La élite bogotana y sus odiamoramientos

Entre los elementos de la teoría psicoanalítica que componen la identidad humana, encontramos el “ideal del yo” y el “yo-ideal”. El primero corresponde con el modo en que nos gustaría ser vistos por otros. Es la imagen que representa lo que nos gustaría ser. Por ejemplo, cuando nos vestimos de tal o cual manera, cuando decoramos nuestro apartamento así o asá, nos queremos presentar ante el mundo de un modo, es decir, como nos gustaría ser vistos por los demás. Ese tipo de acciones reflejan nuestro “ideal del yo”.

En segundo lugar, tenemos el “yo-ideal”. Se trata básicamente de la perspectiva desde la que nos vemos y nos juzgamos. Žižek explica que es la agencia que intento impresionar a lo largo de mi vida. Es el punto en el gran Otro, o el orden simbólico de la sociedad, desde el cual me digo a mí mismo si estoy haciendo las cosas bien o mal. La ley, el sentido común, los estándares sociales, las demandas de los padres, etc., constituyen esta perspectiva desde la cual me juzgo. Por ejemplo, nos sentimos bien o mal vestidos desde unos estándares sociales que hemos interiorizado y a partir de los cuales nos vemos y nos damos un lugar en el mundo.

Todas las sociedades tienen un “ideal del yo” y un “yo ideal” hasta cierto punto imitativo. Es decir,  el modo en que les gustaría ser vistas y la perspectiva desde la cual se juzgan son de algún modo tomadas de otros. Incluso a los romanos ricos y educados les gustaba presentarse ante el mundo exterior como griegos; y la perspectiva desde la cual se evaluaban correspondía al menos en parte a la de los ideales educativos griegos. Pero tal vez este carácter imitativo sea aún más pronunciado en las sociedades periféricas, dado que justamente por su carácter subyugado adoptan como propio el deseo de quienes las dominan. La élite bogotana, por ejemplo, ha adoptado un “ideal del yo” y un “yo-ideal” que se transforma con cada nueva dominación económica y cultural. Mientras los españoles dominaban, los criollos querían ser como la aristocracia madrileña; adoptaban sus costumbres, sus ropas y sus estilos. Cuando la aristocracia británica se volvió la más prestigiosa, la élite bogotana adoptó un estilo de vida falsamente británico. Se hizo casas Tudor, se vistió con trajes cortados en Londres, bebió whisky y aprendió inglés. Así lo pone Plinio Apuleyo cuando recuerda las casas de la clase alta bogotana:

Los perros que acudían ladrando cuando uno llamaba a la puerta no eran los viles y bastardos que ladraban a los autos en nuestras carreteras de provincia, sino animales de raza, dignos de figurar en un grabado inglés. Dentro había también una atmósfera a la vez británica y otoñal. Ardían leños en una chimenea. Galgos y figuras de la Inglaterra victoriana en porcelana de Royal Dolton o Weedgood adornaban mesas y repisas. Hasta el aire del crepúsculo parecía trémulo e inglés a la hora de tomar el té o de servirse un primer whisky.

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Esta copia de lo británico es una muestra de lo que vengo diciendo: la élite bogotana quería que la vieran como británica, pero también quería juzgarse desde la perspectiva británica, sobre todo la de su aristocracia. Esto le permitía sentirse superior a las demás clases sociales, puesto que no cumplían con el ideal británico; al tiempo, le hacía sentirse inferior a la misma aristocracia británica, dado que ella misma—es decir, la élite bogotana—no lograba ser aquello que deseaba. La élite bogotana era inferior a su “ideal del yo” y su “yo-ideal”. Esto le produjo y le produce un gran complejo de inferioridad. Por más que imite a su modelo, nunca podrá llegar a ser él, solo superficialmente como él. Vista desde la perspectiva de la aristocracia británica, la élite de Bogotá es una pobre oligarquía de un rincón apartado del mundo, que no solamente carece de algún imperio significativo, sino que ni siquiera domina plenamente su propio país.

Por supuesto, la perspectiva psicoanalítica siempre tiene en cuenta que toda inversión libidinal positiva puede venir acompañada de una pulsión agresiva en otra parte, o incluso en el objeto mismo donde se ha invertido libidinalmente. En el caso de la élite bogotana, la libido dirigida hacia Inglaterra o Estados Unidos viene de la mano con una pulsión agresiva hacia su propio país. El amor al Otro se acompaña de la pulsión de muerte para sí. No es, por tanto, que a nuestra élite no le importe Colombia, que solo quiera irse a vivir a los países que admira. Es que el amor hacia el Otro no es solo amor: es odiamoramiento. La libido que se transfunde hacia el objeto hace sentir al sujeto como un pobre diablo, como bien dice Miller, siguiendo a Freud, en tantas ocasiones. Entonces no es solo la élite británica la que podría considerar a la bogotana como una pobre oligarquía. Por el amor que se traslada al Otro, la élite bogotana misma se siente inferior, su país mismo le parece lo peor—¿acaso qué es comparado con su “yo-ideal?

Al respecto de esto viene bien recordar una anécdota. En una reunión social en una casa de Bogotá, escuché decir al hijo de un expresidente del siglo pasado que, como en Colombia no hay verdadera cultura—obviamente quería decir cultura europea—, o la hay solamente de segunda o tercera categoría, entonces lo único divertido que quedaba por hacer era gobernar este país con desdén y horror. Creo que ahí se condensa muy bien esta lógica del odiamoramiento. Aquel hombre invertía tanta libido en el Otro que para su propio país solo quedaba la pulsión de muerte. Los demás participantes de la reunión se rieron a carcajadas y estuvieron de acuerdo: este no es un país que valga la pena gobernar con seriedad. La supuesta indiferencia de la élite con el país, el afán de hacer dinero para irse con rapidez, no es, por tanto, indiferencia: es realmente pulsión de muerte.

