Yuri Bezmenov, periodista y exagente de la KGB, confiesa en una famosísima entrevista de fácil acceso titulada Subversión Ideológica (Spanish Libertarian, 2017), que el proceso de desmoralización que estaba perpetrando la URSS contra la sociedad occidental era un proceso de al menos 15 o 20 años. Dice además, que también se necesitan, como mínimo, la misma cantidad de años para desactivar el virus y, posteriormente, instaurar la asimilación de otras ideas cuya elección se haya dado de la forma más pertinente y libre posible.
En Colombia no estamos ni estuvimos a salvo de la agitación violenta de esas tiranías de izquierda que, en términos de Bezmenov, se ejecutó bajo el nombre de subversión ideológica. En una dinámica muy similar a la que denuncia este exagente soviético, se llevó a cabo en nuestro país la mal llamada “masacre de las bananeras”. Mal llamada masacre, pues en realidad fue un fallido intento de saboteo marxista: un fracaso de insurrección violenta.
La UFC (United Fruit Company), empresa de Massachussets a la que se le plantó la huelga, tenía para la década de 1920 cerca de 59,5 mil hectáreas de tierra, principalmente en el departamento del Magdalena, de las cuales la mitad eran cultivables y, debido a las grandes extensiones de tierra, brindaba empleo a 25 mil trabajadores colombianos. La UFC producía para esta misma década el 6 % de las exportaciones colombianas.
En el marco de esta compañía se efectuaron intentos de insurrección atroces. No fue realmente una huelga por el reclamo de los trabajadores. No. Fue un “trabajo de exaltación” por parte de Erasmo Coronel, quien cumplía órdenes de Raúl Eduardo Mahecha, ambos vinculados al Partido Socialista Revolucionario, partido satélite del Komintern (Internacional Comunista, o también conocida como la III Internacional) en Colombia.
Este “trabajo de exaltación” se llevó a cabo con una planificación tal que le permitió a Moscú proveer de machetes y de armas de fuego, con varias semanas de anticipación, a alrededor de 10 mil huelguistas. Tiempo suficiente, asimismo, para haber puesto en marcha una contaminación marxista que permitiera a los soviéticos hacerse del poder de una compañía americana en un país donde recién se estaba gestando toda la logística política del socialismo.
No salió como deseaban, y en ese proceso de contaminación mental de casi hipnotización estupidizante, alias “Austin” y alias “Sacks” –dos (2) de los agentes soviéticos que coordinaban todas las estrategias de atentados en esa zona del Magdalena–, terminaron llevando a la muerte a varias decenas de huelguistas instrumentalizados que previamente habían perpetrado la muerte de varios policías, soldados y civiles, y que tenían atemorizada la población civil.
Así las cosas, Colombia no ha sido la excepción: también ha sido víctima de ese proceso de desmoralización, de sabotaje, de intentos deliberados de sublevación. Respecto a esto, Eduardo Mackenzie se da a la tarea de estudiar este episodio, y en Las FARC: El fracaso de un terrorismo (Debate, 2007), dirá lo siguiente:
“Por razones aún no muy aclaradas, casi toda la historiografía colombiana trata los acontecimientos de 1928-1929 con una rara miopía. Para aquella, la huelga de las bananeras no es más que una huelga local cobardemente reprimida. Punto. Ninguna intervención sensible del exterior llamará la atención de los autores de esos relatos. Así fue como se emprendió, con relativo éxito, un amplio trabajo de mistificación de la realidad política de esos años y de ocultación de los esfuerzos exógenos en la «lucha de clases colombiana». La consecuencia directa de esa voluntad de ocultación es que aún hoy siguen bajo la sombra períodos completos de esa parte de la historia colombiana”.
– Eduardo Mackenzie | “Las FARC: El fracaso de un terrorismo” (2007, p. 46).
