La democracia es el peor sistema de gobierno, excepto por todos los demás. – Winston Churchill.
Durante décadas, hemos creído en la solidez de la democracia como la forma de gobierno más robusta y justa, un faro de libertad y derechos humanos. Sin embargo, el nuevo orden mundial está poniendo a prueba estos ideales. Los principios que alguna vez consideramos inquebrantables, como la soberanía del voto y la independencia de las instituciones, están siendo sistemáticamente socavados por fuerzas internas y externas que desdibujan los límites entre la democracia y el autoritarismo.
El cambio global es evidente. A medida que enfrentamos crisis económicas, conflictos geopolíticos y el resurgimiento de políticas populistas, el futuro de la democracia parece más incierto que nunca.
Autoritarismo disfrazado de estabilidad
En tiempos de caos, el autoritarismo se vende como la solución a los problemas modernos. El auge de gobiernos con tendencias totalitarias no es coincidencia. Ante la incertidumbre económica, la pandemia de COVID-19 y las tensiones migratorias, los líderes de diversas partes del mundo han capitalizado el miedo y el descontento para fortalecer su control. Y lo más peligroso es que muchas veces, ese control se presenta como la única vía para mantener el orden.
Sin embargo, como bien advertía John Adams, «La democracia muere no con una explosión, sino con un gemido.»Los gobiernos autoritarios erosionan las instituciones desde dentro, eliminando poco a poco los espacios para la participación ciudadana y promoviendo una cultura del miedo y la obediencia. En este contexto, los principios democráticos se convierten en simples eslóganes vacíos.
La desinformación: el veneno de la democracia moderna
El filósofo francés Montesquieu decía que «la libertad política es un tranquilo goce de la independencia personal.» Pero en un mundo donde la desinformación reina, la independencia se vuelve ilusoria. Las redes sociales y otras plataformas digitales, que deberían servir como vehículos para la participación democrática, se han transformado en campos de batalla para la desinformación y la manipulación. El populismo, alimentado por la polarización, ha encontrado en estos medios su herramienta más poderosa.
Los líderes populistas utilizan la desinformación no solo para ganar elecciones, sino para gobernar. Al crear narrativas que distorsionan la realidad, erosionan la confianza en los medios tradicionales y en las instituciones democráticas. El resultado es una sociedad cada vez más dividida, donde el debate informado ha sido sustituido por el grito más fuerte y las opiniones se fundamentan más en emociones que en hechos.
Vigilancia masiva: el ojo que todo lo ve
La libertad, que es el corazón de la democracia, está siendo restringida de maneras que hace unas décadas habrían sido inimaginables. Bajo el pretexto de la seguridad, los gobiernos han implementado políticas de vigilancia masiva, utilizando la tecnología para monitorizar y controlar a sus ciudadanos. La privacidad se ha convertido en una moneda de cambio, y el control gubernamental sobre la vida privada alcanza niveles orwellianos.
Es imposible ignorar el eco de las palabras de George Orwell en 1984: «El Gran Hermano te está mirando.»En este nuevo orden mundial, la vigilancia constante es una realidad, y su impacto sobre la democracia es devastador. La libertad de expresión se ve limitada por el temor a represalias, y los derechos individuales se sacrifican en nombre de la seguridad nacional.
El declive del multilateralismo: cuando la democracia deja de ser un ideal compartido
A nivel internacional, el multilateralismo, que durante décadas fue el garante de la estabilidad y la promoción de la democracia, está en declive. Instituciones como la ONU y la OEA, que en otro tiempo representaron la voz unida de las democracias del mundo, están perdiendo fuerza ante el resurgimiento del nacionalismo y los intereses aislacionistas de potencias emergentes.
En lugar de un compromiso global con la democracia, hoy asistimos a un escenario donde los intereses geopolíticos prevalecen. Y esto es claramente visible en el apoyo que líderes como Nicolás Maduro siguen recibiendo a nivel internacional.
El caso Venezuela: la democracia en jaque
Venezuela, un país que una vez fue una de las democracias más estables de América Latina, hoy es un claro ejemplo de cómo el autoritarismo destruye las bases de la democracia. Tras las elecciones de 2024, en las que Edmundo Gutiérrez obtuvo la mayoría de los votos, Nicolás Maduro decidió no reconocer su derrota. A pesar de la presión internacional y las evidencias de una elección transparente, Maduro ha recurrido a su control sobre las instituciones para aferrarse al poder, reprimiendo a la oposición y a la ciudadanía.
Este caso revela una verdad incómoda: el apoyo internacional a Maduro por parte de países como Rusia, Brasil y Colombia pone de manifiesto que la democracia ya no es un ideal supranacional. Potencias como Rusia utilizan su respaldo a Maduro como una herramienta para desafiar el orden global dominado por democracias liberales, mientras que gobiernos como el de Brasil y Colombia, que alguna vez defendieron los valores democráticos, ahora priorizan sus intereses estratégicos y económicos por encima de la defensa de la democracia.
El ocaso de la democracia supranacional
«El precio de la libertad es su eterna vigilancia.»– Thomas Jefferson.
La democracia, tal como la conocemos, está en peligro. Los modelos democráticos ya no gozan del apoyo global que alguna vez los sostuvo. En un mundo donde el autoritarismo se disfraza de estabilidad, la desinformación reina, y la vigilancia masiva se ha normalizado, la democracia está siendo gradualmente socavada.
Sin embargo, no todo está perdido. La democracia es un proceso dinámico, una construcción que debe ser defendida y renovada constantemente. El reto ahora es más grande que nunca, pero también lo es la responsabilidad de los ciudadanos, de las instituciones y de la comunidad internacional. La democracia, ese «mal necesario» del que hablaba Churchill, sigue siendo nuestra mejor esperanza para un mundo más justo y libre. Pero para mantenerla viva, debemos estar dispuestos a luchar por ella.
Comentar