“…no se puede construir un país con una sociedad enferma de corrupción, donde el gran leviatán ya no es el estado, sino la corrupción, que se hace presente en todo…”
En las últimas semanas lo que han movido los medios de comunicación ha sido el escándalo de corrupción que se presentó en la Unidad Nacional Para La Gestión Del Riesgo de Desastres – UNGRD. En el que el protagonista fue el exdirector Olmedo López, un hombre que el mismo presidente Gustavo Petro llamó “de izquierda”. El mismo que ha salpicado con este escándalo a altos funcionarios del Gobierno. Si bien la corrupción tiene un amplio espacio en la esfera política, también es preciso decir que realmente esto parece estar cada vez más arraigado en la cotidianidad colombiana.
Señalar eventos de corrupción en nuestro país parece ser muy fácil, solo basta recordar Agro Ingreso Seguro, Odebrech, Proceso 8000, Hidroitago. Pero la corrupción no solo se materializa en este tipo de proceso donde las cuantías económicas son realmente escandalosas en un país tan desigual como Colombia. La corrupción tiene sus inicios en pequeños actos individuales que terminan trascendiendo a escalas mayores. La mal llamada “malicia indígena” ha sido uno de los conceptos que más se repiten para justificar actos que van en contra de lo que debe ser, no respetar un lugar en una fila, callar ante una injusticia y permitir que otros en virtud de sacar ventaja se terminen obteniendo lo que quieren. El presidente Gustavo Petro el pasado de 20 de Julio en la instalación de las sesiones del Congreso decía textualmente:
“El señor Olmedo nunca fue una transacción política de ningún grupo aquí presente o ausente, él viene de la izquierda, de la izquierda de hace décadas. Lo cual hace que tengamos que pensar que el tema de la corrupción no es un tema ideológico, no hay una barrera ideológica que divide a las gentes de la política y la ciudadanía misma entre fuerzas que no son corruptas y otras que sí lo son. La corrupción en Colombia es en realidad una cultura, atraviesa todo, está entre los más ricos, pero también entre los más pobres, está entre quienes tienen más responsabilidades y quienes no las tienen.”
Estas palabras parecen ser obvias en una sociedad que ha normalizado la corrupción, la misma que ha normalizado expresiones y realidades como “que robe, pero que robe poquito” “que robe, pero que trabaje” expresiones que solo dan muestra de lo mucho que la sociedad colombiana se ha acostumbrado a ser defraudados en su buena fe, los escándalos de corrupción no son un tema única y exclusivamente del actual Gobierno, quizás en este caso los medios han magnificado dicho acontecimiento, pero lo único real es que es un tema de cada gobierno que ha pasado por el poder, solo que en algunos casos los medios han sido más benevolentes que en otros.
La solución a este problema radica en solo un aspecto, la educación, una educación que involucre a la familia, a la sociedad y a las instituciones educativas. Una educación encaminada a ser real y que tenga correctivos eficientes y formativos frente a temas que puedan implicar actos de corrupción, no dejar pasar ciertas señales que realmente pueden profundizar con el paso del tiempo y llegarse a ver reflejadas en la sociedad en mayor escala.
El derecho penal es realmente muy amplio, ya que, en la teoría de este, se dice que existe un derecho penal difuso, es el mismo que deben aplicar las instituciones educativas, sociales y religiosas. Está también en cabeza de estas erradicar cualquier situación de corrupción y tomar los correctivos educativos propios para sancionar al infractor. En la teoría parece ser sencillo, pero Colombia tiene un crónico problema de corrupción, ya que se ha normalizado y se tiene por costumbre la práctica de la misma e incluso se defiende cuando viene de determinado sector social o político.
No existe argumento, persona o situación que pueda justificar la corrupción, no puede construirse un país con una sociedad enferma de corrupción, donde el gran leviatán ya no es el estado, como lo planteaba Thomas Hobbes sino la corrupción, que se hace presente en todo. No se puede consentir el discurso del “más vivo” o de la mal llamada “malicia indígena» se debe ser radical, porque incluso cuando en la cotidianidad se calla ante la injusticia, se está perpetuando el discurso de corrupción.
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