Pero Molano no se quedó ahí, sino que pasó de ministro de guerra a ministro de futurología y lectura de la mente, afirmando que la colatón tuvo como objetivo macabro “instigar violencias futuras que promuevan la destrucción del Transmilenio”, o sea, un genio para leer el futuro el hombre. Lástima tanto talento desaprovechado en un gobierno sin futuro como este, pero bueno.
La noticia llegó el pasado 31 de diciembre, así para que nos cogiera de fiesta; el pasaje en Transmilenio iba a subir 150 pesos a partir de 11 de enero, quedando el pasaje, para el componente troncal, en 2650 pesos…A QUEMARROPA.
El día que daba inicio la medida, el 11 de enero, varios colectivos sociales de la ciudad de Bogotá convocaron a una colatón pública y masiva para rechazar ese nuevo aumento ¿Y quién dijo miedo? La gente llegó y pasó derecho, sin pagar.
Dos días después, DOS DÍAS, el ministro de guerra de Colombia, Diego Molano, que no le quedó sonando eso de que le cogieran el Transmi de protestódromo, realizó una muy muy muy exhaustiva investigación para llegar a la conclusión de que esa acción “vandálica” y que “instigaba el delito y la destrucción del transporte público” habría sido organizada y ejecutada por activistas chilenos, oígase bien, chilenos, porque desde que allá ganó un presidente joven, tatuado y que salía a chupar gases lacrimógenos de carabineros (el ESMAD chileno, más o menos igual de impunes), pues el país austral se convirtió en la nueva excusa para atacar a quienes levantan la voz en Colombia ¿Será que ya no les sirve hablar de Castrochavismo y de las briznas bolivarianas de Maduro?
Pero Molano no se quedó ahí, sino que pasó de ministro de guerra a ministro de futurología y lectura de la mente, afirmando que la colatón tuvo como objetivo macabro “instigar violencias futuras que promuevan la destrucción del Transmilenio”, o sea, un genio para leer el futuro el hombre. Lástima tanto talento desaprovechado en un gobierno sin futuro como este, pero bueno.
Pero Molano no se quedó solo en sus muy muy muy juiciosos análisis, sino que el director general de la policía, general Jorge Luis Vargas Valencia, afirmó que estas actividades, como otras promovidas por las primeras líneas y otros colectivos, estarían siendo financiadas por el ELN, guerrilla que dicen ya está acabada, que no tiene ningún alcance, pero que también estaría detrás de todas las protestas sociales en el país ¿Quién los entiende?
El pastel necesitaba una cereza y ésta estuvo a cargo también del general Vargas, quien llamó a que la Fiscalía General de la Nación individualice y judicialice a esos malvados jóvenes que osaron subirse al Transmilenio sin pagar. Hay que ver si a esta juiciosa fiscalía le queda algún tiempo libre en medio de todas las muy muy muy exhaustivas investigaciones que debe estar haciendo sobre la Ñeñepolítica, las avionetas con cocaína que salen de bases militares antinarcóticos y otras joyitas que seguro, seguro, segurísimo estarán investigando.
Y viene la pregunta del millón ¿Yo por qué estoy escribiendo sobre esto? Pues porque esta vaina, la colatón y la respuesta represiva del Estado abre un debate muy importante y que no podemos pasar por alto. Lo primero es decir lo evidente y es que llamar de manera pública, abierta y masiva al no pago de un cobro que se considera injusto no es ni corrupción ni violencia, ni terrorismo ni conspiración internacional, sino un acto de desobediencia civil en el marco de las estrategias de resistencia no violenta que han venido empleando los jóvenes del país para denunciar unas normas y un régimen que consideran injusto, buscando con ello evidenciarlo, transformarlo o derrocarlo.
El gobierno colombiano subvalora tanto a la sociedad que no cree que ésta pueda expresarse de manera libre y por eso siempre busca las razones de las protestas por fuera de las mismas, queriendo restarles legitimidad. Con la colatón masiva en Transmilenio aplicaron el mismo y repetido libreto: decir que detrás de toda esa acción estaba la guerrilla de ELN (la misma que está acabada, pero mientras tanto lidera todas las protestan en el país…muy coherente todo), o peor aún, que serían activistas chilenos quienes habrían planificado y ejecutado la acción. Debe ser que ellos, los miembros del gobierno nacional, el ministro de guerra y el general, nunca montan en Transmilenio y por eso no entienden que la gente no quiera pagar por un servicio que es precario y no atiende a sus necesidades, o han de ser como Galán, Cristo o Fajardo, que se montan con toda su esperanza al Transmilenio y en coalición, pero únicamente cuando están en campaña política, no vaya ser que lleguen tarde a seguirse repartiendo el Estado.
