma.

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