“Trabajar de la mano de los movimientos de base no significa, de ninguna manera, poner estos al servicio de las instituciones; todo lo contrario, se trata de poner las instituciones a disposición de ellos.”
La construcción de nación e identidad colombiana se ha cimentado históricamente en legados de exclusión, marginalidad y negación de discursos populares. Indudablemente, los relatos que se han hegemonizado no responden a las verdaderas cuestiones culturales propias de nuestra sociedad. La corona española, cobijada bajo la ley divina, dio lugar a un hecho infame que al parecer aún no dimensionamos: el exterminio de pueblos enteros, que no solo se llevó vidas humanas, sino también prácticas, dinámicas, símbolos, lenguas y distintas formas de hacer e interpretar la realidad. Todo este recorrido abrupto y hostil, fue parte sustancial de la condena violenta que hasta el día de hoy seguimos atravesando con dolor.
Sin embargo, a pesar de la carga que representan las normas y estructuras que se han enquistado en el Estado y la sociedad colombiana, una resistencia emergente sigue planteándonos la necesaria apropiación de aquello que sí nos pertenece. Pueblos palenqueros, comunidades indígenas, movimientos sociales y artivistas de todo tipo, sacan a la luz esa identidad en disputa donde no solo nos jugamos lo que nos es propio, sino también la paz. En este sentido, el Paro Nacional nos dejó muchas lecciones. Más allá de las muestras de rechazo y resistencia organizada, se hizo evidente aquella crisis de identidad y nación que atraviesa el pueblo colombiano. Cuestiones en disputa como la bandera, los monumentos y el espacio público, fueron reapropiados, resignificados o rechazados en su contenido.
Fue durante esos oscuros meses de dolor e incertidumbre que ‘los nadie’ volvieron a demostrarle al Estado que su relato y sus formas no eran representativas de la verdadera Colombia. Los sonidos, la pintura y el cuerpo como instrumento simbólico sacaron a relucir ese lugar que nos ha sido negado históricamente y que a pesar del exterminio sigue vigente. De esta forma el reto que hoy debe asumir el gobierno de Petro es inmenso, sobre todo si pretende ser coherente con su discurso y con las bases que le eligieron tras una campaña que ya venía con el desgaste del Paro. En este sentido la salida de Patricia Ariza del Ministerio de Cultura representa una pérdida significativa. Su cambio de enfoque y los proyectos que venía adelantando no son cosa menor: aumento histórico del presupuesto de la cartera, gestión política de la mano de las regiones, articulación del Ministerio con la implementación de los Acuerdos de Paz, impulso de memorias y proyectos artísticos urbanos, entre muchas otras cuestiones de gran valor.
Entonces, pasar de la subsunción cultural que el Estado colombiano ha venido reproduciendo no solo es una tarea del ministro entrante, sino también una demanda popular. Únicamente a través de la escucha y articulación activa con los procesos de base, la nación colombiana podrá salir de la crisis identitaria que impide cristalizar la tan anhelada paz. Por lo tanto, se hace urgente la tarea de acercar el Ministerio a las regiones y territorios. La deuda histórica del Estado con la cultura popular solo será saldada si las instituciones pasan de ser un lugar antagónico a un contexto de articulación. Sanar las heridas del pasado requiere de esfuerzos significativos para darle el lugar que merece la memoria y el relato de quienes han estado marginados.
Trabajar de la mano de los movimientos de base no significa, de ninguna manera, poner estos al servicio de las instituciones; todo lo contrario, se trata de poner las instituciones a disposición de ellos. Ahí estará la clave para no retornar a la violencia, para sanar el odio y desaprender los legados de exclusión y negación que se han arraigado por años en la sociedad y las instituciones. En nuestros saberes ancestrales, en nuestra conexión con los procesos de la tierra y en los aprendizajes que nos han dejado las violencias, encontraremos caminos sin recorrer. Caminos por los cuales podremos transitar hacia las transformaciones profundas que requiere la sociedad, caminos que nos llevarán a desaprender las estructuras de dominio colonial y patriarcal. Pues no se aprende únicamente del dolor, ni de una experiencia colectiva, se aprende escuchando, aceptando y materializando las enseñanzas que nos tienen por dar quienes siempre han estado al margen de los relatos.
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