Hablar de crisis parece la consigna. Aparece en muchos temas importantes. El calentamiento global, la economía, las guerras, la desigualdad. Señalar que algo anda mal es más fácil que proponer soluciones factibles, deseables y viables. Con la llegada de las redes sociales, la hiperinformación se robusteció y con esta, nuestro pesimismo antropológico; muchos pensaban que la democratización en el acceso a la información iba a traer incontables beneficios, en especial, para el debate público.
Umberto Eco fue radical con esto de las redes sociales al señalar que: “Es la invasión de los idiotas”. Más allá de las ofensas tan comunes en redes sociales, tenemos síntomas alarmantes de una grave enfermedad: el declive de la democracia. Y es que nos quedamos con los opinadores pagados que se esfuerzan por “comunicar” las bondades de aquel o aquellos que pagan la pauta y/o contrato. Al mismo momento, luchamos casi a diario con la excesiva publicidad que invade nuestra esfera intima a través de diversos canales.
El tema central es la democracia y con ella, el tan preciado debate público. Amartya Sen destacaba el debate abierto e informado como vital para el proyecto democrático. No obstante, de la democratización en el acceso a la información nos quedamos con un gran flujo de información que se esfuerza al máximo por reinterpretar la realidad según el interés político.
Colombia es en buena medida una sociedad tribalista donde petrista sigue petrista y, uribista sigue uribista, haciendo posible el reforzamiento colectivo del sesgo y de paso, fortaleciendo la militancia que vía ideología lee y escucha a quién le da la razón. Para decirlo breve y pronto, en estos ejercicios el pensamiento crítico vía debate abierto e informado quedó para después. Llamamos debate al ejercicio de “convencer al Otro de su error” al considerar que tenemos razón y es el Otro quien debe reconsiderar su punto de vista.
La democracia por esta vía queda herida de muerte, cuando vía militancia se exige entender los fenómenos sociales de determinada manera. Mientras, muchos académicos intentan que la realidad encuadre con su teórico de cabecera, continúan empeñados en que teorías propias de su tiempo permitan interpretar los dilemas actuales que aun no acabamos de entender. Y al mismo momento, pasamos de la anulación del contradictor a través de frases como: guerrilleros de civil y/o de cafetería, a graduarlo de Nazi, Fascista, Neoliberal y demás. Ni el Holocausto se salvó de la instrumentalización del discurso político. En consecuencia, se establece una visión de la política en blanco y negro, cuando en realidad existe una amplia gama de grises. Eliminar el contradictor es eliminar la democracia. En principio, en este modelo cabemos todos, sin embargo, en aras de tener razón y eliminar la crítica, casi de inmediato nace la etiqueta que a manera de macartismo suprime la voz disidente.
Las redes sociales son nuestra hoguera digital. Lastimosamente hasta los líderes más reconocidos del país auspician y participan del matoneo al exponer a determinados ciudadanos que opinan distinto o, presentan críticas a su gestión. Nos parece importante “debatir” pero en realidad se busca exponer al Otro, acabar con su yo digital. En tal sentido, es latente la necesidad de polarizar para definir la propia identidad, lo cual no es otra cosa que mantener el enemigo vivo en el discurso.
Gracias a las redes sociales, hoy los políticos controlan lo que cientos de personas opinan. Asimismo, cuál será el tema del día. De que debemos hablar y hasta pensar. Básicamente dominan nuestra interacción virtual y, en épocas de autocracia, estos lideres paternalistas saben que es lo mejor para nosotros y escogen hasta lo que debemos ver en la tv. Definitivamente una intromisión intolerable. Es tal el poder de las redes, que nos enteramos en X de las decisiones de la política, inclusive, a la madrugada.
En resumen, de ese debate abierto e informado, nos quedamos con los análisis superficiales vía sesgo ideológico, al mismo momento, con las ofensas de todos los calibres y la tendencia a eliminar al Otro, en especial, al que se atreve a cuestionar a los nichos de seguidores y/o militantes que interpretan el ejercicio de una ciudadanía activa y crítica como teclear, ofender y defender a muerte sus ideas preconcebidas sobre la base de una ideología que está llamado a defender. Mientras, la volatilidad de la incertidumbre continúa y el país más fragmentado que nunca, donde los “buenos somos más y claro, yo soy parte de los buenos” …
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