Y por eso, porque nunca montan en Transmilenio, porque no subsisten con un salario mínimo, porque no hacen parte de los millones de colombianos y colombianas que viven de la informalidad trabajando para ganar el diario mientras les echan el espacio público o los sacan de un lugar y de otro; porque han separado su suerte de la suerte y las condiciones de vida de la inmensa mayoría de colombianos, debe ser por eso que no entienden que los ciudadanos no pueden estar obligados a aceptar normas que vayan en contra de su economía a tal punto de negar sus posibilidades de vida digna. Por eso creen, Molano, el general y todo su séquito, que no es por hambre y rabia, sino por ínfulas terroristas internacionales, que la población desobedece y evade el pago del pasaje como una forma de protesta. No se han enterado de algo y es que creer que la obediencia ciega es una virtud es vivir bajo el engaño y la mentira.
Los jóvenes en Colombia están cansados de la resignación cotidiana y están demostrando, con esta y otras acciones, que sí es posible denunciar, transformar y destruir un sistema injusto, que niega derechos y ataca a quienes menos tienen. Y lo cierto es que, si un gobierno no es capaz de soportar el desafío del pueblo en el ámbito social, y en cambio responde criminalizando a quienes protestan, dicho gobierno está más cerca de ser una dictadura que una democracia, y el deber de todo ciudadano es levantarse en contra de las dictaduras.
El ministro Molano insiste en que la colatón fue un acto violento y de instigación a la destrucción de bienes públicos, porque quienes la promovieron pertenecían a colectivos de primeras líneas, jóvenes que decidieron cubrir sus rostros para por fin ser vistos. Y al señor ministro toca responderle que la resistencia civil ante una dictadura o ante normas y leyes que se consideran lesivas para la población no pierde su carácter masivo ni legítimo por el hecho de que quienes la promuevan decidan cubrir sus rostros para salvaguardar su identidad, lo cual es una decisión que, sin lugar a dudas, busca proteger la vida y la integridad física y jurídica de la persona y sus familiares ante un régimen, como el colombiano, que en el último Paro Nacional demostró con creces, ante el país y la comunidad internacional, su carácter represivo y brutal.
Así que no, señor Molano, una acción de desobedienia civil, masiva y abierta no pierde su carácter legítimo porque unos jóvenes decidan encapucharse para llevarla a cabo. ¿Por qué no hacerlo con el rostro descubierto? Usted preguntará, a lo que ellas y ellos tal vez respondan que las más de 75 personas asesinados y las más de 1800 personas detenidas arbitrariamente durante el Paro Nacional los hacen dudar.
La democracia es tensión, es hablar, es gritar, es votar, es encontrar puntos de encuentro dentro de las diferencias, es salir a las calles, es tomarse las vías y es también llamar a la desobediencia civil como acto de resistencia ante una norma o un régimen que se consideran injustos; la democracia es evadir la obediencia ciega, es renunciar al silencio ensordecedor…
¿Y para qué sirve la desobediencia civil? Preguntarán algunos.
Generalmente estamos demasiado ocupados o demasiado asustados para expresar nuestro descontento frente a un régimen o a una norma injusta, y por eso los llamados a la desobediencia civil, en tanto acto público y masivo, como colarse en el Transmilenio en forma de protesta ante un aumento de precio por un pésimo servicio, lo que permiten es romper esa falsa uniformidad de creer que todo está bien, cuando no lo está, o de creer que no se puede hacer nada como sociedad ante un hecho injusto o que toca esperar hasta las próximas elecciones, y luego a las próximas, y luego a las próximas, para levantar la voz de protestar y atreverse a transformar algo. Para eso sirve la desobediencia civil, para mirar a la cara a las injusticias y atreverse a transformarlas, y además es perfectamente posible y deseable como proceso democrático.
La democracia es tensión, es hablar, es gritar, es votar, es encontrar puntos de encuentro dentro de las diferencias, es salir a las calles, es tomarse las vías y es también llamar a la desobediencia civil como acto de resistencia ante una norma o un régimen que se consideran injustos; la democracia es evadir la obediencia ciega, es renunciar al silencio ensordecedor, así que el gobierno nacional debería aprender un poco de democracia activa de la mano de los jóvenes desobedientes que salen a las calles a denunciar el presente y a construir un futuro posible y mejor en vez de perseguirlos como si fueran delincuentes o conspiradores internacionales.
Esos jóvenes que salen a las calles, que evaden, que resisten, que se juntan para compartir sus sueños y atreverse a hacerlos realidad han decidido dejar de asumir el sufrimiento como único e implacable objetivo de la vida ¿Qué acaso no deberíamos hacer todos lo mismo?
¿Por qué el gobierno uribista le tiene tanto miedo al desafío de la sociedad? ¿Por qué cuando el pueblo se junta para defender sus derechos lo llama terrorismo o insiste en que existe una conspiración internacional? ¿Acaso el gobierno confía tan poco en la sociedad que no la cree capaz de organizarse por su propia cuenta y para defender sus propios derechos? Y ojo, que un gobierno que no confía en la sociedad y ante sus reclamos responde con la avaricia de las armas y la represión, está más cerca de la dictadura que de la democracia.
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