“Respecto a los derechos políticos, alegremente expropiados por ese yo con yo que fue la antedicha dupla de partidos, sólo comenzó a desactivarse con la Constitución de 1991 gracias a la cual las élites reconocieron otra obviedad denostada por la élite política: que Colombia es diversa en regiones, pueblos, culturas y riquezas.”
El género de necropolítica que practica la derecha colombiana no solo es única por ser “la colombiana”, sino que tiene unos componentes reconocibles y con sello propio frente al mundo entero.
Comencemos por la pasión de negar, conculcar o robar derechos. Hasta finales del siglo pasado el derecho a la tierra estaba seriamente quebarantado, sin embargo, la alianza del establecimiento político liberal-conservador durante los últimos estertores del Frente Nacional, logró hacer retroceder al país casi al siglo XIX en cuánto a las lógicas de acceso y tenencia de la tierra.
Respecto a los derechos políticos, alegremente expropiados por ese yo con yo que fue la antedicha dupla de partidos, sólo comenzó a desactivarse con la Constitución de 1991 gracias a la cual las élites reconocieron otra obviedad denostada por la élite política: que Colombia es diversa en regiones, pueblos, culturas y riquezas; y que la consigna largamente proclamada desde sectores alternativos acerca de la necesidad de una apertura democrática era no sólo un derecho político del pueblo en general, sino la posibilidad de hablar de democracia real en un país que se ufanaba de su presunta tradición democrática, en la práctica representada en el ritual de las elecciones, como si lo uno fuera equivalente a lo otro.
Los derechos de las mujeres tantas veces reclamados y otras tantas vulnerados, han sufrido el tortuoso proceso de hacerse vigentes a fuerza de que no es sostenible negar lo que es obvio: los derechos al voto, a la propiedad, al aborto, al divorcio, a la educación, entre otros. Sin embrago, en la narrativa de la derecha persiste la resistencia a reconocer lo mínimo.
Hay que recordar que el inefable Rodolfo Hernández dijo algún día en tiempos aciagos de su candidatura, votada por más de 10 millones de uribes, vargaslleras, duques, fajardos, entre otros: “El ideal sería que las mujeres se dedicaran a la crianza de los hijos”. Y todo ello según esas toldas antidiluvianas porque se cometió el “error” de dejar que las mujeres ocuparan el espacio público, pues en palabras de la destacaba habladora de sandeces, María Fernanda Cabal “A las mujeres las pusieron a odiar a los hombres… y salen un poco de locas el día de las feministas, locas y además feas, horrorosas además en pelota…”, la cita es incoherente, se sobreentiende, pero textual, tal como suele suceder en esos opinaderos; sin embargo en el fondo se entiende que si las mujeres reclaman derechos se convierten en locas y, peor aún, se afean.
En la actualidad padecemos en Antioquia el gobierno de un señor que desde la gobernación se hace el interesante “apoyando” a la fuerza pública. Resultó que para estos machos frágiles uno de los componentes de la institucionalidad debe ser “apoyado”, como si no hiciera parte de la estructura misma del Estado. No contento con ello enfila su venenosa política en contra de la educación pública, proponiendo no solo desfinanciarla para socavar su mantenimiento sino su vigencia y cualificación.
Esas manifestaciones necropolíticas que cabalgan con especial brío en muchas partes del mundo, deben ser confrontadas, rebatidas y derrotadas, porque como se sabe, los derechos no son concedidos sino luchados y conquistados.
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