En un país cuyos aires están densamente cargados de la polución de la polarización política, las mentes y espíritus se ven intoxicados por un cóctel de posturas ideológicas y partidistas. Colombia, un país vibrante y rico en diversidad, ha sido descontextualizado por una clase política que avanza con vendas en los ojos, olvidando los cimientos de la nación. En este escenario, resulta imperativo que abordemos las implicaciones de tal polarización y en particular, el auge del «petrismo».
Es crucial reconocer que la pluralidad y la diversidad son piedras angulares de cualquier democracia. La historia política de Colombia ha evolucionado desde la independencia, pasando de dos partidos a una cacofonía de voces que, en teoría, deberían enriquecer el diálogo democrático. En efecto, Colombia ha sido aplaudida como un bastión de democracia en América Latina. Esto no es casual; es el fruto de la libertad de expresión y participación política.
Sin embargo, debe quedar claro que la diversidad ideológica y la participación abierta en política deben estar ancladas en principios fundamentales. Aquí es donde cocino la frase «la política se debe hacer sin asco pero con principios». Esto implica que, a pesar de las diferencias, se deben buscar puntos de consenso, debatir con respeto, pero nunca comprometer los valores.
Lamentablemente, el surgimiento del «petrismo» ha manchado este ideal. Aunque el término puede ser difícil de definir, es un movimiento que se presenta como un agente de cambio, pero profundamente preocupante. Este no es un discurso de socialdemocracia, socialismo o comunismo; es un torbellino de intransigencia conceptual, obtusa visión y segregación argumentativa.
El «petrismo» se envuelve en un manto de rectitud que excluye cualquier diálogo constructivo. Es un movimiento que parece creer en la supremacía de su visión, descartando cualquier intento de debate como herético. Las tácticas empleadas son ataques viscerales, despojados de objetividad y bañados en un mar de odio y mezquindad. Esta es la antítesis de lo que una democracia madura y saludable debe representar.
Es aquí donde el «petrismo» se convierte en un obstáculo insalvable para aquellos comprometidos con el diálogo democrático. Se puede dialogar con diferentes partidos y tendencias políticas, pero cuando un movimiento se niega a participar en un diálogo significativo y en su lugar promulga un discurso de superioridad moral, se convierte en un patógeno para la democracia.
En este contexto, es crucial que los ciudadanos, la clase política y los medios de comunicación reconozcan los peligros inherentes a la polarización extrema y al rechazo del diálogo constructivo. Las democracias no se construyen a través de la imposición, sino a través del compromiso y el consenso. El «petrismo», con su retórica intransigente, representa un retroceso en la evolución democrática de Colombia.
Es tiempo de rechazar el discurso del odio y la intransigencia, y abrazar los valores de respeto, diálogo y compromiso que son fundamentales para una democracia sana. Los ciudadanos deben ser críticos y exigir que sus representantes aborden los problemas con una mente abierta y un enfoque basado en principios. Deben rechazar a aquellos que intentan socavar el tejido democrático mediante tácticas divisorias y retórica vacía.
En cuanto al “petrismo”, es imperativo que quienes estén asociados con este movimiento reflexionen sobre su enfoque. Deben preguntarse si desean ser recordados como un movimiento que contribuyó a la riqueza democrática de Colombia, o como un obstáculo – pasajero – que impidió el progreso.
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