El pasado 27 de febrero, el periódico La República entregó el reconocimiento de “empresario del año” al fundador de Rappi. Según se informó, la empresa en cuestión valió en el 2018 más de US$1000 millones y tuvo 13 millones de descargas, posicionándose así en 7 países de la región, llegando a emplear a 2.500 personas y más de 30.000 tenderos. El presidente Duque asistió a la entrega del galardón y elogió el “emprendimiento” que busca la “equidad” conforme a su línea de la dichosa economía naranja. Pero ¿Qué se está premiando realmente?
La respuesta a esa pregunta es sencilla: se está premiando la precarización laboral y la nulidad de los derechos de los trabajadores, con la escusa de incentivar “la economía naranja”. Esto es evidente cuando se constata que Rappi no garantiza seguridad social (pensión, salud, seguro laboral, etc.) pero sí pone en riesgo a sus tenderos, la gran mayoría jóvenes de escasos recursos. Estos muchachos son obligados (por no tener otra opción) a, literalmente, correr a complacer los deseos a un reducido grupo de personas con las capacidades económicas para costear el servicio, exponiéndose a la alta contaminación de las vías más concurridas, la imprudencia de los conductores y la inseguridad. Todo esto solo con un seguro que les cubre mientras estén activos en la aplicación y solo en caso de accidente; pero el resto del tiempo cualquier percance corre por cuenta del joven, con la excusa de que “son sus propios jefes”.
En este sentido, según algunos testimonios, mientras que estas plataformas digitales son constantes en las duras exigencias a sus trabajadores para exigirles un servicio de calidad, ante cualquier inconveniente las personas están solas porque no son considerados como empleados formales, y no se les reconoce ni derechos a ellos ni deberes a la empresa.
Y es así como estas plataformas digitales se convierten en un negocio redondo. Para el caso de Rappi, por ejemplo, no le pagan absolutamente nada a los tenderos, a excepción de alrededor de COL$3.700 por pedido, y se llenan los bolsillos con su emprendimiento, respaldado por el gobierno, a costa de la precarización laboral de miles de jóvenes que no tienen más oportunidades para percibir los ingresos necesarios para subsistir.
Pero tal vez lo más preocupante del asunto es precisamente que desde el gobierno, el anterior y el actual, no se ha hecho nada para detener esta precarización y, por el contrario, se han mostrado receptivos y han incentivado este hecho desastroso. Es más, sin contar lo que significa la asistencia de Duque a la entrega del galardón, en la ley de financiamiento se permitieron excepciones fiscales a la “economía naranja” y no sería de extrañar que, cobrando el apoyo de Rappi en la campaña de Duque, se les busque disminuir aún más los impuestos en un futuro cercano.
Y es que el problema no es Rappi per se, si esta funcionara como dice, si fuera exclusivamente para ganar ingresos extras. Pero estas plataformas se han convertido en la única fuente de ingreso de miles de personas que se dedican a ella tiempo completo o incluso más de las 8 horas diarias, y de las 48 a la semana, sin ningún tipo de derechos. De este modo, mientras los directivos de estas plataformas se llenan los bolsillos, los obreros están siendo explotados; retrocediendo así casi 200 años de luchas por los tan merecidos derechos laborales.
Por su parte, el Estado agudiza esta situación al no controlar ni regular las empresas que atacan frontalmente a los trabajadores, y sus derechos, y negándose a incentivar la creación de empleos formales que le aporten al país y garanticen una seguridad social mínima a cada empleado; ignorando que un país que busca ser productivo no puede precarizar las condiciones de los que crean riqueza: los trabajadores.
Debería ser inconcebible que en un país como Colombia donde se vive en la pobreza y prácticamente la mitad de los trabajadores son informales se premie como “empresario del año” a un propulsor de la informalidad. Parece evidente que el emprendimiento que quiere apoyar Duque es el empleo informal con colores llamativos, muy parecido a lo que hace Peñalosa con las zonas vulnerables de Bogotá: pintarlas de colores extravagantes para “tapar” la pobreza.
Twitter: @CamiloADelgadoG