Plomo es lo que hay, bala es lo que viene, vaticinaron; tristeza y hambre, lo que queda.
En días recientes, la Senadora del Partido Alianza Verde, Angélica Lozano Correa hizo una emotiva intervención en sesión del Congreso donde reflexiona acerca de los problemas del país, la negligencia o indiferencia — preferiría creer que se trata de la primera — de la clase política dirigente para afrontarlos y de la urgencia de virar de los discursos hinchadamente pomposos hacía la construcción colectiva de acciones tendientes a superar el generalizado estado de cosas inconstitucionales, parafraseando la invención jurisprudencial, que parece ostentar nuestra Sociedad.
El masivo asesinato de líderes sociales — insistente en ser tinieblas de lejano amanecer — , las constantes amenazas a la libertad de prensa, la judicialización del debate político, el incremento de las tasas de desempleo, la falta de Estado en los territorios, la injerencia extranjera en asuntos soberanos, la ralentización del crecimiento económico, la consolidación de carteles foráneos del narco y las desatinadas directrices de las Fuerzas Militares para contrarrestarlo, son apenas la punta del iceberg en una vasta lista de consecuencias de la incompetencia político-institucional por materializar la Constitución de 1991. De suyo que sea ilógico atribuir su existencia al gobierno de turno, no obstante, es difícil advertir un rumbo para combatirlo.
Semanas atrás, cavilaba sobre cual sería el tema a tratar en mi siguiente entrada; asumo que ha de ser deseo de todo escritor el que sus textos gocen de cierta novedad e inventiva, — o por lo menos, el de todo amateur como es el caso — sin embargo, al observar la seguidilla de hechos que componían la agenda noticiosa del País, se me dificultaba trascender a un asunto cuyo génesis irreductible no incumbiera la persistente disyuntiva entre Paz o Guerra.
El escenario evidentemente es espinoso, a veces incluso desolador, pero ante contextos adversos, la lucha democrática es la respuesta; las problemáticas actuales son una mixtura de nuevos y viejos fenómenos, aún así, la ciudadanía no es la misma: no es ni será receptora pasiva de olvidos y añoranzas de totalitarismo, porque aunque ofrezcan plomo y balas, arrieros de hambre y tristeza, el cambio es imparable.