

Aristóteles señaló alguna vez que «la esperanza es el sueño de los despiertos», quizá queriendo darle una connotación de utopía, algo surrealista, pues solo es tangible en nuestro imaginario.
La esperanza también es sinónimo de fe, una característica distintiva de quienes profesan amor al Creador. Es creer en aquello que no vemos, pero que nos impulsa y apasiona: el amor.
Pero, contrario a la fe y al amor, Friedrich Nietzsche sostenía que «la esperanza es el peor de los males, pues prolonga el tormento del hombre». Hay verdad en sus palabras: si no soltamos y vivimos aferrados a un mañana que nunca llegará, cuando la realidad nos alcance, nuestro corazón se llenará de tristeza.
Los días vividos me han enseñado que no hay mejor concepción de la esperanza que la resistencia. Porque existir, en sí mismo, es un acto de resistencia que invita a la esperanza. Esta debe estar presente en nuestros corazones, sí, pero no debe ser mayor que la razón.
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