El sentimiento de inferioridad no disminuye en nada el enamoramiento con el “ideal del yo”. Al contrario, uno podría decir que hace parte integral de él. Freud explica que en ciertas formas de la elección amorosa

Llega incluso a evidenciarse que el objeto sirve para sustituir un ideal propio y no alcanzado del Yo. Amamos al objeto a causa de las perfecciones a las que hemos aspirado para nuestro propio Yo y que quisiéramos ahora procurarnos por este rodeo, para satisfacción de nuestro narcisismo.

Es decir, la élite amó a la aristocracia británica precisamente para que por medio del amor pudiese procurarse las perfecciones a las que aspiraba. En el Otro está el objeto perdido que el sujeto aspira recuperar, pero dado que es inferior, dado que se siente incapaz de conseguirlo, se contenta con conseguirlo indirectamente por medio del amor hacia el Otro. Si siempre quise ser un pianista concertista y nunca lo logré, entonces consigo una pareja que lo sea, me atraen las personas que lo sean, o intento que mi hijo mismo lo sea. Así consigo una satisfacción indirecta del deseo. López Michelsen notaba este amor incansable por medio del cual se “obtienen” las perfecciones del otro en “Los elegidos”, cuando decía, comentando una mansión de la élite bogotana:

El ideal de aquel mundo feliz de «El Pinar», en medio del cual iba a vivir, no era otro que el de realizar a cabalidad, las formas de vida británicas, tal como las revelaban las revistas inglesas, cuyos tres últimos números estaban sobre la mesa del salón principal: «El Tattler», «El Graphic» y el «Illustrated London News». Estas publicaciones eran para mis nuevos amigos como el Corán para los musulmanes. Allí se veían las fotografías de los lores con sus mujeres en las carreras de caballos, o tomando el té con tostadas a las cinco de la tarde en sus casas de campo, o jugando al golf con trajes singulares que en todos los «Pinares» del mundo era necesario copiar para seguir a tono con el mundo londinense.

Hoy, con la fuerte hegemonía estadounidense, la élite bogotana y las clases medias aspiran a un “ideal del yo” y a un “yo-ideal” fuertemente influenciados por Estados Unidos. Esto explica por qué hay colegios donde hasta se importan los buses de las escuelas públicas estadounidenses, o al menos se copian, de manera que uno se pueda presentar en Colombia desde la perspectiva de un “ideal del yo” norteamericano. De no conseguirlo, el superyó los juzgará como fracasados. De ahí que en Bogotá y en otras ciudades haya una tendencia a usar anglicismos como método de probar la correspondencia entre el “ideal-yo” norteamericano y lo que uno es, así en realidad uno ni siquiera hable bien inglés.

Aquí nos encontramos con un problema. Al menos las clases medias suelen considerarse nacionalistas: usan la camiseta de la selección de fútbol, votan para “salvar la patria”, se sienten orgullosas de ciertas características de la colombianidad, en el extranjero hablan muy bien del país, etc. Y no es que lo anterior sea simple hipocresía o engaño, es que al amar al Otro uno se puede sentir empobrecido, de modo que compensa con el goce del Uno y la agresión hacia el Otro. El resultado es que, a pesar de que el Otro constituye el ideal, el modelo a imitar, también es al mismo tiempo quien no sabe gozar de la vida, quien no sabe bailar, quien es aburrido, quien debe conocer nuestro país para salir de su tedio primermundista—el Otro en algún sentido es también un idiota.

Somos inferiores y superiores al mismo tiempo. Inferiores porque no nos correspondemos con el “yo-ideal”—por Dios, ¿qué son nuestras carreteras al lado de las estadounidenses? ¿Qué es Bogotá a lado de Nueva York?—. Superiores porque nosotros tenemos algo que creemos que al Otro le falta—los estadounidenses sin duda no saben gozar como nosotros. ¿Y no es ese saber gozar el agalma, aquello que nos hace al mismo tiempo dignos del deseo del Otro?—En fin, ese sentimiento de inferioridad y superioridad es el resultado inevitable del odiomoramiento. La pulsión agresiva y el amor están dirigidos tanto al Otro como a nosotros.

La élite bogotana, en fin, se halla en una situación extraña: aspira siempre a copiar las élites dominantes del mundo, porque hace de ellas su ideal del yo y se juzga desde ellas, es decir, ellas son su yo-ideal. Sin embargo, no hace nada para ser parte de la élite mundial en tanto clase social. Sus individuos pueden—como de hecho lo hacen—casarse con la élite global que admiran, pero como clase social la élite bogotana no sale de su posición subordinada en el mundo. En ella no vemos los rasgos clásicos de una rebelión edípica, excepto cuando odia al Otro para poder amarse a sí misma—¿es acaso casualidad que tantos miembros de la élite bogotana pasen en su adolescencia por una fase de indigenismo y nacionalismo de izquierda?—.

Vía: Socrático 

Tomás F. Molina

Tomás es politólogo de la Universidad del Rosario, máster en filosofía de la Universidad Javeriana y candidato a doctor en filosofía de la Universidad de Granada en España. También es guitarrista clásico y ha dado conciertos en Colombia y Europa. Ha sido profesor de la Universidad del Rosario, la Universidad Javeriana, la Universidad Sergio Arboleda y la Universidad la Sabana.

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