Unos años después, hacia la década de los 80, esta misma situación empieza a acentuarse en todo tipo de organizaciones populares: en todo tipo de sindicatos, que empiezan a ser permeados por guerrillas como el ELN, las FARC o el EPL, y que hacen eco de lo que ellos mismos han llamado como “estrategia de todas las formas de lucha”. No se trataba más que de la misma estrategia de desestabilización, de paralización a la economía y de llevar a cabo un proceso de desmoralización que les permitieran hacer el intento de implantar sus distopías.
Uno de los elementos integradores de dicha estrategia abarca, entre otras, la hegemonización de la prensa en función de que sean publicadas, constantemente y como un medio: noticias útiles cuyo fin sería abrirse paso en la conquista del poder. Por ello mismo, y con relación a lo que denuncia Mackenzie, la historia sobre dicha masacre trascendió en el tiempo como un acontecimiento cuyos perpetradores fueron unos malvados soldados en contra de los “derechos de los trabajadores”.
De esto no da cuenta solo Mackenzie. Rafael Pardo Rueda (2020), representante del Gobierno en las negociaciones de paz con el M-19, apunta lo siguiente:
“Mientras los liberales y conservadores perdían el espacio, en el sector sindical y en el movimiento popular, en general, la guerrilla lo ganaba paso a paso. Cada uno de los grandes sindicatos fue penetrado por los sectores guerrilleros y sus brazos legales, produciéndose muchas veces profundas diferencias entre ellos mismos. Los poderosos sindicatos bananeros de Urabá se distribuían milimétricamente entre el EPL y el Frente Popular, su brazo legal, y las FARC y la UP”.
– Rafael Pardo Rueda | “9 de marzo de 1990: La desmovilización final del M-19” (2020, p. 64).
Es decir, este proceso no solo perduró en el tiempo. Asimismo, permeó los espacios de la legalidad con el mismo fin: implementar un proceso de desmoralización. En este caso, contaminando el ejercicio sindical de actividad socialista pura y dura, pues, al fin y al cabo, todos estos tipos de espacios iban siendo propicios para esa guerra social y discursiva que ellos bien han sabido dar.
Por otra parte, en los sectores energéticos y de servicios públicos no era muy diferente. También había intromisión de estas manos afanosas por hacer más vulnerable la moral de la sociedad colombiana.
“En los sindicatos de los sectores energéticos y de empresas de servicios públicos, se propiciaba una gran penetración por parte de grupos armados, en particular del ELN. Pero no solo eran penetradas las organizaciones de trabajadores del sector real de la economía. También existían muchas organizaciones populares territoriales, como juntas de acción comunal o pequeños sindicatos campesinos, que habían sido creados directamente por la guerrilla, en desarrollo de su táctica de usar todos los espacios que brindara la legalidad”.
– Eduardo Mackenzie | “Las FARC: El fracaso de un terrorismo” (2007, p. 46).
Pues bien, lo dado a conocer públicamente por Yuri Bezmenov, cuyo objeto crítico atraviesa el rumbo de la democracia colombiana, su estabilidad y sus episodios violentos, ha sido una cuestión que, generalmente, atiende a deseos particulares precisos de penetración socialista: desde todo el apoyo logístico y económico para movilizar grandes masas a la insurrección, hasta el control total de la actividad sindical desplazando posiciones disidentes a las políticas de izquierdas representadas por las guerrillas, tal cual vimos con estos dos (2) ejemplos concretos que la confesión de Bezmenov contribuye a explicar.
Referencias
Mackenzie, E. (2007). Las FARC: El fracaso de un terrorismo. Debate: Penguin Random House Grupo Editorial.
Rueda Pardo, R. (2020). 9 de marzo de 1990: La desmovilización final del M-19. Planeta de Libros Colombia.
Spanish Libertarian. [@SpanishLibertarian] (2017, 20 de noviembre). Yuri Bezmenov | Subversión Ideológica [Video]. YouTube. https://youtu.be/OmsDN0i4tm8/.
Este ensayo apareció por primera vez en nuestro medio aliado El Bastión.
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