“La educación no debe ser vista como una carga o un requisito, sino como una aventura apasionante que nos desafía a crecer y a descubrir”
La educación sin duda es el motor que impulsa el progreso y la innovación. Sin embargo, su verdadero valor radica en su capacidad para transformar vidas, construir sociedades más justas y fomentar la comprensión mutua y humana.
Como jóvenes, tenemos la responsabilidad de incidir en el sistema educativo, de cuestionarlo, exigir y construir su mejora continua. Debemos pensarlo no solo como beneficiarios en conocimiento de este sistema, sino también como futuros líderes y reformadores. Muy a menudo, nuestras críticas se centran en el sistema de evaluación, pero debemos ir más allá y reconocer que la educación no se trata de obtener un cero o un cinco; se trata de formarnos como seres humanos íntegros, sociales y competentes.
Cuando empezamos con el análisis del problema educativo debemos comenzar desde sus raíces. Comúnmente, la atención la dirigimos hacia la educación superior, olvidando que la base de todo aprendizaje se asienta en la educación inicial. Sin una sólida formación en los primeros años, no podemos esperar éxito en los niveles educativos posteriores. Es crucial examinar primero, qué y cómo se enseña a nuestros niños y niñas, cómo se les educa emocionalmente y si realmente se les prepara para la vida, no solo para superar pruebas académicas.
Un factor crucial son los estereotipos y prejuicios sociales, a menudo, se transmiten a los más pequeños desde la educación inicial, perpetuando ciclos de desigualdad y limitando su potencial. La falta de cobertura educativa en ciertas regiones agrava este problema, llevando a altas tasas de deserción en etapas educativas más avanzadas y limitando el acceso a instituciones de calidad superior.
La educación inicial es la base sobre la cual se construye toda la estructura del conocimiento. Es en esos primeros años es donde se siembran las semillas de la curiosidad, la empatía, la creatividad y la resiliencia. Por ello, es imperativo que como sociedad, reevaluemos y fortalezcamos la educación desde sus inicios. No se trata solo de impartir conocimientos básicos, sino de fomentar un ambiente donde los niños y niñas puedan desarrollar habilidades socioemocionales que serán cruciales a lo largo de su vida. Si bien lo decía Amalia Londoño Duque en una de sus columnas para El Colombiano: “(…) en una generación que tristemente tiene los peores índices de salud mental y encarna un individualismo nocivo (…)”
Las variables que influyen en la educación de un niño, adolescente o joven son múltiples y complejas, abarcando aspectos sociales, culturales, económicos y territoriales. No podemos caer en la victimización, pero tampoco podemos ignorar las responsabilidades que el gobierno tiene en la gestión de estos factores.
Además, debemos reconocer que la educación es un derecho humano fundamental que debe ser accesible para todos, sin importar su condición socioeconómica o ubicación geográfica. La desigualdad en el acceso a la educación de calidad perpetúa ciclos de pobreza y limita las oportunidades de desarrollo personal y comunitario. Por tanto, es esencial que los gobiernos inviertan en infraestructura educativa, capacitación docente y programas inclusivos que aseguren calidad.
Recientemente tuve la oportunidad de asistir a un foro educativo en la Universidad EAFIT y CES, que tuvo una gran acogida a nivel regional. Sin embargo, fue decepcionante la ausencia de representantes del ministerio de educación del país. Durante el evento, se llegó a una conclusión: los gobiernos suelen recortar recursos a las poblaciones que, por su ubicación geográfica, enfrentan barreras para acceder a la educación.
En el foro educativo de EAFIT, se evidenció en medio de una discusión, que hay una gran desconexión entre las políticas gubernamentales y las necesidades reales de la población. Esta brecha debería cerrarse. Debemos defender esa conexión por una educación que sea inclusiva, equitativa y que prepare a los estudiantes no solo para el mercado laboral, sino para ser ciudadanos conscientes y activos en la construcción de un mundo mejor. Una frase del encuentro que resonó conmigo: “La educación no debe ser un tema de gobierno sino de Estado”. Esto subraya la importancia de las políticas públicas en la educación.
La educación no debe ser vista como una carga o un requisito, sino como una aventura apasionante que nos desafía a crecer y a descubrir. Es un viaje que comienza en la infancia y se extiende a lo largo de toda la vida, enriqueciéndonos y permitiéndonos aportar a la sociedad de maneras significativas e íntegras.
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