La escombrera abre, por fin, sus entrañas

Las pacificaciones, a lo largo de la historia, suelen ser paradójicas. Algunos las celebran con aspavientos. Otros las denigran sin vacilaciones. Pero, sin duda, todas ellas son terribles. Porque son arbitrarias, devastadoras, insoportablemente triunfalistas.

Desde la que impuso Augusto, asesinando a centenares de senadores romanos y expropiando sus bienes; pasando por la que hizo el Duque de Alba en la región flamenca, y en la que levantó tribunales tumultuosos, ajustició a miles de protestantes y provocó el exilio de otros tantos; hasta la que implantó Álvaro Uribe en Medellín con su política de seguridad democrática. Entonces, en versión colombiana, esta última pacificación se impuso a punta de violaciones de derechos humanos, desplazamientos, miles de desaparecidos y otros miles más de falsos positivos.

En realidad, no hay ninguna pacificación pacífica. A todas las circunda, además, el hecho de que la memoria de la historia se encarga de minimizarles su pretendida grandeza. Recuérdese que la operación Orión, la fase culminante de la pacificación de la comuna 13, fue aplaudida por casi todos en Medellín. Su precio represivo era más que justificable porque, justamente y según una buena parte de la sociedad de aquellos años, posibilitó la llegada de la paz.

Toda la gente que apoyó semejante atropello fue, por lo tanto, escéptica frente a los rumores. Se comenzó a decir que la pacificación de Uribe había dejado una sombría estela de desaparecidos. Se rumoreaba que había, allá en lo alto de la parte occidental de Medellín, una gigantesca fosa común que empezó a llamarse La escombrera. Pero los gobernantes levantaban los hombros con desdén y, literalmente, miraban para otro lado. ¿Para dónde miraban aquellas personas poderosas? Pues para adelante. Hacia el porvenir de la ciudad como gran centro financiero.

Sergio Fajardo nunca creyó en La escombrera. Decía, palabras más palabras menos, que eso era una leyenda inventada por los vencidos para deslustrar la imagen de Medellín. Alonso Salazar, ante las denuncias que comenzaron a propalarse, reaccionó con fuerza y mandó a hacer una investigación sobre el asunto. El documento que se publicó sobre La escombrera es siniestro y revelador, paro no pasó a mayores. En cambio, Salazar dejó su mandato aprobando el proyecto de las escaleras eléctricas de la comuna 13. Así contribuyó a que una de las zonas de la ciudad más precarias y golpeadas por la violencia se convirtiera en el destino de un turismo tan exitoso como deplorable.

Luego, con Anibal Gaviria, se efectuaron unas excavaciones que no llegaron a ninguna parte. Se hicieron donde no era y fueron abandonadas rápidamente porque no se encontraba nada. Así se pasó por encima lo que la investigación de la alcaldía de Salazar había señalado. Es decir, que la excavación para ser eficaz debía ser larga, minuciosa y costosa debido a la complejidad montañosa de La escombrera y a la gran cantidad de esa tierra ingrata que había que desentrañar.

Más tarde vino la glamurosa alcaldía de Federico Gutiérrez. Y ella, como era de esperar, se hizo la de la vista gorda. Como Fajardo, Gutiérrez creyó que lo que se debía seguir haciendo en esos parajes era seguir arrojando escombros y extraer arenas para la buena salud del formidable y oscuro negocio que en Medellín es la industria inmobiliaria. Ahora bien, hubo después un conato de esperanza con Daniel Quintero, ya que esta alcaldía denunció los atropellos de la operación Orión y se propuso, en algún momento y a través de su secretaria de la no violencia, hacer un acto público de perdón en la comuna 13. Pero esto tampoco se consolidó y Quintero partió de la alcaldía rodeado de prepotencia y bochorno.  Y fue tan torpe en su gestión que, en vez de reducir la fuerza de Uribe y el Centro democrático, insufló su poder aciago.

Como se sabe, Federico Gutiérrez volvió a ser alcalde y es ahora, bajo su gobierno, que comienzan a aparecer los restos humanos en La escombrera. Su posición, debido a la labor imparable de los colectivos de víctimas de desaparición forzada, a la de los magistrados de la JEP y al apoyo del actual gobierno en estas pesquisas, ha tenido que cambiar. Ya están presentes en estas acciones y hasta le han llegado a hacer homenajes a la hermana Rosa Cadavid, baluarte de la verdadera resistencia pacífica ante la arremetida brutal de los militares. Quién creyera que un alcalde, que ha sido un negacionista incansable, esté con su alcaldía involucrada en la develación de la verdad.

Vivimos un presente en que la voz de las víctimas se ha hecho audible. Son ellas las que han logrado que, en el horizonte la desaparición forzada, nuestro gran drama nacional, comience su faceta de hallazgos. La escombrera abre, por fin, sus entrañas. Y lo que descubriremos será duro y terminará arrojándonos una vez más al horror. Pero ya estamos preparados para mirar en él y saber que luego de toda oscuridad es posible otear la luz.

Pablo Montoya

Pablo Montoya

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