Hace un tiempo me encontraba en la Terminal de Transportes de Valledupar con destino a la ciudad de Barranquilla. Compré mi pasaje y me dirigí a la sala de espera a contar los minutos para embarcar. A lo lejos, venía una mujer joven con tres hijos que, como suele ser habitual allí, venía recogiendo limosna, y aseguraba que llevaba desde la noche pasada acumulando para los viajes de ella y de sus hijos a Corozal (departamento de Sucre). Como soy viajero frecuente la llamé para usar unos bonos de descuento que tengo por comprar pasajes. La mujer había alcanzado a recolectar en 18 horas pidiendo limosna cerca de COP$ 312.000, para un costo total de COP$ 345.600, que con el descuento y con la ayuda de otras cinco personas en la terminal, se pudo completar. Sin embargo, cuando leo el tiquete de pago, noto un componente que todos pasamos por alto: el costo pagado en impuestos fue de 15.000 pesos, es decir, una tasa del IVA se encontraba como costo incluido en el precio del tiquete, lo que significó que el tiempo de penitencia de la joven mujer y los niños no fue solo para transportarse, sino también para cumplir el “deber cívico” de tributar. ¿Esto fue justo? Yo creo que no. Tenemos un Estado gigante, burocrático e ineficiente, y el hecho de que los niños y la mujer hayan debido dormir en una estación de buses para completar el precio de un servicio inflado por impuestos, impuestos que por cierto se usan para pagar los privilegios de los políticos, es simplemente vulgar.
En Colombia, los congresistas ganan demasiado (USD$ 10.000, aproximadamente), fuera de que poseen, como ya lo mencioné, muchos privilegios. Así, el gasto público, por regla general, se convierte en una cartera para despilfarrar y banalizar la construcción de una comunidad política.
Esta historia que presencié me puso a reflexionar sobre el precio de los bienes y servicios. Los tiquetes de avión, los celulares, los computadores, los automóviles, los electrodomésticos y todo lo necesario para vivir cómodamente en el primer mundo, son en Colombia un monopolio para unos cuantos. Se nos ha repetido que los ricos son los que pagan impuestos, ¡pues claro!, si excluimos y marginamos a través de la tributación a los sectores más vulnerables, lo más probable es que solamente los ricos puedan acceder a determinados bienes y servicios.
La exclusión económica es la verdadera desigualdad social y es producto de los mismos políticos. Los pobres no son pobres porque el rico es rico, son pobres porque las condiciones económicas son dirigidas por aquellos que necesitan pobres para comprar sus conciencias con subsidios, con “borrón y cuenta nueva”, con promesas de créditos subsanados para la educación de sus hijos. A esos políticos les conviene la vulnerabilidad. Su estrategia es la crisis económica. Desprecian una población de ingresos medios y altos, pues viven de jugar con las necesidades de la masa.
Cuántos padres desean un celular o un computador para sus hijos, salir a comer a un buen restaurante en las fechas especiales, un viaje para construir tejido familiar y una vida plena sin la preocupación del hambre de mañana; esto, es lo que se podría considerarse calidad de vida digna, un piso mínimo donde podemos decir, estamos bien. Aunque para alcanzarlo, debemos ser incluyentes, abrir los mercados, y contar con bienes y servicios mejores y más baratos para todos; debemos elegir Gobiernos que se preocupen por los más vulnerables, sí, pero que más que eso, creen las condiciones para que el pobre deje de ser pobre y el rico sea aún más rico. Es obvio que los colombianos no debieron elegir el Gobierno que tenemos hoy.
Este artículo apareció por primera vez en nuestro medio aliado El Bastión.
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