“Sin duda, el debate político ha sido reemplazado por la descalificación, la etiqueta ideológica, el meme venenoso y la conspiración viral. La ciudadanía, en lugar de analizar propuestas o verificar datos, parece muchas veces movida por instintos tribales.”.
Una de las lecciones que nos deja el liberalismo clásico en el ámbito de la teoría política, es la idealización de la democracia y del votante “informado y racional”. No obstante, el realismo de la política contemporánea, nos permite advertir que nos encontramos muy lejos de experimentar una democracia en la que los ciudadanos al momento de elegir expresen una voluntad racional e informada sobre el bien común. A menudo, las decisiones resultan equivocadas. Inducidos al error por demagogos, parlanchines y populistas que saben vender su ideología y que comprenden muy bien que el debate político no se rige por la lógica ni la evidencia, sino por pasiones, identidades y lealtades.
En el caso colombiano, se ha hecho frecuente ver al Jefe de Estado en la plaza pública o redes sociales, agitando a la muchedumbre con discursos incendiarios, con palabras soeces, agresivas e insultantes contra sus opositores. Aunque no se pueda decir si alguna vez los debates políticos tuvieron altura, lo cierto es que ahora no se disimula en utilizar cualquier clase de improperio y adjetivo para “eliminar” al otro. Se trata de despertar las más bajas pasiones de los seguidores, que fácilmente pueden pasar de la confrontación verbal a la agresión física.
Sin duda, el debate político ha sido reemplazado por la descalificación, la etiqueta ideológica, el meme venenoso y la conspiración viral. La ciudadanía, en lugar de analizar propuestas o verificar datos, parece muchas veces movida por instintos tribales.
En este punto vale pena recordar la crítica profunda y provocadora a la democracia electoral y, en particular, al comportamiento del ciudadano promedio en el ámbito político que hiciera el economista Joseph Schumpeter, cuando afirmaba: «El ciudadano típico desciende a un nivel inferior de rendimiento intelectual en cuanto
entra en el ámbito político. Argumenta y analiza de una forma que él mismo reconocería de inmediato como infantil en la esfera de sus intereses reales. Se vuelve de nuevo primitivo»[1].
Lo que Schumpeter llamó una “regresión a lo primitivo” se manifiesta hoy en una opinión pública fragmentada, que no razona, sino que reacciona. El discurso se ha convertido en una competencia por ver quién gana más aplausos o likes gritando los insultos más fuertes, no quién argumenta mejor. Una ciudadanía dividida entre bandos que se acusan mutuamente de destruir el país.
Bajo este escenario, los liderazgos que polarizan con una narrativa cada vez más emocional, dogmática y superficial, reflejan la decadencia de la democracia. Seguramente la solución no está en manos de estos falsos redentores, sino en la ciudadanía misma, que debe revelarse al trato de “pueblo” entendido como una masa amorfa e irracional, para reconocerse como ciudadanos comprometidos con el bien común. En este camino se debe superar la minoría de edad política y abandonar los “ismos” que llevan al conflicto eterno.
Reconociendo que Schumpeter tiene razón, hay que trabajar en una nueva representación de la política, superando el instinto primitivo de la guerra que lleva a la eliminación del contrario. Se debe trabajar por alcanzar una cultura política que nos libere de ese campo de regresión intelectual en que se ha desenvuelto el ejercicio político en Colombia.
[1] SCHUMPETER, JOSEPH, 1996, Capitalism, Socialism, and Democracy, Nueva York: Routledge Press. Versión castellana de José Díaz García y Alejandro Limeres, 2015, Capitalismo, socialismo y democracia
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