La multitudinaria y masiva expresión de voluntad del pueblo venezolano ha estremecido a nuestro país y saltando fronteras ha sacudido las redes del mundo demostrando, desde Groenlandia a Santiago de Chile y desde Japón a Australia, que nuestras mujeres y hombres de buena voluntad anhelan la paz, luchan por la paz, darán la vida por la paz y mucho más temprano que tarde impondrán la paz. En un acto inédito, jamás antes protagonizado en el mundo, una aplastante y abrumadora mayoría de venezolanos, perseguidos en su tierra por una ínfima, traidora y tiránica minoría y exiliada por millones en busca de horizontes para el futuro, desde Atures y el Amazonas a Madrid y Tokio, expresó su voluntad: rechazar la tiranía y apostar, pacífica, constitucional, electoralmente por el regreso a la democracia y todo lo que ello conlleva: entendimiento, solidaridad, progreso y prosperidad.
Esta maravillosa expresión de voluntad colectiva a nivel planetario es la forma más democrática y emancipada de decirle al régimen, teniendo a 10 mil millones de seres humanos de eventuales testigos: ¡BASTA! Basta de terror, de chantaje, de crimen político, de devastación, de genocidio a cuenta gotas. Basta de engaños, de traición a la patria, de malandraje y hamponato, de saqueos, narcotráfico, mentiras y falsías derivadas de una ideología desfasada, trasnochada y demostradamente fracasada: el comunismo. En una versión antojadiza que mancilla las mejores tradiciones de nuestros padres libertadores, hunde en el descrédito y la criminalidad viejas ideologías que movieran al mundo y pretendieran ponerle fin a la miseria y abrir los portones de la felicidad.
Pues Venezuela ha votado, planetariamente, contra todas las formas de dictadura y tiranía, pero por sobre todo contra las que, amparadas en el argumento de afiebradas utopías, prometen el cielo y condenan al infierno. Por eso, fue sintomático que estas jornadas se hayan celebrado en todos los rincones del planeta en donde impera la libertad, como en Melbourne o en Buenos Aires, en Houston o en Ciudad de México, en Barcelona o en Paris y no tuvieran lugar en aquellas como en La Habana o en Moscú, en Pyongyang o en Pekín, en Nicaragua o en Zimbabue donde esas libertades han sido desterradas, sepa Dios si de aquí a la eternidad.
Para decirlo sin cortapisas: la revolución democrática que se libra en Venezuela al costo de inmensos sacrificios y una dolorosa cuota de sangre, llamó a las puertas de todas las cancillerías, de todos los despachos editoriales, de todos los partidos políticos, de todas las academias, iglesias y universidades del mundo. Poniendo en claro que la Libertad es el bien más preciado de la humanidad, que es un valor por el que bien merece dar la vida, que ni los más poderosos armamentos en manos de los más malvados de los tiranos lograrán torcer lo que se ha convertido en el único destino posible de la humanidad: honrar a Dios con el respeto a su máxima obra, la libertad del hombre.
No se ha tratado, pues, sólo y exclusivamente de denunciar la inhumanidad y miseria de un régimen tiránico como el que, por órdenes de La Habana, pretende aplastarnos. Se ha tratado de enaltecer nuestra lucha por la libertad y enseñársela con orgullo a todos los ciudadanos del mundo que valoran y aprecian el don de la libertad por sobre todos los otros bienes.
Una manera soberana de exigir el fin de una dictadura. Sin aceptar claudicaciones ni humillaciones ni espurios entendimientos. Apartando de un manotazo a quienes continúan inventando atajos para su sobrevivencia. Una manera de devolverle dignidad a nuestro gentilicio.